Proyecto Garland – inspirada en la vida de Judy Garland por Marina Murilla por Ana Abregú

 



Conocida por interpretar el papel de Dorothy Gale en El mago de Oz. Judy Garland alcanzó altura internacional como actriz en papeles musicales y dramáticos, como artista de grabación y en el escenario, con el objetivo de fábula infantil, el reverso de la vida de Garland, el Proyecto Garland desnuda la realidad de una industria que devora personas y personalidades.

Por  Ana Abregú.

 

 

Te quiero conocer saber a dónde vas...
Alegre mascarita, que me gritas al pasar:
"¿Quién soy? ¿A dónde voy?"
"adiós... adiós... adiós..."

Siga el corso
A. Aieta y F. García Jiménez


 

La puesta utiliza elementos de video, sonido, imagen, fotografía, memoria, y presencias; la identificación y fuerte transferencia orientada hacia la biografía de Garland, se advierte como una experiencia que relata y que transmite al espectador la psiquis íntima y con sensibilidad y agudeza los conflictos de uno de los íconos de Hollywood: procedimiento de mixtura entre relato y personificación, rescata el valor de testimonio, haciendo invisible la distancia histórica que impone en la obra un dispositivo de permiso, dirigido a un público universal; «esto pasa ahora», se dirá.

Advertimos el esfuerzo al crear escenas literales, un pasaje entre historia y relato, la mirada del espectador presente y el de Garland, el referente de una época, pero es actual.

Casa, hotel, manicomio, espacio de entrevista en medios, espectáculo, los elementos revelan al utopismo de las máscaras, subversivo o subvertido en cada contexto, narración, personaje, actriz; pareja y representante; y la inquietante presencia de una entidad, algo fantasmal, con bata blanca.

«¿Ustedes están viendo esto?», dice Judy Garland (Marina Munilla), frase que atraviesa como un puñal al espectador; está sentada en las rodillas del personaje de Oz, el Espantapájaros, el actor Ray Bolder en la versión original, 1939; quien insiste en manosearla. Se está filmando la escena, todos observan el abuso; con el consentimiento de la madre; misma situación que se vio obligada a someterse por parte del propio Mayer y otros.

«Kansas no existe, me río de la gente que cree en Kansas», Kansas es el hogar de Dorothy, ha ocurrido un accidente, un golpe en la cabeza, ella aparece en Oz, donde estarán el espantapájaros, el hombre de hojalata, el León; es notable que el personaje, Dorothy, haya conseguido salir de la fantasía y volver al hogar en la obra de Oz, pero persiste y persigue a Judy, en la realidad, toda su vida; le exigen ser Dorothy, la niñita de Kansas; mientras la moldean como Dorothy cuestionan su peso, se burlan; cerda, monstruo, obesa, son algunos de los adjetivos con que se dirigían a ella los ejecutivos de la Metro.

Otro personaje, narrador es el tercer marido, el productor Sid Luft (Gastón Biagioni), el cambio de foco coloca a Judy como un objeto, un nombre, una fantasía, la mirada retrospectiva que salta al presente del relato y a la biografía; intenta salvar su rol. Cómo describe, qué representa él mismo: organiza el cuadro verbalizando el efecto y no el síntoma; mientras a Judy somete, golpea, es cruel.

La extraordinaria performance de Marina Munilla nos lleva a presenciar la evolución de la decadencia de Judy, así como la magia de su voz; Judy, una mujer de la que se decía débil, alcohólica, entregada a los excesos de las anfetaminas, al sexo, de la cúspide a la declinación: Munilla nos conduce por un desbarrancadero de emociones, en voz, relato y cuerpo, se emplaza entre vida, muerte, vicios, con el pulso de su voz –extraordinaria cantante– y los encadenamientos causales como una operación de un entorno que la manipulaba y explotaba. La encarnación de Judy toma forma en cada gesto de Munilla, rostro, miembros, plasticidad del cuerpo; con el efecto de los excesos y la maniobra de transformación radical que opera en Judy la relación con el dinero, el público, el espíritu que sobrevuela: el consumo y el consumismo, la persona es como mercancía; apoyada en las incertezas en donde la muerte es una intrusión dinámica que atraviesa sus acciones.

«¿Ustedes están viendo esto?», nadie escucha el grito de auxilio; anfetaminas para que estuviera despierta, barbitúricos para que durmiera, sexo con directores, actores, ejecutivos; dieta a caldo de pollo y cigarrillos para mantenerse delgada y con aspecto aniñado.

Se verán imágenes de la vida de Judy, la máscara de la felicidad y la épica de la farsa, el montaje del esbozo provisional de la narrativa histórica, el instante, el documento.

En el escenario, cuidadosos detalles, nada hay para “mirar”, objetos que atrapan la atención por ser una obra, con apariencia de interrelaciones discontinuas entre sí, arte sin comunicación, hasta que se resignifican en el relato, y se reproduce un concepto que decantará en el análisis de la unificación y sentido, la relación sensorial escandalosamente insoportable; un hotel transitorio donde Sid se refugia con objetos de menaje antiguo; camilla de hospital, neuropsiquiátrico, máscara del espantapájaros; en el centro de la escena una bañadera antigua –que produce desasosiego, una presencia central que se asocia al ahogo, a la imposible limpieza de los sucio, a la ablución, a borrarse huellas del cuerpo, un refugio donde no la se la ve, un espacio fuera de la mirada externa donde puede ser ella misma; espacio donde se permite no ser colectiva, y se exhiben las marcas de declaraciones de género–, guitarra para los musicales; notable el efecto de las llamadas, que se escuchan en un contestador antiguo; mensajes de la madre y otros, que sugieren el origen de las voces en la cabeza que la aturdían durante las internaciones.

El tercer narrador y personaje, el Doctor Kuper (Leonardo Murúa) ofrece el punto de vista desde un panóptico: el público, entrevistador, falsa moral, terapeuta, dealer; narrador que rompe la cuarta pared y habla al público sobre el abuso a niños; su presencia como un espectro.

Hay un cuidadoso contraste que evita los clichés, lo blanco es inquietante –sábanas, bata del médico, bañadera, polvo que se aspira–, las sombras atenúan la realidad dolorosa –lobreguez durante los musicales, los cambios de ánimo–; el verde, relajante en la naturaleza significa una regla mnemotécnica que Judy debe asociar a las anfetaminas que consume de día; el azul –que asocia al mar– los barbitúricos que consume por la noche; el negro es el brillo del éxito; zapatos rojos, zapatos negros, la realidad, la estrella, el arcoíris el camino de su destrucción.

A Judy no sólo la moldearon por dentro, sino también por fuera, la gestualidad de diva, de caprichosa, el descontrol, la farsa de la presencia pública edificaron sus gestos y Munilla sale y entra del cuerpo de Judy a la narradora con asombrosa conversión que sostiene la conmovedora cadencia eficiente que sostiene la tensión.

La ausencia de ética y conciencia es atenuada por la época, sin embargo se articulan situaciones que se reconocen en el presente, “juzguen ustedes”, parecen decirnos los ojos de la actriz, caracterizada como Judy, bajo la perspectiva de que siempre hay alguien mirando, público, entorno; asistimos al proceso de colectivización que reemplazan al individualismo del mercado –idea de Lukács–, experiencias de la vida cotidiana como modelo en el presente, que se instauró en ese pasado, el nacimiento de las grandes productoras cinematográfica, máquina de picar personas; en donde la capacidad de inacción del espectador es cómplice.

El movimiento de los actores en el escenario es un montaje de fragmentos entre biografía y relato que no son sucesivos, sino simultáneos, se canalizan en apotegmas que anuncian.

Mientras, como una epifanía, puede leerse en un cartel, por arriba del escenario diferentes mensajes, palabras de Judy, pedido de auxilio, fragmentos de las canciones, y una de las más audaces: “Dios es un hijo de puta. Me hizo lo suficientemente inteligente para darme cuenta de que tengo una vida de mierda, pero no tanto como para huir de ella”.

Judy Garland crecía en dimensión apenas comenzaba a cantar; Munilla no produce menor emanación, una increíble y bella voz, inesperada, Judy misma. Impresionante; además de compositora de los temas y guion.

El teatro es una experiencia intrasmisible, hay que ir y dejarse conducir y desmontar su característica artificial para aspirar a la profunda humanidad esencial que somos, discurso vivo de una realidad inmanente.

 

 

 

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Este espectáculo cuenta con el apoyo de PROTEATRO.

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

 

Dramaturgia: Gerardo GrilleaMarina Munilla.

Actúan: Gastón BiagioniMarina MunillaLeonardo Murúa.

Voz en Off: Osmar NuñezRita Terranova.

Vestuario: Gerardo GrilleaMarina Munilla.

Maquillaje: Aylén Perossi.

Diseño de vestuario: Fernanda Pérez Delgado.

Diseño de escenografía: Gerardo Grillea.

Diseño de objetos: Mora Amigo.

Realización de vestuario: Fernanda Pérez Delgado.

Música original: Gustavo García Mendy.

Letras de canciones: Marina Munilla.

Equipo Creativo: Gerardo GrilleaMarina Munilla.

Diseño De Iluminación: Adrian Grimozzi.

Diseño gráfico: Ryd Gráfica.

Asistencia de dirección: Andrés Sturgeon.

Prensa: Daniel Franco.

Producción ejecutiva: Cristina Sisca.

Dirección: Gerardo Grillea.

Duración: 75 minutos
Clasificaciones: Teatro, Presencial, Adultos

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NOAVESTRUZ ESPACIO DE CULTURA
Humboldt 1857 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4777-6956
Web: http://www.noavestruz.com.ar
Entrada: $ 3.000,00 - Domingo - 20:00 hs - Hasta el 29/10/2023

 

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.