Por Lucía De Leone
¿Cómo se cuenta una vida en acción discontinuada? ¿Cómo se cuenta, insisto, cuando esa vida no es una vida cualquiera, es la de alguien con rostro, con historia de escenarios, aplausos, ovaciones, con un pasar de espectacularidad? ¿Dónde recalar la pluma y la mirada sobre un continuum vital que hizo de monumento exportable de una nación periférica hacia la República mundial de la música? Hablo de Astor Piazzolla. ¿Qué recortes nos propone, entonces, Astor, el unipersonal escrito por Rodrigo de Miguel, interpretado con la maestría de Fernando Santiago y dirigido por Viviana Ruiz? Montado durante 2019, con una función en Sierra de la Ventana, otra en Bahía Blanca (con la calidez que brinda la sala íntima de Juanita Primera y donde tuve el gusto de poder verla), actualmente la puesta tiene lugar en El Centro Cultural El Séptimo Fuego de Mar del Plata.
La obra comienza ya empezada: un hombre, aproximadamente en la mitad de su vida, camina en círculos con una valija por el único escenario visible: un piso de Brooklyn donde resoplan todavía fuertes los vientos de una Buenos Aires añorada. El público mientras tanto se acomoda, acaso perplejo, bajo el signo del silencio sepulcral que provoca la vehemencia de una marcha ininterrumpida: Astor se muestra perturbado, tiene la mirada fija, el cuerpo rígido, un rictus serio y parece emitir los resoplidos de los que se creen vencidos o quienes se obsesionan cuando la creación se niega a la perfección.
Contra las cronologías aseguradas que imponen los tiempos productivos, es decir, que imponen los otros, la obra no sólo se detiene en un momento particular de existencia del músico argentino (algo que hubiera sido sencillo de hacer), sino que establece sus propias formas de medir el tiempo y de habitar el espacio, incluso se anima por momentos a anularlos. En Astor, a las fronteras políticas (de espacio, tiempo, lugar) le ganan la partida otras fronteras aún más poderosas, como son las afectivas. Y cuando hablo de afectos me refiero no sólo a aquello que asociamos en primera instancia con esa imagen (la de un amor pasión que irrumpe casi sin avisar) sino especialmente a la relación afectiva que el personaje entabla con los objetos personales para sobrevivir a sus logros y tramitar sus miserias.
Y es ahí donde nos convencemos de que estamos en el teatro: un espacio escénico donde el uso de la palabra se equilibra majestuosamente con el uso de los objetos, donde la iluminación y la música marcan el sitio preciso donde también quebrar la cuarta pared sin que resulte un truco para despabilar. Porque no son objetos cualesquiera: son los objetos preferidos del músico que también es un hombre que sufre y cuánto. El mundo de los objetos es el que dictamina el pulso de la vida que se cuenta, por eso no es el actor quien hace un uso instrumental para decorar los parlamentos, sino que son ellos los que lo obligan a encontrar el ritmo propio del arsenal de recuerdos, frustraciones y deseos de amor por la música, por la patria, por una mujer, por el mar. Pero tampoco es un espectáculo que se alinea con el llamado teatro de objetos, más bien es un segmento de vida pasada puesta en escena con los recursos de un presente que se muestra discontinuo y deslocalizado, en que el universo objetual se anima a un ordenamiento singular.
A contramano de las dinámicas esperables, son los objetos los que se acercan y le susurran cosas al actor hasta enfrentarlo con el espanto de saberse quién es. Un pañuelo blanco que embellece y arroja luces sobre un cuerpo enlutado puede ser también el instrumento ideal para ahorcarse y con quien empezar una conversación profunda. Un jueguito de infancia que unos llaman payana y otros tinenti sobrepasa la bolsa, desobedece la función primaria y sus fichas son punto de apoyo para los golpecitos que percusionan una creación musical que no sale. Las banderas demarcan distancias pero son ante todo los ropajes temporarios de una falsa calma. El agua que cae sobre un recipiente transparente no es simplemente lluvia, es mucho más; en su retumbe reproduce el vaivén de las olas de un mar que ya no está ni nunca más estará. Las cintas elásticas estiran los brazos, por cierto, pero además delimitan la zona de fuga de una mente intensa y provocadora que se pregunta por el sentido del arte y no nos deja un segundo en paz.
En el tiempo justo de duración de la obra no hay concierto de toses, pareciera como si nadie se atreviera siquiera a respirar. (La persona querida con quien suelo ir a ver teatro se enoja cuando se oyen murmullos o crujidos de sillas, y en Astor no tuvo siquiera que chistar). No hubo modo de salirse ni un segundo de escena. No hubo fuera de campo capaz de desarticular la comunión con la diégesis. Al terminar la función la mayoría de los espectadores transformamos la sala en Zombieland. Íbamos marchando todos juntos, mudos, con los ojos abiertos, sin aliento. Diría, incluso, que hasta casi odiando la perfección que Santiago le roba, en su actuación, a la música que no sale, a la creación retobada, a los objetos insubordinados que hacen de Astor una obra necesaria y magníficamente insurrecta.
*Actor y director teatral. Se formó con Coral y Dardo Aguirre en “Teatro para el Hombre” de la ciudad de Bahía Blanca. Amplió su formación con Rubén Szchumacher, Ricardo Bartís, César Brie, Adriana Barenstein, Lorenzo Quinteros, Eduardo Gondell, entre otros. Ha participado en 25 obras teatrales. En seis de ellas, fue seleccionado por concurso de actores para integrar elencos de la Comedia Municipal de Bahía Blanca y la Comedia de la Provincia de Buenos Aires. Participó en 27 festivales de orden provincial, nacional e internacional. Colabora actualmente con la Asociación "Zattera Teatro di Varese" con proyectos culturales entre Argentina e Italia.
Ficha Artístico/Técnica
Guión: Rodrigo de Miguel
Actuación: Fernando Santiago
Dirección: Viviana Ruiz
Música original: Miguel Larobina
Diseño gráfico: Patricio Moleón
Fotografía: Gustavo Pirola
Realizador de objeto (gaviota): Héctor Martiarena
Estreno: 18 de mayo de 2019
En la temporada verano 2020, la obra se puede ver en
El Séptimo Fuego, Bolìvar 3675, Mar del Plata, República Argentina
Teléfonos: (0223) 495-9572
Entrada: $ 250,00 - Martes - 21:00 hs - Del 07/01/2020 al 25/02/2020