Por Ana Abregú.
Nada perdura,
excepto las cualidades personales.
Walt Witman.
Me he asomado a la magia y no he salido indemne.
Extraordinaria experiencia de cuerpo, luz, silencio y voz con las mismas potencias de significación.
Si la poesía se pudiera representar, esta sería la forma, la belleza en un máximo: gestualidad plástica, energía extrasensorial.
Si me hubieran dicho que una sola persona sin desplazamiento ni más recursos de escenario, sentada en una silla durante setenta minutos despojada de toda estridencia de vestuario, descalza, sin maquillaje, me elevaría el espíritu hasta dejarme temblando, no lo hubiera creído.
El efecto mariposa de Lorenz expresa que un leve aleteo produce una tormenta en otro lado del mundo; este aleteo es la nariz de Angélica Moscarda (Miriam Odorico) a quien su esposo informa que la tiene torcida. Parece un comentario banal, pero para ella es revelador: la introduce en la vorágine desde el auto análisis hasta la extrospección; el hecho de ser otra para alguien más detona el sentido aporético de la auto percepción; se desenrollan dilemas formales que plantea la noción de la mirada ajena y la propia como sistemas enfrentados, emerge un conflicto representativo de la operación transcendental de la existencia.
Esta tremenda actriz convierte el breve espacio de una silla –de la cual no se levanta– en un contexto utópico y revierte el concepto de límite de desplazamiento en la libertad expresiva con que construye personajes y relato.
Asistimos a la conversión de un cuerpo en objeto narrativo; la voz en voces y naturaleza; la luz (Giampaolo Samá) en argumento.
Emerge la cuestión de la cosa nombrada, la palabra como contenido, definición y profundidad: la imposibilidad de vernos vivir coloca a la palabra vida en una abstracción que solventa su existencia extra objeto, fuera de él, para el caso de ella, Angélica, la persona que otros perciben o la que ella mira en el espejo; proyección de si, proyección en los demás, desde el sentido polisémico: atribuciones de persona física e incluso intenciones que no se reconoce en si; o resonancia de características, cualidades de la personalidad; o aquello que resulta reconocible como sólido, persona sobre la superficie plana reflectante que no exhibe el ser o su condición. Lo real no es tal como se es, las palabras imponen sus reticencias y sobre todo, cuando hay un espejo reflectante que no arbitra la diferencia entre la persona que se mira y la que es por dentro: pensamiento, personalidad. La protagonista irá desandando el camino de estas hipótesis sobre las múltiples facetas en que tanto su vida, como sus intenciones, se van diseminando en suposiciones y van volviéndose características inalienables.
No es un cambio en su atención a los detalles personales como una mera diferenciación que alguien más da por hecho, sino la experiencia artística con que la actriz expresa las equivalencias entre realidad y representación: la actriz está meramente sentada en una silla y nos colocará en los ojos los personajes, las situaciones, los gestos; y como si no fuera suficiente la limitación de espacio: lo lleva al asombro de hacerlo hasta sin emitir sonidos; mucho más que una glosa metafórica, la dialéctica del cuerpo se coordina con la narración y la luz el vestuario de la abstracción del hecho artístico que excede la propuesta de Luigi Pirandello, la obra en que se basa esta adaptación.
La reproducción híbrida del adentro y el afuera, el singulto, la coordinación estereofónica entre palabras y gotas de lluvia impactando en el techo de chapa, la luz como testigo, producen una epifanía a la que no cabe otra palabra más que extraordinaria. Y no es la única.
La pertinencia de la palabra sobre el relato caerá en una dicotomía, el cuerpo se vuelve palabra, sin sonido; el cuerpo nos pondrá el significado de la escena sin necesidad de sonido o relato porque desde el comienzo nos han ido sembrando un lenguaje nuevo, compuesto de luz y gestos.
Cuerpo y luz sinónimos de pura invención heteróclita; argumento de tres proposiciones: sonido, cuerpo y luz, silogismos que se deducen entre sí; hasta ese final que el espejo no reproduce: el eco en los espectadores; el eco que queda vibrando ante una atmósfera irreal pero táctil.
Miriam Odorico (protagonista, esposo, inquilino, inquilina, recepcionista del banco, administrador del banco 1, administrador del banco 2, amigo y sacerdote, superior del sacerdote, pueblo, suegra, naturaleza, gotas de lluvia, perro, etc.) y Giampaolo Samá (luz, sombras, argumentos, vestuario, venablos) nos han maravillado con una puesta minimalista en la que el talento es el mayor protagonista, aquello que perdura.
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FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Diseño de luces: Giampaolo Samá
Diseño gráfico: Paola Bilancieri
TIMBRE 4
México 3554 / Boedo 640 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4931-9077 (escuela)
Entrada: $ 4.500,00 - Sábado - 20:00 hs - Hasta el 25/11/2023