Fedra, la tragedia del engaño

 

El clásico que va desde Eurípides, Racine, Séneca, Miguel de Unamuno, Sarah Kane y Raúl Hernández Garrido y Salvador Espriu hasta Juan Mayorga que la revisita y actualiza, centra su núcleo más sólido en lo posible para el género, ahora y siempre y logra con enormes actuaciones una potente síntesis textual que muchos siglos no han podido destruir

Por Teresa Gatto

Es difícil contender contra el deseo de un corazón;
porque lo que quiera tener lo compra a costa del alma.
 Heráclito

Hay que decir que tal vez, si Ariadna no hubiera prestado su interminable hilo de oro para que Teseo entrará al laberinto, tal vez éste no hubiera logrado su proeza de matar al Minotauro. Mas Ariadna fue abandonada y el gran Teseo se casó con Fedra. Mal comienzo.

La obra de Juan Mayorga comienza con lo que será el desenlace de esa vida, pues luego de tener dos hijos con Teseo, Fedra se enamora de Hipólito, hijo del héroe, anterior a su matrimonio.

Con muchos susurros, comienza así a despuntarse la especulación sobre una Fedra postrada, que no soporta la luz y no logra ponerse en pie. Algo la enferma, la atormenta y la está matando. Encarnada con una organicidad magistral por Marcela Ferradás, sólo confía en Enone,  impecable trabajo actoral de Horacio Peña, que aquí interpreta a la antigua nodriza de ese hogar  que la conoce como nadie.

Teseo, aquí en la piel de Marcelo D’Andrea,  se halla lejos pero volverá y será imposible que la verdad no aflore de un modo u otro. En el devenir de la puesta un Hipólito muy bien logrado por Francisco Prim, trata de mantenerse a recaudo de su madrastra como si tuvieran cuentas pendientes que no tienen que ver con el presente.

La gran aflicción de Fedra es su amor, que contraría las leyes. Enamorarse del hijo de su esposo es casi un modo de incesto, desearlo en el tormento de su cama solitaria, sabiendo que no será posible, es una demoledora máquina de fabricarle la agonía.

Hoy, con otros paradigmas, entenderíamos que la mujer desea desesperadamente a su hijastro, que su juventud y belleza le despiertan una histeria terminal en varios sentidos, porque no podrá tenerlo, Hipólito vive esperando a su padre a quién ama y admira y que esas razones despiertan un frenesí que la postra.

Sólo existe una confidente posible, alguien capaz de comprender la envergadura del desastre que se avecina y de guardar el secreto bajo mil candados. Pero esto es una tragedia y Enone desea salvar a Fedra por eso dispone ciertos mecanismos que tal vez la acerquen a la concreción de su deseo  y así Fedra recupere la salud y la alegría.

Hemos dicho “tragedia”, desde luego no hay otra salida. De las mencionadas en el copete, la única que tiene un final “feliz” es la de Unamuno porque sólo muere Fedra y padre e hijo se reconcilian. Entonces no es una tragedia. Es un drama.

Lo interesante en esta puesta no es sólo el texto espectacular que permite llegar a un público que puede no estar entrenado en los reveses de los Dioses griegos, aquí no hay Afrodita que solucione nada, sino el dispositivo escénico de su enorme director: Adrián Blanco.

Todo el escenario de la sala Cunill Cabanellas  del Teatro San Martín, es espacio escénico, las columnas de la izquierda del escenario forman parte del juego de entradas y salidas de Enone que trama y trama sin cesar. Fedra permanece en una cama que se desplaza y puede así, desde ese sólo espacio, desandar un texto brillante. Pero esa cama es además una puesta en abismo: desear poseer a Hipólito es la condición de posibilidad de que no se levante salvo al final. Ese lecho que los criados llevan y traen desde su aposento hacia el escenario es una metáfora, además, de los deseos incumplidos.

Adrían Blanco y su equipo de creadores, logra un clima intenso desde el principio, con una oscuridad que si bien depende del diseño de luces de Leandra Rodríguez, es consentida por quien maneja a estas marionetas que siguen dando motivos para revisitar no sólo la tragedia con sus enormes motivos divinos en los griegos y latinos, sino un modo de concebir la teatralidad.

El diseño de vestuario de Luciana Gutman, el sonido a cargo de Carlos Ledrag, la escenografía de Marcelo Valiente, son las elecciones que espesan el signo teatral, permitiéndole al receptor, aunque suponga, conozca o sospeche el final, una tensión que existe desde el inicio y que sólo se verá desmantelada en el aplaudo final.

Fedra, la mentirosa engañada, la que usa la perfidia para expulsar su culpa ocasionando un desastre, cumple su destino re-presentado y es digna de semejantes actores y de su premiado Director.

 



Ficha Artístico/Técnica

Autor: Juan Mayorga
Actúan: Gastón Biagioni, Marcelo D`Andrea, Marcela Ferradás, Horacio Peña, Francisco Prim, Emilio Spaventa
Músicos: Juan Denari, Arauco Yepes
Vestuario: Luciana Gutman
Escenografía: Marcelo Valiente
Iluminación: Leandra Rodríguez
Diseño De Sonido: Carlos Ledrag
Música original: Carlos Ledrag
Entrenamiento en esgrima: Andrés D’adamo
Asistencia de escenografía: Mae Bermúdez
Asistencia de iluminación: Susana Zilbervarg
Dirección: Adrián Blanco
Duración: 105 minutos

TEATRO SAN MARTIN
Av. Corrientes 1530
Capital Federal - Buenos Aires – Argentina
Teléfonos: 0800-333-5254
Web: http://complejoteatral.gob.ar/
Entrada: $ 210,00 - Domingo, Viernes y Sábado - 20:30 hs - Desde el 21/06/2019
Entrada: $ 105,00 - Miércoles y Jueves - 20:30 hs - Desde el 21/06/2019

 Clasificaciones: Teatro, Adultos

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.