El caso Spinetta, canibalismo mediático del peor
Por Teresa Gatto
Todos conocemos al maestro Luis Alberto Spinetta, habló siempre a través de sus letras, de su música. No importa si es tú/mi “artista favorito” o no, es un Artista y punto. De un perfil bajo siempre, sólo ha dado notas para hablar de su creación o de cuestiones relevantes, no de su vida privada. Y lo elevó cuando fue necesario ponerle la voz y el cuerpo a la defensa de una causa trágica que aunque tenga sentencia ya, no aminora el dolor que para siempre tendrán las familias involucradas, la tragedia del Colegio Ecos.
Hoy Spinetta atraviesa un difícil trance de salud. Decidió mantenerlo en privado. No importa si porque “cáncer” sigue siendo la peor palabra del diccionario aún cuando existan enormes probabilidades de cura o por razones que sólo a él le competen. Cuando uno oye la palabra maldita, lo sé, comienza a pivotear en una suerte de bipolaridad entre la desesperación y la fe en busca de la cura. Entre la necesidad de estar solo y a la vez de compartir con los más queridos en busca de una energía que ayude a seguir. Y no porque como muchos creen, uno esté sentenciado, sino porque la palabra conlleva el significante muerte en sí misma, aunque vivas para contarla. Pero independientemente de cómo se denomine la enfermedad, el paciente sea quien sea tiene derecho a su privacidad. Un sujeto cualquiera que decida callar esa situación, que atraviesa con dolor y, a la que no es posible quitarle el cuerpo, necesita que sus derechos sean respetados.
Derechos. Aún cuando salga a la calle y las chicanas de los abogados que defienden a publicaciones carroñeras les digan a sus fotógrafos que en la vía púbica no hay violación de la privacidad. Interpretaciones. Vaciadas de ética y amparadas en algún articulito del código penal de esos que, a veces, dejan libres a violadores y le dan la oportunidad de rematar a sus víctimas. Muchos de los que interpretan estos puntos, no serían capaces de entender de qué se trata esta u otra letra de una canción de Spinetta, García, Páez, etc.
El gran salvoconducto de no ser periodista en el sentido estricto de la palabra me releva de cuestionarme si debo criticar esa publicación horripilante y frívola. Y me permite calificar de revisteja, líbelo, basura y muchos otros adjetivos denotativos, a la publicación repudiada masivamente que invadió la intimidad del Flaco. Un montón de papel ilustración en la que una “famosa nadie" con un caniche toy en los brazos dice desde una isla “Sólo me falta un amor para ser feliz” y todos sabemos que hasta las uñas son prestadas. Una emblemática galería de vanidades, la revista de Fontevecchia ha sido y es un muestrario tilingo y burdo de lo que el vaciamiento cultural hizo en la década de los 90’ en la Argentina y pretende seguir haciendo. Con el menemato en su esplendor, mostraba como simpático a un personaje que imprimía billetes truchos con la cara de un caudillo riojano o, como un cirujano de tal cual por cual dejaba a las mujeres operadas en serie, idénticas en su horrenda repetición. Punta del Este llevaba la delantera de las coberturas veraniegas y la cantidad de niños rubios que tendría la modelo de moda era un tema de tapa y nacional. Vacío intelectual, decadencia cultural. También una nena de papá, devenida primera dama se exhibía con un vestido carísimo repleto de adornos navideños y montaba la escena regia familiar cuando un ratito antes el edecán le había sacado las valijas a la calle a la madre y había tirado la llave a un inodoro.
Reconciliaciones de ignotos, casamientos por canje, mansiones alquiladas y mostradas como propias alimentaban la ilusión de los que nunca llegarán a esos niveles socioeconómicos, de vivir una vida de alta sociedad con una moral pequeña como la burguesía a la que pertenecían y aún pertenecen. Cosa rara la clase media, sin cohesión, sin linaje para ascender hasta la realeza y con tanto asco para mirar al excluido. Esa publicación es, fue y será la publicación ideal para la peluquería o el podólogo, si buscás algo más, en los salones de los esteticistas comme il fault, al menos el glamour no es de furgoneta.
Hace unos días en un blog que leo y respeto, el autor se preguntaba si la reacción generalizada de repudio sobre el caso Spinetta era porque el público de rock tiene otros códigos y es más numeroso o porque había un cambio en la sociedad. También lanzaba la pregunta por el caso Viale que no había levantado tanta polémica y repudio. Me animo a pensar que Juana Viale (antes del trágico suceso de su bebé fallecido) era una mujer que se besaba en la calle con un ex ministro de economía, embarazada y aún casada, provocaba el cotilleo de las señoras y señores que tienen doble vida y moral de un cuarto de libra sin queso pero no tienen abuelitos que estén arrogándose la potestad de ser los voceros de “la gente”. La joven carga con una mochila de adoquines, siendo heredera de una señora que asedia a sus invitados con el tenedor cargado de mousse de alcachofas y suelta alegremente y en nombre de lo que la gente le dice en la calle (¿cuándo pisará la calle?) barbaridades sobre la paternidad de los homosexuales, los féretros llenos o vacíos y no recuerda haber estrechado sonriente la mano de los genocidas Astiz y Massera. Pobre la piba Viale, hija de, nieta de, novia de, pero no reconocida aún como una artista. Sólo famosa, pero nosotros de los famosos no nos ocupamos. Sólo de los artistas. Tal vez por eso las voces de repudio no se oyeron masivamente y no la ayudó el tráfico involuntario de apellido.
Los artistas son otra cosa. Dejan huella en nuestra memoria, forman parte de la cultura con mayúsculas y consiguen no sólo el amor de sus seguidores sino además la custodia de su bienestar si es necesario. Por eso sólo sabemos lo que la familia desea que sepamos sobre Gustavo Cerati y respetamos la privacidad, aunque podamos inferir otras cosas. Por eso, supimos que este u otro actor necesitaba dadores de sangre y difundimos el pedido, no nosotros, sino todos los que desde las redes, blogs, o revistas pudimos hacerlo. Pero no lo corrimos por las calles para ver qué estragos hacía la leucemia en ellos. Por eso estuvo bien que el féretro del ex presidente Néstor Kirchner estuviera cerrado. Si la falta de consentimiento y la sorpresa no fueron suficientes en un desprevenido Luis Alberto Spinetta ¿cómo parar a estos rapaces cuando el periodismo de todo el mundo estaba allí? Si hasta la encopetada almorzadora exhaló su cuota de morbo y obvio, le echó la culpa a “la gente” de querer saber, ver, husmear en lo profundo de un vacío, el vacío de impulso vital.
Lo que está vacío y hay que llenar es el significado cultura, respeto y, sobre todo, amor por el otro. De este modo y con la no adhesión, lectura y/o compra de publicaciones de semejante bajeza y mal gusto, el maestro Spinetta será un caso testigo de lo que no queremos más. Porque Spinetta es su música, no su dolencia, porque Spinetta es su andar en el mundo no la delgadez que provoca un tratamiento y porque Spinetta es un artista y los artistas son una parte insoslayable del reservorio cultural de una Nación. La mayoría de las veces no bailan ni cantan por un sueño pero nos regalan parte de su interioridad. No se exhiben impúdicamente y lo único impúdico es la mirada del otro cuando carga, caníbal, sobre ellos.
Fontevecchia cruzó un límite más y la gente en las redes sociales lo repudió #RevistaCarasBuitre fue en Twitter tópico del día. Pero no alcanza. Porque el propio Spinetta había escrito una carta que distribuyeron sus hijos ante otra publicación agorera. Tener que escribir sobre lo que nos pasa cuando la energía debe estar puesta en curarse es inperdonable para quién fisgón y nauseabundo te obliga.
Habremos ganado la batalla cultural cuando deje de ser negocio publicar esa prensa patética de todo patetismo y las mismas sean olvido en el estricto sentido de la palabra. Y cuando el estado de salud de Luis Alberto Spinetta y otros artistas sea sólo una preocupación de pares y seguidores que, con cautela, respeto y amoroso cuidado se revele cuando, él mismo o su entorno cercano, deseen informarnos algo. Mientras tanto que cada uno haga lo que crea debe hacer cuando desea fervientemente que un ser humano, un semejante, consiga recobrar la salud. Porque la enfermedad no es eso que se patentiza en la foto, en esa tapa infame, la enfermedad es hacer, vender y comprar esa bazofia y yo me cuidaría porque ese morbo pudre por dentro pero no se ve hasta que es demasiado tarde.
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