Por Teresa Gatto
“”Fuerza es dormir”, tanto como es fuerza morir,
no de esa muerte inconclusa e irreal
con que nos contentamos en nuestro hastío cotidiano,
sino de otra muerte, desconocida, invisible,
innombrable y además inaccesible”
M. Blanchot, “La muerte contenta”
Hay una dimensión inabarcable, “es el enigma del tiempo”, decía Borges, transcurrir, devenir, transitar, esperar, demorarse en la espera y no aprehender el sentido. No sólo de la vida, también del amor, de la muerte, de cada día eterno e igual al que lo precede y al que le seguirá.
En “El tiempo se detiene”, escrita y dirigida por Facundo Zilberberg, esos tópicos no se convierten jamás en un locus amoenus, el espacio es idílico, contenedor como el útero más repleto de vida, los personajes en cambio, no gozan de la seguridad y tranquilidad que un espacio así debería proveer. ¿Las causas? Múltiples y continuamente elididas, desplazadas a un más allá de la representación que sólo esgrime trazos, líneas incompletas, puntos de fuga que se esbozan para que el receptor reponga que pasó en la vida de estos seres que conforman una familia.
Ángela, en una interpretación eximia de Alejandra Flores, acaba de llegar del entierro de su padre. Su cuerpo como instrumento por antonomasia, repone cada una de las caídas que la vida le ha infringido sin una sola marca visible de dirección, Flores, a la que se ve poco en escena, es una gran maestra de actores y la dirección hace el resto. Compone a su Ángela con la dejadez y el dolor que la atraviesan, no desde esta última salida tanática, sino desde hace tiempo. Rasgarse las vestiduras, símbolo del duelo judío, no es algo que mengue el dolor, éste es anterior. La angustia es previa y está tan interiorizada y naturalizada que convive con ella, en ella.
Su hijo menor, Julián Marcove acompaña de un modo perfecto, silencios, miradas, ofrecimientos de alimentarse, pero siempre en el marco del esbozo, no hay insistencia repetitiva, hay una modo de cuidar que se ha hecho propio, como en cada vínculo, sabiendo que a su madre hay que tratarla cuidadosamente. ¿Está deprimida? ¿Está enferma de algo más?
En este devenir de las cosas no dichas aparecerá Ella, Mariana Estensoro, toda luminosidad, toda femineidad, toda brillantez en contraste con Ángela que vestida de color azul petróleo con un rodete, se ha sacado los zapatos y se los ha vuelto a poner. “Sino no me entran después, los remedios me hinchan mucho los pies”. Esta mujer (Ella) opera en la puesta en escena como un espejo retrovertido de la protagonista, será el eros que no se logra sobreponer sobre el tánatos de Alejandra Flores.
El otro hijo, Fernando Rosa (en un gran trabajo de contraste con su hermano) también llega y se suceden escenas que plantean si llamar o no al padre que no vive allí, y la reconstrucción de una vida “otra” a la que lleva Ángela, queda claramente explicada con la frase: “el niño es pequeño, no es hora de llamar”.
Ambos jóvenes retoman sus juegos de siempre. Han vuelto al hogar matricial y ensayan una alegría que apenas saca una sonrisa de la madre. Como si hubiera habido un antes posible de reponer, en el que formaron un círculo completo y cerrado. Se suceden silencios maravillosos, casi chejovianos, en los que no hay demora, pereza ni meseta escénica, hay sentido. Un sentido más allá de las palabras que tal vez quebrarían el propio sentido de sus vidas que no alcanzan a comprender, y el de la madre para la que parece sucederse la falta de “un sentido”.
Las diversas apariciones de Ella, aportan una vida exterior que se muestra dinámica, un tiempo que transcurre con elecciones, deseos y planes. Ella es los deseos que Ángela no tiene, que perdió y que ya es preciso recuperar pero ¿Cómo?
Las elecciones que engrosan el signo teatral, son de una excelencia que se agradece. Analía Morales en el diseño de vestuario, logra los contrastes y los aciertos que en esa tarde de estío, tiene cada personaje y en el caso de los jóvenes los muestra de modo intemporal, por eso sus juegos no resultan absurdos. Las decisiones en torno al diseño de luces de Luciana Giaccobe, son impecables toda vez que no manipulan al espectador y poseen la delicadeza exacta que cada segmento pide a gritos. Del mismo modo, el diseño sonoro acompaña hasta ser un personaje más, en manos de Damián Ferraro. Y el diseño de escenografía de Miguel Nigro realizada por Juan manuel Aristegui, completa el círculo, la puesta en abismo de ese círculo que no es vicioso ni virtuoso, es un círculo humano que replican los árboles, el césped y el abrazo en su momento.
Es importante señalar que El tiempo se detiene ha sido la ganadora del Segundo Premio Germán Rozenmacher 2017 a la Nueva Dramaturgia, un galardón nada menor, no sólo por el nombre que homenajea, sino porque de esas elecciones han salido textos maravillosos. Y que su autor y director Facundo Zilberberg maneja tan bien sus materiales que logra que casi todas las sensaciones de este mundo se plasmen en escena y las que no pertenecen a él, se sospechen en el silencio, la elisión, las miradas y en el cierre final del circulo que tal como los arboles del jardín, los cubren y cobijan en un trascurrir en el que el tiempo por una vez dice “basta” y como una instantánea se plasma para siempre.
Ficha Artístico/Técnica
Autor: Facundo Zilberberg
Intérpretes: Fernando De Rosa, Mariana Estensoro, Alejandra Flores, Julián Marcove
Diseño de vestuario: Analía Morales
Diseño de escenografía: Miguel Nigro
Diseño de luces: Luciana Giacobbe
Diseño sonoro: Damián Ferraro
Realización de escenografía: Juan Manuel Aristegui
Fotografía: Ariana Caruso
Diseño gráfico: Diego Sztajn
Asistencia artística: Mariana Barceló
Prensa: Duche&Zarate
Producción: Mariana Barceló
Puesta en escena: Mariana Barceló, Facundo Zilberberg
Dirección: Facundo Zilberberg
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Viernes - 21:00 hs - Hasta el 20/09/2019