1939, vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el Dr Sigmund Freud convoca al escritor, crítico y catedrático de Oxford C.S. Lewis a un debate sobre la existencia de Dios; el objetivo parece ya recorrido, pero hay un bosque, no hay que quedarse en el árbol.
La unidad es la variedad,
y la variedad en la unidad
es la ley suprema del universo.
Isaac Newton
Por Ana Abregú.
El Dr. Sigmund Freud (Luis Machín), convoca al profesor C.S.Lewis (Javier Lorenzo), prominente catedrático de la universidad de Oxford, en Inglaterra –donde se encuentra Freud, exiliado de Alemania preludio de guerra–, para tratar temas que asedian al famoso psicoanalista; el sorprendido Lewis, acude aunque, como el culpable que confiesa antes de ser acusado, declara que ha escrito denostando al "viejo", por sus ideas contrarias a Dios.
Freud manifiesta que no ha leído el libro, ironías sutiles que comienzan con la gestualidad de Machín, que sorprenderá durante toda la obra, la personificación de Freud que ya tenemos instalada por la reificación del imaginario sobre el famoso psicoanalista, los temas y pensamientos que no serán la cuestión principal, sino quizás, la excusa.
El escenario, como refiere Freud, el de un coleccionista –palabra que usa el psicoanalista, ante la extrañeza de Lewis por la profusión de figurillas–, tanto en el escritorio como bibliotecas, se puede ver que hay todo tipo de estatuillas de entidades consideradas dioses o divinidades, tanto de mitos como de circunstancias históricas, Hermes, Buda, Akenatón, Adriano, faraón Keops –esfinge–, Venus, Bastet, etc.; la variedad anula el objetivo del telos, del casual o tendencia; lo que las une, no es el arte, sino lo que representan, que instala las relaciones conceptuales entre el significado de la "colección", y la afición; la elección de los objetos –que Freud confiesa buscar por el mundo–, coloca la búsqueda, como una fuerza que pone en tensión la Transestética de Baudrillard: revertir la función del objeto como arte, y preponderar el significado –quizá superioridad en relación a la inmortalidad– referir al simulacro de lo que representa el objeto con lo que simboliza ilusoriamente: la idea de deidad inmortal, que coloca el arte como cómplice de la propagación de la deificación.
Para los judíos dios no tiene representación, tampoco nombre, no se lo puede mencionar, se refieren a él con el genérico dios. Pero en la colección, tampoco hay representación de Jesucristo, la cruz o cosmogonía de ángeles u otras entidades o signos del cristianismo, aunque entre los objetos está La Victoria de Samotracia, figura con ala sin cabeza, que no hace referencia a ángeles ya que es del período helénico de 190 a. C; el faltante coloca al dios cristiano y al judío en la misma categoría de ausencias. Y desde esta ausencia simbólica el diálogo entre los intelectuales fluye: el convertido a creyente Lewis y el ateísmo de Freud.
El diálogo, matizado de interesantes reversiones de argumentos que tanto confirman una postura como la otra, con un inconsciente que resulta en vibrar a través de las cosas; Freud dirá que los objetos son verdades, contradiciendo la subjetividad que la elección evoca, que para Lewis es significativa, y en apoyo de su concepción sobre un ser superior, en su caso el dios cristiano; mientras Freud intenta desarmar la vocación utópica del significado para reducirlo a afición, negando el nomadismo acotado de la representación de las estatuillas; se introducen en diferentes puntos de vista sobre la existencia de dios, recorriendo argumentos sobre la volubilidad del valor de la vida; la ingente defensa de Freud sobre la inexistencia de un dios se ve reforzada por su estado de salud: tiene cáncer de boca; la enfermedad como vehículo visual que interviene en las contradicciones sobre un ser "que cuida", las interrupciones tortuosas que impone la dificultad para hablar, realidad sin abstracción que carga sus consecuencias, la dificultad del órgano que interfiere: la lengua, la palabra; la enfermedad, la fuerza superior que la cancela.
Las referencias visuales son múltiples, Lewis relata un traslado en un sidecar, descripción que Freud repone con ironía por colocarse en posición fetal, disminuido, en vez de manejar el vehículo, que refiere a dejarse controlar, en vez de conducir –metonimia de cederle a la religión el control de su estar–; al mencionarlo por primera vez, Freud está parado, Lewis sentado, hay una instantánea entre superioridad de argumento en referencia a la ubicación de los actores y posición sentado-parado, Freud mirando desde arriba, Lewis desde abajo; pero, avanzada la obra, Freud lo menciona por segunda vez, en tono irónico, es Freud el que está sentado en su sillón en la misma posición reducida que describe a Lewis en el sidecar –Lewis está parado frente a la ventana, ahora la relación de alturas se ha transpuesto, como los argumentos que presentan perspectivas invertidas–; Freud agotado por la enfermedad, cáustico, resignado; a lo que se agrega la información que se escucha en la radio, que eventualmente informados por Ana desde el teléfono –Ana la hija de Freud; teléfono, pieza de la época, con manivela–, interfiere el clima de tragedia personal con la maquinaria ineluctable de la guerra; el afuera interfiriendo en la gnosis obsesiva, la intervención de un ser superior.
Alguna forma elaborada de "por qué a mí", me dejaron la impresión que ante invisible interlocutor, dios, Freud impone a Lewis el rol de defensa o convencimiento, secesión del significado de las estatuillas por argumentación igual de sólida, "verdades" en su concepción, exigiéndole despejar la vacuidad de sus no creencias.
No asistimos a una discusión meramente teológica, sino a una lógica de circunstancias, de hechos. La posición de Freud respecto al condicionamiento social, como proceso de formación de creencias y supeditación del sujeto a sus circunstancias –teoría difundida–, expresa las diferencias y el interés de Freud en el encuentro, en particular con Lewis, al que declara intelectual a la altura del planteo y que se ha convertido en creyente; a pesar de condicionamientos de nacimiento y educación que lo asimilaban en otra dirección; un desafío a su teoría; "algo" lo convirtió, escribió sobre cristianismo, se acercó a la idea de la religión como concepción de la existencia lo que ha causado impacto en Freud, casi se diría, una singularidad en la teoría de Freud que el vienés intenta descifrar; también la repetición del proceso de búsqueda, obsesiones de Freud, la "estatuilla" que no está, la ausencia que le falta a la colección; ahora indagando en los porqués de Lewis, a quien considera a su altura intelectual.
Se nombrará a diferentes escritores, entre ellos a Tolkien, amigo de Lewis, se establece con ello una especie de desbalance entre fantasía –no se nombra la obra del propio Lewis, Las crónicas de Narnia– y realidad, que a los fines de la discusión teológica representan géneros de lo fantástico; sobrevuela el sentido de invención apócrifa con la idea de dios, pero no se toma a la ligera; "la palabra de dios", con sus actos milagrosos como método, no se discute como género literario fantástico, y es notable también, que en el lenguaje de Freud tracciona frases como «gracias a dios», o, precisamente «milagro», términos que desde su visión se toma como una "manera de decir"; que impone la potencia del inconsciente como regulador del decir, teoría de creación de Freud, sin nombrarse, de igual modo habrá referencias laterales sobre el sexo, que también se asocia a Freud y la perspectiva de época, en referencia a la moral; pero revela la potencia de las formas de las palabras para introducirse en expresiones cuyo significado refiere a "algo" superior como consecuencia de sucesos; la excelente gestualidad de Machín consuman el diálogo de sus pensamientos, más allá de las palabras con que se desliza sobre el límite con la pelea por la forma de decir –el inconsciente lo traiciona–; Machín corporiza a Freud de manera notable, no hace falta que acompañe con argumentación en palabras, la gestualidad de los ojos, las manos, el cuerpo, la vacilación al caminar, las circunstancias de la enfermedad que produce el sangrado en la boca, el detalle de las manos, los dedos, que ya es como un significante en sí; una actuación que bien acompaña el partenaire, Javier Lorenzo, que no se deja ganar por lo que la realidad de Freud afronta; su fe, inamovible.
Muy interesante el escenario en cuyo foco central un ventanal deja pasar la luz del día, las escenas y sus sombras, y contraluces reconstruyen el perfil de sugerentes imágenes, como cuando Lewis se queda de espaldas al público, inmóvil y replica un cuadro de Magritte, el hombre reconocible dentro de un contexto alterado, el pensamiento vuelto cosa –el enigma del ser frente a la adversidad, de espalda a la mirada del espectador–, el hombre a contraluz; que tendrá su correlato en otra escena, al final, que prefiero no revelar.
Así como el diván, en donde se alternarán roles entre ambos, y el método de reposición de la niñez o traumas infantiles que pudieran explicar el sistema de creencias.
Mientras se da esta esgrima de argumentos, el discurso de Chamberlain sobre el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, pidiendo a Dios que los proteja produce un efecto de perspectiva social, frente al hecho de la guerra, la contingencia en relación a hechos monumentales: la muerte; dios como esperanza; Freud, apaga la radio cuando aparece música, confiesa que le produce una emoción a la que no puede poner nombre y no controla, lo que revela su necesidad de respuestas y de no dejarse llevar por la conmoción inexplicable y –en mi opinión–, clave de por qué no se deja ganar por la experiencia espiritual de la religión, que es del tipo de emotividad espiritual que produce la música; estos factores externos, como las llamadas de Ana, la enfermedad, los simulacros de la guerra biológica –tanto Freud como Lewis en su portafolio, cargan máscaras antigás– forman un sistema con un horizonte de expectativas que deja en claro que la obra no trata sobre un final, o disquisiciones ya recorridas sobre la existencia de dios, ni sobre la situación, ni sobre si habrá algún corolario para el debate que se plantea, sino que asistimos a una experiencia emocional, transmutación de época y un Freud carnal, real, gestual; compromiso estético, ritmo, producción de representación como prioridad por sobre la expresión ideológica, filosófica, con plenitud en los detalles argumentales que se revierten tanto para una tesis como para la otra; la progresión emocional que reajusta sus términos produce un estado de estupor que no se cancela con el aplauso, ni con el fin de la obra.
Asistí a una experiencia sensorial que, como la música que perturbaba a Freud, ha requerido de esfuerzo por levantarme de la butaca hasta emerger de la atmósfera y conmoción emocional e intelectual que proveyó la fórmula Luis Machín, Javier Lorenzo, Daniel Veronese.
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FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Actúan: Luis Machín, Javier Lorenzo
Diseño de escenografía: Diego Siliano
Diseño de luces: Marcelo Cuervo
Fotografía: Nacho Lunadei
Supervisión de vestuario: Laura Singh
Asistencia de dirección: Adriana Roffi
Producción ejecutiva: Luciano Greco.
Producción general: Sebastián Blutrach
Dirección de Producción: Sebastián Blutrach
Diseño gráfico: Diego Heras
Prensa: SMW
Comunicación en redes: Bushi Contenidos
Clasificaciones: Teatro, Adultos