La puesta dirigida por Laura Paredes y escrita por Rubén Sabaddini, pone en jaque las nociones de nominar a un él o un ella o un elle, en tiempos de desintegración de las palabras en manos de aquellos que sólo las usan para farfullar. Fantasía o realidad, un alguien dispara una revolución natural que asombra inquieta y a postre tranquiliza porque somos lo que no cambia
Por Teresa Gatto
“La angustia mortal no inclina necesariamente a la voluptuosidad
Pero la voluptuosidad, en la angustia mortal, es más profunda”
George Bataille, El Erotismo.
Ni bien aparecen, rememoran en mí a “Cuadros de una Exposición, viejo y querido álbum de Emerson, Lake and Palmer. Pero no. Elles hablan, se mueven salen de sus cuadros, y tienen un lenguaje que los acerca mucho a sus vestimentas.
El caballero con el perro de casa, la Reina, la Trovadora, una suerte de Filósofo y una Vendedora de panes, vestida como una aldeana. Es ella quién se pregunta si el portento fue iniciado por una pluma, los otros discurren sobre si la capacidad de esa maravilla pudo ser iniciada por una ella, la Reina asevera ¿O por un elle?
Obviamente son personajes del aquí y el ahora y asistieron a un fenómeno devastador de exuberancia natural. Porque cuando el cemento se vacía de sujetos, cuando reina el silencio hasta en la Avenida corrientes, se espera un cataclismo, un tsunami de muertos, una grieta que nos lleve adentro a todes sin distinguir ni en plusvalías ni en pérdidas.
El Filósofo piensa que tal vez sea una interpelación. El cazador argumenta que a él no lo interpeló sobre nada. Claro, tal vez le impidió el hacer.
La trovadora para ubicarnos en tiempo y espacio le pregunta a la vendedora de pan dónde estaba y ésta responde: “dónde iba a estar “en mi departamentito de 30 metros”, “alquilas o es tuyo? Alquilo. Y hoy es muy difícil ser dueño”…se acoplan los demás personajes.
Se cuestionan dónde estaba cada uno cuando el portento comenzó. Se cuestionan cómo tomó la ciudad el fenómeno.
Algunos tocaron bocina, otros vivaron y otros insultaron. No se ponen de acuerdo.
La idea de familia cambia, se ha perdido el sentido de lo lento. O de lo orgánico.
¿De qué habla está crítica?
De una puesta en la que 5 fenomenales actores, cercanos por bien filmados, se preguntan sobre todo: el tiempo, la exuberancia súbita que podría terminar con la carencia. Las calles regadas de frutos de la naturaleza. Siempre cuestionando el Género de quién fue capaz de sembrar las calles.
Si iba en moto, si tenía el pelo largo, si vestía de cuero, si era un él, un ella o un ello.
Sucede, vestido como sea, y regresa el Estado Policía, el Cuerpo policía, la vida policía. Algunos prefieren la policía, otros a los militares, que tal vez restauren el orden anterior a la revolución de la exuberancia natural.
Finalmente hay acuerdo: Era un Hembro. Alejados ya de la quietud, algunos sin miedo a la mediocridad, idénticos a los que nos desprecian, subvertidos en todo sentido. Pero la revolución se paga, y el Hembro parase que ha sido sacrificado.
Es muy arduo poner en palabras una discusión eterna como le mundo.
¿Estaríamos felices en un Carpe Diem o nos quejaríamos de que mucha naturaleza también incluye babosas, hormigas, arañas? ¿Podemos pensar en los términos revolucionarios cuyas categorías perecieron hace 40 años? El personaje tiene razón, esa abundancia, esa magia del Hembro que siembra las calles y hace brotar magnolias o zapallos de las juntas de los adoquines grita interpelando sobre un nuevo hacer y sobre el ser humano como criatura de angustia insalvable.
Angustia existencial por el fin consabido de la vida es la muerte y angustia por la vida que deviene buena o mala, pero que es preciada.
Si frente a un suceso extraordinario lo primero que se piensa es cómo repartir los bienes es probable que al ser humano ya no haya revolución que lo mejore. Porque al menos 2000 años de civilización occidental, han hecho trizas la esperanza de salir mejorados de una catástrofe.
El oxímoron de la siembra del Hembro es justamente pensarse como seres de muerte cuando todo esta brotando repleto de vida
La puesta cuenta con un diseño de luces espléndido de Fernando Berreta, un vestuario que es puro ícono y les permite pasar del ser del personaje al ser de la vestimenta sin solución de continuidad de Flora Cali gurí y el diseño de escenografía de Laura Coprino que lejos de inmovilizarlos en sus marcos de cuadro, les permite incluir elementos que los metaforizan. Rubén Sabadeña escribe Un Hembro y Melisa Paredes le asigna un sentido a la dirección que es un placer para ver y pensar.
Maiamar Abrodos, la Reina, siempre impecable, Juan Baberini , el cazador de clase alta que se traiciona con elegancia en sus enunciados, Horacio Marassi, como un pensador en bata que es el primero en pensar en interpelación, por eso lo denominé “filósofo”, y las dos brillantes y luminosas actuaciones de Claudia Cantero que hace una utilización magnífica de la ironía y Pilar Gamboa, con su atavío de vendedora de pan y el esplín de vivir en un noveno piso de 30 ms. La coreografía creada por Leticia Mazur seduce con la música de Gabriel Chwojnik que produce extrañamiento y configuran este equipo maravilloso.
Algún día relevaremos la tarea de Sebastián Blutrach a cargo del Teatro Nacional por excelencia, El Cervantes y deberemos dar gracias por haber producido, dado trabajo y entretenimiento en el derrotero de una Pandemia que seca los frutos, no los multiplica.
Ficha Artístico/Técnica
Autor: Rubén Sabbadini
Actúan: Maiamar Abrodos, Juan Barberini, Claudia Cantero, Pilar Gamboa, Horacio Marassi
Vestuario: Flora Caligiuri
Escenografía: Laura Copertino
Iluminación: Fernando Berreta
Música: Gabriel Chwojnik
Asistencia de dirección: Vanesa Campanini, Fabio Petrucci
Producción: Maxi Libera, Silvia Oleksikiw
Coreografía: Leticia Mazur
Dirección: Laura Paredes
PARTICIPACIONES
- Este espectáculo forma parte del evento: El Cervantes en la Biblioteca
Podés verla en forma gratuita en
https://www.youtube.com/watch?v=FmOuMzK2eDc