Por Teresa Gatto
El señor Lino se jubila en cinco días y debe entrenar a su remplazo para que todo, absolutamente todo, siga tal y como está en ese depósito de mástiles de barcos y astas de banderas siempre vacío.
El señor Lino, encarnado por Horacio Peña en una faceta diversa, resulta hilarante a despecho de la voluntad del personaje pero hay que decir que Peña le pone el cuerpo y la voz y con su versatilidad ampliamente conocida, compone a un cuasi perdedor lejano a esos personajes clásicos o trágicos en los que brilla siempre y lo hace muy bien. El señor Lino es un tanto TOC, nada de su rutina se puede alterar. Hace 39 años que llega antes, exactos 7 minutos antes porque el reloj del fichero adelanta.
El joven Nil, es su contracara. Desenfadado, bien millenial , trata de adaptarse a ese espacio vació, en la que tres carpetas darán cuenta de entradas, salidas y devoluciones, pero vamos, a estas alturas, no hay que ser Einstein, para hacer ese trabajo que casi no existe porque nada pasa en 5 días. Interpretado por Juan Luppi, el joven es fresco, orgánico y por sobre todo juega bien su rol de contrapunto. Dónde Lino ve problemas, Nil, encuentra soluciones.
Lo cierto es que a lo largo de la obra, se genera entre ambos una tensión dramática que se acomoda y flexibiliza cuando el señor Lino es capaz de abrir su mirada y escuchar y recibir consejos de quién debe entrenar.
Hay un tratamiento del tiempo (cuestión filosófica si las hay) muy bien llevado que con un tic tac y un giro de cabeza de Peña se resuelve muy bien.
Hay además una reflexión velada sobre el mundo del trabajo, la alienación de la que parece que las nuevas generaciones podrán escapar y sin embargo, el imperioso y destartalado enunciado “el trabajo dignifica” se hace imponer para, tal vez, generar muchos Linos que al cabo de casi 40 años, se vayan a casa con una magra jubilación (sobre todo en estas latitudes) y un cuerpo tallado por el escritorio, la silla, el guardapolvos y la insoportable máquina de fichar horarios. ¿Es posible escapar a este mundo?
La puesta de Susana Hornos, con un muy buen diseño de luces, escenografía minimalista y música acorde, es una opción muy buena para pensar el trabajo, la jubilación y esas hors en las que como Bartleby, uno deseqaría exclamar "preferiría no hacerlo"
A propósito de ello conversamos con Susana Hornos su directora .
T.G. ¿Cómo ha sido regresar al trabajo sin aquel parecer magnífico de tu compañero Federico Luppi, que seguramente siempre opinó y festejó tus logros?
Susana Hornos- Entre los dos siempre estuvo la confianza plena en la opinión del otro a la hora de encarar un proyecto, si le mandaban un guión, enseguida me pedía que lo leyera y le diera mi opinión y al revés, nos aconsejábamos, él era pertinaz desde su intuición no desde ningún pedestal cuando sentía que con algún proyecto no iba a crecer o la iba a pasar mal me lo dejaba bien claro. Recuerdo que estuvo 6 meses pidiéndome, rogándome que no hiciera un monólogo que hice hace un par de años, no le hice caso…y más sabe el zorro por viejo que por zorro…tenía razón. Pero nunca se metió más que eso, el consejo. Cuando leyó “Almacenados” me dijo: “Hazla. Si te gusta, vas a poder crear como nadie estos dos personajes”. No lo decía desde el ego, era su confianza en mi trabajo la que hablaba. No lo tengo ahora. Sigo adelante solo por la inercia y el empuje que te da este bello trabajo, por mis padres y amigos que son familia. Aun no lo hago por mí. No puedo pero sé que lo haré, es solo constancia y querer seguir adelante. Me dijo que tenía que volar después que el se fuera. En eso estoy. Intentándolo.
T.G. – ¿Cómo elegiste este texto, cuándo y porqué?
S. H.- No quiero sonar a tópico repetido, pero algo de él me eligió a mí. Giraron muchas coincidencias alrededor, Pablo Orden, un buen amigo que vive en México me lo envió la versión de allí para que la leyera. A los pocos días Marisa Provenzano me invitó a ver “El charco inutil” con dirección de Matias Puriccelli y me encontré ante otro texto desgarrador y bello del mismo autor. Y también en esas semanas Desola vino por un proyecto de Iberescena a Buenos Aires, justo cuando estábamos haciendo “Las últimas lunas” y hubo algo de la dirección de la pieza que al él le atrajó y despues de una entretenida cena quedó en mandarme textos suyos, ahí me metí en su mundo, tan hetereogéneo por un lado y al mismo tiempo con un vinculo común en sus personajes, cierta desolación a pesar de ellos, el absurdo, el humor y casi siempre al ?nal, quedaba impregnada de la ternura de los personajes. Desola una rara avis en el mundo de la dramaturgia. El mensaje de la obra surge a pesar de no querer darlo. Al leer de nuevo “Almacenados” no tuve duda de que quería hacerla, el trabajo, el salario, la jubilación…no es muy común ver esos temas encima de un escenario y, como casi todos los que nos dedicamos a contar historias, quiero no solo contarlas sino además poder tener algo que aportar o que decir. Desola me ha dado esa oportunidad.
T.G. ¿Cómo fue trabajar con dos generaciones tan disímiles y lejanas que se acercan y retroalimentan?
S.H.- He sido una afortunada en mi vida, tuve el gran honor de ser nieta de mis abuelas, dos mujeres tan diferentes y a las que debo mi propio caroso, parte de mi alma. Las charlas con ellas, la ternura de una, la fuerza agerrida de la otra, el trabajo sin descanso y siempre sin queja, la franqueza en las dos. La convivencia, el intercambio entre los jovenes y la gente mayor, adulta, viejos , jubilados, ancianos (no tengamos miedo a las palabras) creo que debería ser una política de estado, en los planos laboral, en la educación, generar herramientas que permitan esa comunicación, no digo que deberían suplir lo que por tradición e inercia debería darse en las familias, pero fomentarlo como mínimo. Una de las cosas que plantea la obra para mí es como la pasión por la novedad, por nuevos rumbos que creemos por lógica de vida debería partir del joven queda truncado, o cuando menos tibio. Queremos ver a nuestros jovenes haciendo la revolución pero estuve en las manifestaciones de los jubilados en Madrid y quedé sobrecogida, eran ellos los que nos estaban abriendo el camino con su entrega, su militancia y te diría su comunidad. Me quedé pensando ¿qué ocurre con los jovenes hoy?, ellos son los que tendrían que salir a gritar por la jubilación de sus abuelos, de sus padres, bramar en las calles. Ellos van a estar ahí. No soy pesimista, el 8M en toda España y ahora el #NiUnaMenos aquí me evidencian que estamos ante una bisagra histórica, un moviento transversal donde la unión generacional a través de la mujer es ya un hecho y espero pronto o ya, una revolución. Fueron los jóvenes, fue el proletariado, están siendo las mujeres.
S.H.- Lo que ocurre que no puedo estar de acuerdo con tu premisa. Para mí somos muchos más (me tengo que incluir) los que hacemos lo que deseamos, aquello por lo que nos apasionamos. Es real esa falta de objetivos, de de un futuro incierto donde todo es a corto o medio plazo, no existe ya esa visión de proyectar un trabajo, una familia y hasta la vejez como lo pensaron mis padres. Creo que esa sensación de sentirse con la soga al cuello es lo que nos convierte en las ovejas de Fuenteovejuna, hay que mirarse bien a uno mismo y ver que parte de a soga está atada como una cadena y que parte es encotrar el nudo y soltar. No digo que sea fácil, digo que es lo que buscan de nosotros, manejarnos y frente a eso, unicamente el riesgo, perder muchas veces y caerse es lo que nos hace formar parte de ese 1 por ciento. Que creo que es más, será un pesimismo insensato que aun me ronda.
T.G.- ¿Cómo ha sido elegir a los actores? ¿Cuál ha sido tu empatía con ambos?
S.H.- A Horacio lo vi en muy poco tiempo en tres montajes, “Animales Nocturnos”, “Decadencia” y “Pequeñas infedelidades”, cuando decidí en las navidades pasadas encarar el proyecto, no pensé en nadie más, es un bicho de escena y le había visto hacer todo, ningún registro era similiar al personaje de Lino pero todo lo que se propone, lo construye, lo crea. A Juan lo había visto ya en otros trabajos como “Argentinean”, inclusive se sumó a unas funciones de “La noche del ángel” cuando Nehuen Zapata tuvo que ir a Alemania, el año pasado en noviembre lo vi en “La forma de las cosas” y ahí me dije, quiero este, ese actor que está en el detalle, que tiene pensamiento detras de la mirada, relajado en escena…y ni bien se lo dije y la leyó dijo que sí. Todo me lo hicieron “fácil”. No se en que momento se dio la empatía, siento que el respeto entre nosotros, los ratos de charla antes de la obra hablando de todo menos de la obra, de nuestros momentos particulares de vida, de anécdotas, de una noticia del diario…la construyeron….empieza a surgir la comunidad y te vas identi?cando con lo que al otro le ocurre, bien porque puedes reconocerte en él, bien por que tuviste experiencias similares o por que te puedes imaginar ahí. La escucha es para mí el motor fundamental de la empatía, no solo el acto de oír físicamente se entiende.
T.G.- ¿Cómo se gestó el proceso de creación y puesta en escena?
David Desola
Actúan: Juan Luppi, Horacio Peña
Vestuario: Julieta Harca
Escenografía: Marcelo Valiente
Iluminación: Alfonsina Stivelman
Música: Leandro Calello
Akira Patiño
estudiopapier
Asistencia de dirección: Leidy Yohana Gómez Roldán
Prensa: Marisol Cambre
Producción ejecutiva: Maria Velez
Dirección: Susana Hornos
Teatro LA CARPINTERÍA
Jean Jaures 858Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4961-5092
Web: http://www.lacarpinteriateatro.com.ar
Entrada: $ 250,00 / $ 200,00 - Domingo - 17:30 hs - Hasta el 26/08/2018