Cuando creemos que sobre Chejov se ha hecho todo, incluso experimentaciones que pretendieron ser vanguardia, Sanchís Sinisterra le entrega a Alejandro Giles esta obra y Chéjov brilla como no lo hacía hace tiempo.
Por Teresa Gatto
«Las posibilidades creativas de lo nuevo
suelen ser descubiertas lentamente
por medio de esas formas e instrumentos antiguos
que han sido despachados por lo nuevo,
pero que, justamente, con la presión de lo nuevo,
se dejan arrastrar a un florecimiento casi eufórico»
Walter Benjamin- Sobre el concepto de Historia.
En Escuelas, Institutos Oficiales y demás talleres de teatro, Chéjov es un punto de inflexión por su modo de escribir teatro del que a veces la modernidad abjura. Azorados, los alumnos se preguntan dónde reside la acción. Abrumados por cierto desconocimiento socio-histórico, no empatizan con las atribuladas relaciones entre Astrov y Sonia, descreen de la ingenuidad de Nina o no entienden el poder de Irina Arkádina. Las Tres hermanas les resultan extemporáneas y El jardín de los cerezos un triunfo del capitalismo frente a los ojos azorados de los patrones que ven enriquecerse a sus otrora esclavos.
Chéjov con su suma de instantes requiere un desentrañamiento de la acción como logró en algún momento Stanilasvki, cuando el autor ruso casi deja de escribir para siempre luego de un estruendoso fracasado."El secreto está en la puesta" y en otro horizonte de expectativas.
Pero estamos en el Siglo XXI, y Sanchís Sinisterra trabaja esos materiales para darles “otra vuelta de tuerca” y Alejandro Giles lo dirige, toda vez que en Buenos Aires, siempre hay un Chéjov para ver éste y convierte es excepción.
El paratexto de la obra es “Variaciones Chejov”, cualquier espectador atento, advierte antes de entrar al rito que habrá un desvío del mapa que trazó el autor ruso, o un pliegue de tiempo, o algo porque variación significa insistencia en un tema pero con licencias diversas si se trata de Arte.
Y Sinisterra varía, vaya si varía. Se sirve de sólo 3 personajes mujeres para reponer el universo de Las 3 hermanas. Ellas irrumpen cantando una melodía armoniosa y vestidas de época. ¿Pero son ellas?
La idea es que aunque por momentos usen sus nombres “reales”, cada una componga a las hermanas. Entonces comienza el juego maravilloso de los pliegues del tiempo, de los desvíos, de lo meta teatral y de las cajas chinas. Porque Ana María Castel será Irina, Livia Fernan será Masha y Emma Rivera será Olga.
Dispuestas con sus guiones en mano comienzan a jugar. Masha dice más o menos: “Vos estabas parada ahí con cara de soñadora enamorada”, y Castel que es la joven Irina, se acoda en un rincón del espacio escénico con una sobreactuación maravillosa que despierta en ese primer instante la hilaridad de los espectadores.
Las 3 hermanas Prózorov son capaces de reponer a todos los personajes de la Obra, componen un mundo de extra escenas fantástico. Así Andréi, el hermano que era una joven promesa será remplazado por las glosas y llamados que hacen de él las hermanas. De mismo modo el resto de los personajes. El enclave de un regimiento en la zona, reaviva las esperanzas de las solteras que esperan pacientes en la juventud que escapa, una chance de encontrar el amor, ya que las únicas solteras son Olga e Irina, pero Masha está casada con un maestro o profesor aburrido y sin pretensiones de más.
El sueño está en Moscú y “Moscú” es un nombre, un sueño, una epifanía y una utopía final. En el transcurrir de los sucesos de la metaficción y de la ficción, S. Sinisterra hace uso de la repetición. Moscú, amor, profesión de maestra, la nueva batería de soldados, etc. Esta repetición, que no abruma sino más bien refuerza el golpe que cada tanto nos da el texto, nos nada más ni nada menos que el traslado de los significantes que migran de escena en escena, de acto en acto para tirar las anclas bien al fondo del océano de la recepción, logrando así que nadie que haya estado en la sala, olvide la sustancia primordial de Las 3 Hermanas. La repetición, no sólo de algunos enunciados sino de una acción final, cuando Masha pide hacerlo, otra vez y otra y otra, dan cuenta del significante amor perdido.
Así, Alejandro Giles se las compone con este trío excepcional, bien diferenciado, no sólo en los tonos y registros, sino en sus aspiraciones y en las batallas que son capaces de dar o no, para lograr los sueños o su resignación.
Pliegues de tiempo, desvíos y recorrido de todo el espacio escénico minimalista pero eficaz, hacen de esta puesta, una frescura chejoviana, un soplo de aire que ningún estudiante de teatro debería dejar de ver, porque sí se puede hacer Chéjov, pero el río incesante del tiempo, la cultura de la imagen obsolescente y la multitud de información que no informa, pretende, a veces, envejecer a los clásicos, cuando en realidad, sólo necesitan un nuevo mapa de sus materiales y una discusión entre el creador y ellos que redunde en algo nuevo, no en la novedad.
El diseño de vestuario y los pequeños cambios no pueden ser más sutiles y logrados, el diseño de luces y arte, se adecua de manera de no manipular al espectador, sino más bien, como un personaje más, acompañar a la diégesis.
Así, con gusto volvería a enseñar Chéjov en las escuelas de teatro, desde el presente, hacia el pasado, en busca de un tiempo perdido y recobrado por la magia de una pluma y la idoneidad de un director. En escena, obviamente, las mismas maravillosas actrices.
José Sanchís Sinisterra y Alejandro Giles
PD: la obra acaba de bajar de escena y sale de gira, pero regresa a Buenos Aires, ese también es un pliegue de tiempo. Informaremos oportunamente.
Ficha Artístico/Técnica
Autor: José Sanchís Sinisterra
Intérpretes: Ana María Castel, Livia Fernan, Emma Rivera
Asistencia de dirección: Santiago Durañona
Dirección: Alejandro Giles
Web: http://www.andamio90.org