Es necesario entender un poco (los desdichados no se reconocen)


 La obra escrita por la multipremiada Griselda Gámbaro, encuentra en la dirección de Guillermo Ghio, la matriz perfecta para re-presentar un viejo dilema que podría transcurrir en cualquier tiempo y espacio. Los viernes a las 21 horas en Teatro Pan y Arte los actores y actrices lo dejan todo en escena.

Por Teresa Gatto

“Se puede abandonar físicamente un territorio sin perder la referencia
simbólica y subjetiva al mismo, a través de la memoria,
el recuerdo, la nostalgia”
Gilberto Giménez - Territorio y Cultura[i]

“Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
cuando se viene y va de la alegría,
como un mar meridiano a una bahía
esquiva, cejijunta y desolada”
Miguel Hernández – Fragmento de Yo sé que ver y oír

 

“Yo sé que ver y oír a un triste enfada” decía el atribulado Miguel Hernández cuando su tierra se volvía yerma y sobrevivir era una quimera diaria. Algo del orden de la negación se instala cuando los desdichados de todo el orbe se cruzan al azar. Tal vez de allí el subtítulo de esta obra de la gran Griselda Gámbaro “los desdichados no se reconocen”, venga a reflejar cómo el dolor propio, la carencia propia, la miseria propia, la inconducta, la menesterosa necesidad de un “otro” para completar aquello que no podemos hacer solos, burle los límites de toda empatía posible.

Una mujer está haciendo una sopa, una madre que reflexiona si su hijo la querrá porque prefiere el arroz, esa madre interpretada de Liliana Moreno, muy bien plantada en ese papel que algunas madres conocemos muy bien, esto es, la organicidad de la preocupación por  aquellos que salidos de nuestro vientre expelemos al mundo que no suele ser cordial ni siquiera al momento de alumbrar. Esa “madre” está en lo cierto, su hijo UE, magníficamente interpretado por Patricio Schwartz, no sólo no desea esa sopa, sino que trae la noticia de que partirá con un sacerdote jesuita a Francia. Esta familia de dos, posee la particularidad de ser china, residir allí y ser católicos. “Bautizados” se aclara, todavía el Papa Benedictus XVI (Ratzinger) no había abolido el Limbo, quitándole esa zona de deseo sin esperanza a los muertos sin bautizar y una saga maravillosa de textos que inauguró Dante en la literatura.

Decía, que un sacerdote jesuita se quiere llevar a Ue a París para que lo ayudé a traducir el I Ching y 4000 libros más. La madre teme, y el joven argumenta una enorme chance de salir de esa pobreza mucho más que Jesuita o Franciscana porque se considera un letrado y cree que nadie lo discriminará.

Mientras escribo esta crítica, mi país, Argentina, ha soportado toda clase de discriminaciones hacia los propios por su color de piel o su modo de elegir representantes. La discriminación es la variable heredada del nazismo que, más o menos moderada, impera en las sociedades que siguen temiendo a un “otro” de color, raza, religión o estrato social. El caso de Ue no escapará a estas constantes más que variables, y el jesuita, espléndidamente interpretado por Mucio Manchini, perderá a Ue en París, dejándolo en una orfandad absoluta que le deparará toda suerte de escarnios.

Ni el hambre, ni el frío, ni las chanzas mal jugadas, aunadas a la incomprensión absoluta del idioma le serán ahorrados a este sujeto que será víctima de su sentido de la piedad cuando cree que ha ayudado a pasar al mundo de los muertos a una mesera, Leticia Cabeda, que se luce porque interpreta varios roles y todos con solidez.

Nada se le escatima. El viaje fue un espanto de meses y con esa forma tan maravillosa con la que Gámbaro arma sus constelaciones semánticas sólo dirá descompuesto y deshidratado “tengo el estómago repleto de olas”.  Marcelo Sein, será el marinero que avisa que la tormenta puede destruir el barco. Sin bien la dramaturgia de Griselda es un elogio de la elipsis que recupera más sentido que la palabra, esta obra se verá poblada de metáforas y metonimias que, a la postre, reponen sentido a todo lo representado.

Frases lacerantes en boca de Ue como:  “Qué mundo es este en el que no se puede esperar” cuando deben tomar el carro que los lleve a destino, la inaudita falta de empatía del sacerdote y el cochero:  “Siempre hubo pobres”, frente a un mendigo helado y desfalleciente, la obstinación de Ue cuando la cantinera parece morir “si la abandono va a caer”, son como los golpes del tambor que repica, puntazos a la conciencia del receptor, que ya escuchó “Es chino” de modo racista, o que lo denominen “diablo amarillo” cuando al parecer la cantinera ha muerto.

Toda suerte de concatenaciones de la desgracia asolan al personaje de Ue, que encontrará en las figuras del Marinero, Cochero y el Marqués de Sade, con los que se desdobla el magnífico Pablo Turchi, cumpliendo, siempre, sus roles con organicidad plena y una cuota más de escarnio desde el ser de su personaje. La mendicidad que asola ese mundo que se encamina la Segundo Imperio decadente, en el que el frío inclemente y el hambre hacen su trabajo de muerte silenciosa, logran que un mendigo se sienta arropado por Ue que le regala su abrigo ya que el sacristán denomina a su ropas típicas pijamas, el mismo mendigo que luego será médico, guardia y marinero, encarnado con gran despliegue por Nicolás Meraldi.

Salvo la madre y Ue, todo el resto del elenco despliega su talento en varios personajes demostrando no sólo una economía de recursos sino además, un cambio de rol y de rango, nadie sabe cuando puede caer en desgracia, sería la moraleja oculta.

Promediando la obra y a través de la figura de Sade, ya en el manicomio, tendremos una noción del tiempo de los sucesos, Siglo XVIII que es la intermediación que señala Michel Foucault del cambio en el castigo de los procesos punitivos y las rotulaciones de delincuentes y locos (Vigilar y Castigar).

Ue convive ahora en un tiempo y un espacio que están claros: el asilo Charenton, Sade mantenido por su familia y la estadía del oriental, desterritorializado, es sostenida por la Iglesia que lo ha llevado a esa situación. Sade (Pablo Turchi)  quiere montar Marat y para ello recurre a Leticia Cabreda para que encarne a Carlotta  y a Marcelo Sein, impecable como loco, enfermero y Sacristán.

La pericia de Guillermo Ghio es también una audacia desbordante porque tanto el texto, al que no le ha cambiado una coma, como la puesta, necesitan un mecanismo aceitado, una visión que provoque extrañamiento y a la vez que sea una declaración de principios sobre como la desdicha roza a todxs en cualquier momento y ese individualismo que les plantaron a muchxs, ha hecho que “los desdichados no se reconozcan”.

El dispositivo escénico se aprovecha al máximo de sus posiblidades, al igual que el espacio diseñado por el propio  Guillermo Ghio, dado que la escenografía permite armar y desarmar con los mismos elementos, los diversos espacios. De fondo, un semi telón representará los amables cerezos de China o la nada. Del mimo modo, el vestuario de Pheonia Veloz es minimalista, sin enfermedades e icónico a la vez. El diseño sonoro ejecutado por los actores en escena, usa elementos cuasi etnícos como una campanilla, un tambor y unos platillos que aportan a la escena un toque de suspense o los cambios de la misma.  Y el diseño de iluminación que alumbra u oscurece zonas relativas al sentido y los avatares de los protagonistas  pertenece de Tamara Josefina Turczyn. Se agradece la ausencia de apagones.

Para conocer cómo continua el destino del pobre sujeto chino, sometido a destrucción constante de su Fe y su subjetividad, se impone ver la obra. Deberíamos hacer un esfuerzo todxs para comenzar a reconocer a los desdichados, a ver si de ese modo logramos recomponer la parte que nos toca de la destrucción del tejido social.

Los viernes a las 21, en Pan y Arte, usted será gratificado no por el tópico sino por las notables actuaciones de una obra escrita por una eminente dramaturga y dirigida con enorme empatía hacia el material con el que trabajó su director.


 

Ficha Artístico/Técnica

Autora: Griselda Gámbaro
Intérpretes: Leticia Cabeda, Mucio Manchini, Nicolás Meradi, Liliana Moreno, Patricio Schwartz, Marcelo Sein, Pablo Turchi
Diseño de vestuario: Pheonia Veloz
Diseño de escenografía: Guillermo Ghio
Diseño de luces: Tamara Josefina Turczyn
Realización de vestuario: Antonio Lazalde, Silvana Morini
Asistencia de vestuario: Nadja Jorge Veloz
Asistencia de dirección: Norberto Portal, Tamara Josefina Turczyn
Prensa: CorreyDile Prensa
Dirección: Guillermo Ghio

Este espectáculo forma parte del evento: Día del Teatro Independiente

Funciones

TEATRO PAN Y ARTE
Boedo 876
Capital Federal - Buenos Aires – Argentina
Reservas: 1122867477
Web: http://www.panyarte.com.ar
Entrada: $ 300,00 / $ 250,00 - Viernes - 21:00 hs - Hasta el 13/12/2019
Festival: $ 100,00 - Sábado - 21:00 hs - 30/11/2019

 


[i] Giménez, Gilberto. “Territorio y Cultura”. Estudios sobre las Culturas Contemporáneas. Diciembre, año\vol. II. Núm. 004. Universidad de Colima. Colima México, pp. 30, 1996

Socilto de Otoño de Sebastián Bayot, interpretado por Ana Padilla, por Teresa Gatto