Entrevista a Héctor Levy-Daniel, Dramaturgo, Director, Ensayista, Maestro de Dramaturgia. Cierre de un Ciclo que así, se vuelve virtuoso.




Cuando está publicación vio la luz en setiembre 10 de 2010, lo hizo con una entrevista a Héctor Levy-Daniel. Había participado como entusisasta receptora y crítica de obras anteriores que se materializaron en otras públicaciones. Por fin había encontrado una poética que reflejara determinadas inquietudes sobre el mundo y mi propia cosmogonía que me dejara con esa sensación de completud y, además, las vibraciones posteriores que me impelían en el buen sentido a escrirbir. Del mismo modo que con el Teatro Histórico. 

Hoy que se cierra un Ciclo en mi travesía crítica encuentro la misma disposición de explayarse sobre su trabajo en Levy-Daniel y, a la vez , la misma inquietud que siempre me ha llevado al teatro y me seguirá llevando. como lo he hecho con un puñado de Hacedores a los que admiro por su talento y seriedad.


PE- Estuve buscando la fecha en que vi una obra tuya por primera vez y es en 2008, Las Mujeres de los Nazis. Exactos 16 años en los que luego asistí a todas, creo, incluso dirigidas por otros directores o directoras como Anahí Martella o Martín Ortiz. A estas alturas no me pregunto más ni por mi inclinación al teatro político, ideológico, fantástico o el que intenta narrar lo indecible. Pero desde ese 2008 hasta hoy tu carrera se premió, se tradujo, se llevó a escena en otros países, se ha editado. ¿Cómo se vive ese derrotero?


La Convicción de Irma Gresse (Las mujeres de los nazis)


Héctor Levy-Daniel- Cuando estrené mi primera obra, Rommer, los últimos crímenes, todavía era estudiante de teatro en el estudio de Laura Yusem, a quien considero mi maestra total, en muchísimos aspectos, no solo artísticos. Esa obra la estrené como autor y director con compañeros y compañeras del estudio y significó para mí un hito fundamental, ya que descubrí que mi proyecto de escribir y dirigir era una realidad. No existían ni Proteatro ni el INT y conseguí un joven productor que nos financió el espectáculo. Mi vida cambió, adquirí seguridad y confianza en mí mismo. Sin embargo, para el siguiente proyecto necesité dejar pasar dos años. Escribí Memorias de Praga, la presenté a un concurso auspiciado por la Fundación El Libro que encontré por casualidad en un afiche, un día antes que terminara la convocatoria. Gané ese concurso y la obra fue editada junto con otras cuatro ganadoras. La estrené en el Centro Cultural San Martín, con críticas buenísimas y se mantuvo en cartel todo el año siguiente en el teatro IFT. A partir de entonces me hice una especie de juramento o promesa: que no me iba a detener más. Llegar a ser dramaturgo y director, abordar una tarea creativa, no fue fácil para mí, por motivos que ahora no vale la pena mencionar, pero digamos que había fuerzas muy potentes que me tiraban para atrás. El desafío era vencer esas fuerzas y yo las vencí. Y ya no me detuve. Decidí que iba a escribir, que iba a desplegar el mundo que latía dentro de mí. Porque esa es una de las condiciones imprescindibles para escribir (y dirigir), para crear: tener un mundo. Y luego ir encontrando los recursos para mostrarlo en sus muchas facetas, que en mi caso puede ser una obra teatral o una puesta en escena, sí, pero también pueden ser narraciones o ensayos sobre temas que me afectan de manera directa. Creo que desde entonces hasta hoy jamás hubo un solo día en que yo no pensara en algún proyecto que tenía entre mis manos. Me convertí en un fanático. Un trabajo febril, incesante que no implica necesariamente escribir sino también, y sobre todo, leer. Leer es la actividad que me permite escribir. En cada libro, en cada artículo, o nota o hasta en cada noticia estoy al acecho de algo que pueda asimilar para mi trabajo. Es una tarea de lectura que tiene varias décadas desde que alguna vez, mientras cursaba la secundaria, comencé a leer sistemáticamente. Es un diálogo constante con otros autores sobre una multitud de temas, que en mi caso abarca la literatura, la historia, el cine, el arte, la filosofía, la política. Cuando reflexiono sobre esto me imagino que mi estudio, el espacio físico de mi estudio con mi escritorio y mi biblioteca, es una especie de maquinaria o laboratorio donde permanentemente entran materias primas que van a ser transformadas en otra cosa. Ahora que he escrito guiones, narraciones, ensayos y más de 35 obras y he dirigido unas 23, que algunas se han traducido a otros idiomas y estrenado en otros países, que muchas han sido premiadas con gran satisfacción para mí (antes y después de 2008, cuando estrené Las mujeres de los nazis) lo único que puedo decir es que todo eso forma parte del pasado y nosotros no vivimos en el pasado sino en el presente, siempre proyectados al futuro. En ese sentido lo que quiero decir es que lo que verdaderamente me importa son las narraciones, los ensayos y las obras que me quedan por escribir, por poner en escena para seguir desplegando mi mundo hasta el final. Piglia hablaba del escritor como alguien que logra nadar, mantenerse a flote: lo ha logrado antes, pero no tiene garantías de que vaya a lograrlo en el futuro. Aquí está el enorme desafío.


                                                        El Dilema de Geli Raubal (Las Mujeres de los Nazis)

 

PE- ¿Cuáles son las inquietudes o mecanismos que te llevan a reversionar o a elegir sencillamente un disparador que puede ser un tema o una obra de otro y re- escribirla con tu impronta?

HLD- Es una de las cosas más apasionantes cuando se aborda el tema de la creación. Cuando se trata de una obra propia: ¿Qué es lo que la moviliza, qué es lo que la dispara? Creo que para cada una de las obras que escribí puedo detectar en mi memoria cuál fue el catalizador y recordarlo me provoca enorme placer. Por ejemplo, Memorias de Praga surge de un sueño: estoy en Praga en el año 1938 y me vienen a buscar los nazis. Poker, (una obra que ganó en 2007 el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes y más tarde el Segundo Premio Municipal y una mención de honor en un concurso internacional y sigue esperando ser estrenada en un teatro oficial), surge a partir de la lectura de una novela de Thomas Bernhard, El sobrino de Wittgenstein, donde aparece un personaje que yo me apropié y modifiqué y convertí en protagonista de mi pieza, que no tiene nada que ver con la novela. Por supuesto, estamos hablando solo de disparadores o catalizadores, y con eso no alcanza. Todo lo que  se dispara debe ser desarrollado a través de centenares de imágenes que formarán la materia prima de la obra sobre la cual habrá que operar un proceso de selección de acuerdo con una estructura muy definida que la obra va adquiriendo. Y digo esto porque para mí escribir es precisamente esto: arribar a una estructura, que es mucho más que un tema formal, de forma y contenido. La estructura a la que se llega es impensable sin el contenido y si se arribara a otra estructura el contenido sería diferente, sería otro. En esa direccción, se puede afirmar con toda seguridad que la estructura es portadora de sentido. Pero volviendo al núcleo de tu pregunta, que tiene que ver con la reescritura de una obra que no es mía, puedo mencionar un concepto que a esta altura para mí es una categoría de pensamiento: la resonancia. Me ha pasado varias veces que al leer una obra o un ensayo o una novela se produce en mí una especie de reacción física, una sensación de que esto que estoy leyendo (que en realidad estoy viviendo) tiene que ver directamente conmigo, con mis obsesiones, con mis sentimientos, con mi imaginario. No es un acercamiento intelectual, o dista mucho se serlo de manera completa (el pensamiento está siempre presente). Entonces me doy cuenta de que tengo que hacer algo con esa reacción física que se acaba de producir, tengo que transformarla en material creativo. Voy a dar ejemplos. Cuando leí la segunda conferencia de La verdad y las formas jurídicas, de Michel Foucault, que es un análisis de Edipo Rey que sostiene que Edipo es el hombre del poder, inmediatamente sentí que a partir de esa idea había que plantear una reescritura. Y al mismo tiempo, modificar el punto de vista para darle la voz a la víctima de la tragedia. Así fue como escribí Yocasta, que es la narradora protagonista que relata todos los hechos desde su propio punto de vista: cómo Edipo estaba obsesionado poder y eso le importaba más que la confirmación del parricidio y el incesto cometidos por él. Cuando leí Lástima que sea una puta, de John Ford, la idea de un amor incestuoso entre hermanos me parecía tan extraordinariamente potente que fue como si me hubiera magnetizado. Esa fue la resonancia. Abordé la reescritura de la obra trasladando la acción a la pampa argentina, a un mundo rural y reduje la cantidad de personajes para que la concentración de la acción llevara a una condensación de sentido. Así fue que surgió Los hechizados y el comprobar que todo ese procedimiento funcionaba se transformó en fuente de enorme placer. Es una de mis obras que más he disfrutado. Con Fausto en Valle Oliva, la lectura de Fausto, la obra de Marlowe, me llevó a imaginar de que manera se podría manifestar en nuestro tiempo un pacto con el diablo, que es un tema que me apasionaba desde muy chico. Y me encontré con que ese pacto podría expresarse perfectamente en la traición a la gente que confía en nosotros. Otra vez la resonancia no solamente para mí, sino para un enorme sector de la población de este país.

 

Resplandor, dirigida por Anahí Martella

PE- Últimamente me enteré de que hay una participación tuya en un libro importante, el Handbook of Greek Drama in the Americas. ¿De qué se trata esa participación?

HLD-The Oxford Handbook of Greek Drama in the Americas es una colección de ensayos que tratan de los diferentes acercamientos dramáticos a las obras griegas clásicas que se realizaron en las Américas desde el principio del siglo XIX hasta el presente. Y la verdad es una verdadera suerte y un orgullo estar en ese libro. Cuando estrené Yocasta, en el año 2011, María Florencia Nelli, una investigadora argentina que pertenece a la Universidad de Oxford se enteró de la existencia de la puesta, la vio y me hizo una entrevista muy hermosa que me permitió analizar en detalle mi propia obra, tanto desde el punto de vista de la escritura textual (la versión libre de la obra de Sófocles) como desde el punto de vista de la escritura escénica (la puesta en escena). En esa entrevista pude explicar en detalle cada uno de los elementos que constituyeron el sistema de la puesta, lo que significa dar la voz a la que en el texto original es un personaje secundario, el modo en que la idea rectora de Edipo como hombre del poder se manifiesta en la escenografía, el vestuario, la utilería, la luz y, por supuesto, el sistema de los movimientos de los actores, que siempre es el tema fundamental. Aunque la entrevista se realizó en castellano fue traducida al inglés para ser incluida en el libro. Lamentablemente, no cuento con un ejemplar porque en Argentina no se consigue, y  traerlo de afuera es muy pero muy caro.

 

Fausto en Valle Oliva

P.E. Esa impronta es un sello. Yo sé que voy a ver una “Levy-Daniel”. Entonces ya sé que debo colocar todo mi entendimiento y atención porque no hay nada azaroso ni dado y que por supuesto mi cabeza saldrá casi colgando de mi cuello, particionada en lo que vi, lo que comprendí y lo que puedo humildemente decir luego. Es decir, estoy frente a una poética. Y no hay nada que yo respete más. Los transgresores son siempre bienvenidos pero la mayor transgresión para mí sigue siendo no traicionarse. Y eso lo puedo decir de  pocos/as. ¿Hay que ser muy consciente del objetivo o el estilo escriturario se impone siempre?





Yocasta



HLD-Muchas veces me has atribuido este “no traicionarme”, lo cual me halaga mucho y no puedo dejar de agradecerte. Y ahora que me hacés esta pregunta, me obligás a analizar cuál es el mecanismo, lo cual también te agradezco. Yo creo que tiene que ver con lo que mencioné antes respecto de desplegar un mundo. En mi caso, el mundo que llevo dentro de mí no sólo está compuesto de imágenes, obsesiones, temas, sentimientos. El mundo es en lo fundamental una forma de verlo. Y eso implica necesariamente una idea acerca de cómo funciona, o deja de funcionar, o debería funcionar. Y esto ya refiere a cantidad de valores que se ponen en juego. Podríamos hablar de ideología, pero es una palabra demasiado bastardeada, yo prefiero usar la palabra cosmovisión. Es mi propia cosmovisión lo que jamás he abandonado y la que he desplegado a lo largo de los años y espero poder seguir desplegando. Esa cosmovisión creo que es una idea profunda que me acompaña desde hace mucho tiempo y en cada manifestación de esa idea aparece una obra, una puesta, una narración, un ensayo. Siempre he sido fiel a esa forma de ver el mundo pero supongo que eso no requiere de demasiado esfuerzo, alcanza con ser riguroso con uno mismo y no desviarse. El verdadero riesgo en realidad es volverse solemne, que creo que es una de mis pesadillas. O caer en la banalidad, otro pecado que para es mortal para mí. Se trata de no traicionar la propia cosmovisión y al mismo tiempo insuflarle permanentemente vida a ese mundo. Por supuesto, después está el tema de la escritura. En el caso del teatro, tanto la escritura textual sobre el papel como la escritura escénica con los actores en el espacio teatral. En esas dos instancias esa cosmovisión se sumerge, late y queda como algo que subyace. Y lo que se manifiesta es la acción propiamente dicha, la luz, el trabajo actoral, los colores, la vida del teatro propiamente dicha.



Dinero, Heptalogía


PE- Vayamos al hoy, a lo que en nuestro caso siempre es inminente ¿Cómo ves lo que acontece en el ámbito teatral, siempre contemplando que nunca está separado de la actualidad? Nada está separado de la coyuntura y el lenguaje es ideológico y en mi caso, es sabido que cuando hay sustento ideológico el teatro me imanta.

 

HLD-La cultura argentina vive en un permanente estado de extorsión y amenaza y esto debería acobardar y paralizar a la gente que se dedica a la cultura. Sin embargo, nada de eso sucede. La palabra resistencia, que en muchos aspectos equivale a un lugar común, adquiere afortunadamente en estos momentos todo su sentido. Escritores, músicos, cantantes, artistas plásticos, directores, actores y actrices y creadores de todo tipo desafían cada hora de cada día esas extorsiones y esas amenazas. El deseo manifiesto de aniquilar la cultura manifestado por el fascismo (en el cual incluyo no solamente a funcionarios del gobierno sino a comunicadores y un sector muy importante de la sociedad civil con el cual mantiene numerosos vasos comunicantes) produce el efecto extraordinario de energizar a los creadores de todos los ámbitos. El caso más ilustrativo es el de la novela de Dolores Reyes, Cometierra, que logró una difusión y una valorización impensadas. Ahora bien, en el caso más concreto de la actividad teatral, creo que el teatro en nuestro país tiene desde hace décadas una enorme vitalidad y una enorme potencia, aun en estas circunstancias tan espantosas. Se mantiene desde entonces una efervescencia que no cesa ya que permanentemente se integran nuevos creadores y creadoras. Sin embargo, creo que con el entusiasmo no alcanza, el apasionamiento no es suficiente. Creo que para que la vitalidad del teatro no se apacigüe, para que se produzcan obras de calidad estable, es necesario que cada creador o creadora adquiera el hábito de bucear en el propio mundo. Descubrir un mundo propio no es fácil: se requiere esfuerzo, paciencia y formación. Y muchas veces, el apuro por estrenar, por sentirse parte integrante de la cultura teatral hace que estas condiciones se dejen de lado. Esto en una primera instancia; después queda la tarea de expresar ese mundo, de explorar las mejores formas de manifestarlo, tanto a través de la escritura textual como de la escritura escénica. Y ahora muchas veces (lo puedo comprobar todo el tiempo observando la cartelera) los creadores se dejan llevar por los temas que se supone están de moda porque piensan que es una manera de garantizarse cierta concurrencia del público al que suponen interesados en dichos temas. “Uno tiene que trabajar por propia necesidad y no por lo que dicta la moda”, dijo alguna vez Griselda Gambaro. Se apuesta a lo que se presume como “seguro”. Pero una creación que intenta convertirse en artística inevitablemente debe afrontar riesgos. Esa reticencia para arriesgarse, ese deseo de caminar siempre sobre terreno firme y seguro termina por aplanar las obras. Y en esta profusión de obras sobre unos pocos temas, muchos de quienes escriben sobre espectáculos se pierden al seguir permanentemente pistas falsas.

Los Hechizados



PE- ¿Hay planes para el 2025? Nunca estás quieto. Ni como dramaturgo, escritor , ahora con el Diario de Infancia que aún no leí, y director por supuesto. “Las esperas” funciona bien y es altamente significante. ¿Vivimos en diversas esperas ¿no? Algunas más auspiciosas que otras.

HLD-Sí hay planes. Estoy en pleno proceso de escritura de una obra en la que dos actrices (Silvina Muzzanti y Gianna Pérez Prado) van a encarnar a dos pares de personajes. Dos hermanas en el último tercio del siglo XIX, más o menos en la época en que se declara la epidemia de fiebre amarilla; y dos médicas en nuestra propia época. Estas dos parejas son en realidad los mismos personajes con una diferencia temporal de unos ciento cincuenta años. Con respecto a Cuaderno Infancia, que acabo de publicar hace unos dos meses, se trata de un libro de relatos de mi propia infancia que me parecieron significativos y que escribí hace mucho tiempo. Sesenta y cuatro relatos breves que comparten un mundo y un estilo de escritura, que fue en realidad el objetivo al transformar cada una de las anécdotas en un ejercicio textual.

El Fruto más amargo


PE- Yo sé que siempre me pongo un tanto intensa con obras tuyas pidiéndote que las repongas, Me han gustado todas pero algunas me fueron superlativas y sé que el tiempo cambia y que vas hacia adelante pero qué nostalgia tengo muchas de tus obras. Ojo, no hablo sólo de 2008 sino de hace un par de años. ¿Las razones?


La inquietud de la Sra. Goebbels (Las Mujeres de los Nazis)


HLD-Las razones me parecen difíciles de refutar. El teatro es el arte de lo efímero y yo cada vez que pongo en escena una obra mía es para tratar de comprenderla, para investigar de qué trata aquello que escribí. Esto puede parecer absurdo pero no lo es. El autor no es el dueño del sentido de su obra y jamás puede tener conciencia plena de las implicancias de lo que escribió. Entonces, cuando yo decido poner una obra mía en escena me acerco al texto con la misma perplejidad con la que me acerco a un texto ajeno. Esa perplejidad, y ese asombro, digamos, es fuente de creación y muchas veces actrices y actores quedan un poco desorientados cuando me hacen una pregunta sobre el texto y yo solamente atino a responder “no lo sé”. Dirigir una obra propia es ingresar en otra lógica completamente distinta de aquella con la que el texto se escribió y esa investigación sobre esa lógica diferente es apasionante. Todo esto va contra la posición de ciertos autores que creen que tienen la verdad sobre el texto por el solo hecho de haberlo escrito. Eso es totalmente incorrecto. Creo que la analogía que mejor funciona para explicar lo que quiero decir es la de los sueños. Uno no comprende su propio sueño por haberlo soñado y de la misma manera no comprende su propia obra por haberla escrito. Para entenderla, para darle un sentido, se requiere un trabajo de investigación con los actores y actrices en el espacio. Volviendo a tu pregunta inicial, no repongo mis obras porque eso implicaría una repetición mecánica de algo ya investigado, de un sentido que tuvo su valor al cabo de un proceso en el que pude asombrarme al abordar mi propio texto.

Las Esperas


Algunos Libros








PE- Gracias Héctor. Yo seguiré viendo, no sé desde qué lugar, tus obras venideras. En estos años varias veces me perdí en pistas falsas por la pulsión de seguir al Teatro Argentino de cerca y no dejar a nadie nuevo fuera de mi foco. Luego, la erosión del tiempo, la necesidad de no escribir de oficio y otras cuestiones me dejaron en una zona que lejos del confort, era una necesidad del signo teatral significante. Y por eso quería cerrar éste, mi ciclo de crítica, con alguien de tu espesor semiótico. Hay escritoras y escritores que me gustan muchísimo pero cerrar con vos era perfecto. Un ciclo que termina como comenzó y con quién comenzó. Y aunque parezca una reiteración te diré lo mismo, gracias por no traicionarte. Hay un pequeño puñado que no lo hace (creo) , a la escritura me refiero, pero yo deseaba esta confirmación para mí y obvio, para otros, porque y ahora pienso en Walsh, en el violento, a veces, Oficio de Escribir, que se la juega en una ontología universal y particular del sujeto que resuena por mucho tiempo sin cesar y muchas veces.

 

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 











Entrevista a Héctor Levy-Daniel, Dramaturgo, Director, Ensayista, Maestro de Dramaturgia.  Cierre de un Ciclo que así, se vuelve virtuoso.