Príncipe Azul, un elogio al amor



La pieza de Eugenio Griffero, su primera obra escrita para teatro, encuentra en la dirección de Thelma Biral una delicadeza extrema que hace brillar a sus intérpretes: Edgardo Moreira y Fito Yanelli. Un elogio del amor en el que medio siglo no es nada y es todo. Los martes a las 20.30 en el Teatro Regina.

Por Teresa Gatto

“Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido.
Puede ser fútil o enormemente patético.
Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.
Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo,
destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado
 y provocar todos los afectos de un pequeño duelo,
 lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro”
Roland Barthes -  Fragmentos de un discurso amoroso

 

 

No hay tiempo que transcurra más lento que el de la espera amorosa. No hay tiempo en el que, anclado en esa morosa expectativa que no llega a cumplirse, el corazón no se devore a sí mismo como un antropófago que quiere salvarse  de la melancolía y a la vez, crecer de nuevo,  y ser capaz de volver a esperar, comenzando una y otra vez, como el hígado de Prometeo, un mes, un año, una década o cinco como en la promesa.

La obra de Eugenio Griffero es una de esas sutilezas en las que menos es más. Y Thelma Biral lo sabe, por eso maneja a Juan y a Gustavo como si fueran dos niños que va a jugar por vez primera a la rayuela y no sabremos si llegaran al cielo.

Juan y Gustavo se amaron en la adolescencia. El padre de Gustavo viendo esa abominación se lo llevo de ese lugar, de ese muelle, de ese mar y de ese amor. Juan se ha quedado allí, aferrado a ese día después de medio siglo, trajinando botellas y lágrimas. Gustavo ha hecho lo “conveniente”, formó una familia y hasta tiene hijos y nietos.

La historia de los mandatos y las homofobias que siempre fueron tratadas como si el amor tuviera reglas y éstas se pudieran cumplir, surge aquí, con una delicadeza extrema.

No hay tiempo, hay pliegues de tiempo. No hay edad, hay amor sufrido por uno, sublimado por el otro. ¿A quién se le ocurre una promesa a 50 años? A la idoneidad de Griffero que sabe al escribir que ese tiempo será de bienaventuranza, de chances, de posibilidades.

Edgardo Moreira ingresa a escena, está partido en mil pedazos, su petaca es la única compañía que atemperó el dolor y ese modo de fidelidad, hoy casi extinguido, que le permitió sobrevivir como un veterano de guerra, con sus magulladuras y con una amputación que no tiene forma de ser restituida, la del ser amado. Discurre su dolor de pérdida, solloza y  cuando cree que, aunque ese sea el día, esa la hora y ese mismo el lugar, la promesa fue olvidada.

Fito Yanelli hace su entrada, él también está de un modo amputado, no mueve una mano ni una pierna, como metáfora de esa parálisis que lo obligó a cumplir el mandato. Y aunque ha formado familia y despliega sobre quien es o fue su esposa un afecto profundo, sabe que no es amor. El amor es otra cosa dicen los poetas, el amor es otra cosa sabemos los que lo transitamos, ni un choque de trenes con humo y hierros retorcidos ni un aforismo absurdo lo pueden cifrar. Porque cada Amor es un vaivén de emoción, sensibilidad y deseo que acoge al sujeto amante y al sujeto amado de un modo tan inefable que la pregunta está negada. ¿Qué es el amor? Hay que sentirlo, explicarlo le baja el precio.

Sin embargo estos dos fantásticos actores, se lo suben. Lo llevan al infinito de su chance, porque este amor de la diversidad en un tiempo “otro” soportó y llevó adelante el cumplimiento de una promesa de medio siglo.

Las elecciones de vestuario a cargo de Sandra Ligabue que los destaca en ese fondo oscuro de la noche y el mar, el diseño de iluminación de Matías Canony y Mario Gómez contribuyendo a los climas en la noche se descuelga de esas vidas y el diseño de escenografía de Sebastián Pozzi, se ponen en sintonía con ese minimalismo que, solidario con el texto y la organicidad de los intérpretes, no manipula al espectador, al igual que la música de Pepo Leonardo Lapouble, exquisita.

Ambos vestidos de riguroso blanco, un banco frente al mar y las palabras. ¿Hay algo más sagrado que la palabra? Lo dudo. Aunque hoy se pauperice, se ningunee, se trastoque y cambie. Esas palabras que ambos amantes del pasado, del futuro y del presente, en este orden, se dicen. Esas confesiones casi susurradas son todo lo que se puede explicar del amor. Y como todo destino sólo se cumple al ser narrado, ese amor cumplirá su destino.

¿Cuál? No, no seré tan imprudente de escribir mi propia reposición de sentido. Porque el amor, entre otras muchas variables, es personalísimo, único en cada caso, y para saber cuál es el destino de este amor padeciente y padecido hay que intentar pensarlo como Barthes lo menciona en el epígrafe, sólo que aquí, es Usted quien debe ir al teatro.


Ficha Artístico/Técnica

 Autor: Eugenio Griffero
 Intérpretes: Edgardo Moreira y Fito Yanelli
 Dirección: Thelma Biral
 Asistente de Dirección: Sebastián Pozzi
 Diseño de Luces: Matías Canony y Mario Gómez
 Diseño y Realización de Vestuario: Sandra Ligabue
 Música: Pepo Lapouble
 Coreografía: Rosario Ruete
 Diseño de Escenografía: Sebastián Pozzi
 Realización de Escenografía: Juan Carlos Pinilla
 Fotografía: Gianni Mestichelli
 Comunicación Visual: Julieta Federico
 Comunicación Digital: Jt Comunicación
 Imágenes en Función: Berny Producciones
 Producción Ejecutiva: Rosana del Rosso
 Coordinación de Producción: Víctor Agu
 Prensa: Silvina Pizarro.

Teatro Regina, Av. Santa Fe 1235 
Martes 20.30 hs.
Entradas: $500 (Fila 1 a Fila 10)
$400 (Fila 11 a Fila 19) y $250 (Pullman)

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.