Bacacay, Un crimen premeditado. Gombrowicz-Blanco-Gombrowicz



La puesta de Adrián Blanco, merodea géneros y subgéneros teatrales con una enorme pericia escénica. Director y el elenco encabezado por Fito Yanelli hacen un Gombrowicz notable. Los Viernes a las 20.30 en El Portón de Sánchez

Por Teresa Gatto

“A veces me gustaría mandar todos los escritores del
mundo al extranjero, fuera de su propio idioma
y fuera de todo ornamento
 filigrana verbales para ver
qué quedará de ellos entonces”
Gombrowicz, en Gombrowicz

Coloquio Internacional, Buenos Aires (2008)

 

 

Un escritor es un exiliado siempre, se exilia en su escritura. Un exiliado territorial, que además escribe, lleva consigo un exilio doble.

Esta crítica no se trata de explorar al inefable Witold Gombrowicz en su faceta de escritor sino de asediar cómo Adrián Blanco lo pone en escena y cómo la hilaridad, la parodia y el extrañamiento forman un conglomerado que el público disfruta con creces.

Ya en Trans-Atlántico, cuya crítica fue hecha en otra revista y afanosamente plagiada, Blanco demostró que trabajar con el polaco, diverso en sus aseveraciones[i] lo hacía capaz de mostrar “la teatralidad consumada” como aconteció en el Teatro Nacional Cervantes. Aquella puesta de la que los colegas actores y directores, salieron arrullados por esa posibilidad siempre esquiva de hacer del teatro una nueva manera de re-presentación, una que sortea convenciones y se arroja a los límites de todos los géneros. Así la parodia, el extrañamiento y el forzamiento sobre la mortificación de cualquier realismo (a los dioses agradezco)  se habían dado con una organicidad que atrapaba en la historia y a la vez gritaba ¡Esto es Teatro!

En esta ocasión, Bacacay, un crimen premeditado adaptada por Adrián Blanco y Mario Frías, no se escapa a esos parámetros.

Veamos: El juez H encarnado en un trabajo excepcional de Fito Yanelli, rompe la cuarta pared para convidarle a la platea el caso de un crimen, el del señor X, que es a todas luces homicidio pero que su disfuncional familia desea hacer pasar por muerte natural.

El clima, neblinoso y oscuro, es indicial. Pero el Juez H, no suelta la verdad, sino que decidido a re-presentarla con una investigación, se apersona en la casa de X y allí todo se pone en acto.

La esposa, su hijo Y y su hija Cecilia, parecen extraídos de una casa de salud mental pero nunca rozan siquiera el límite, son borderlines que andan por las calles de Varsovia o de Buenos Aires. Se balancean en una suerte de sube y baja emocional en el que se lucen estallados de teatralidad: Mario Frías, Ariel Haal, Eva Matarazzo, Gabriela Ramos, Julieta Raponi, son como perdigones lanzados en un disparo al aire que nunca se vuelven previsibles. El espectador sostiene su atención de modo continuo porque ellos tienen una verdad pero la entorpecen y enredan de tal modo que cada uno es un personaje múltiple.

Ariel Haal como Y, o Antonio, es el hijo que ostenta una pusilanimidad frente a su padre que lo hace casi inimputable. Julieta Raponi es una niña tierna pero con un sexo que se estalla hasta el infinito, a pesar de que su voz sea la de una canción de cuna, canción infantil plagada de la sensualidad que la niña despliega cuando invita a gozar. Eva Matarazzo, la esposa del fallecido señor H, importa muchos registros: la madre dominadora, la esposa que parece devota y es instigadora de atrocidades con una impecable presencia escénica y  Mario Frías que encubre y destapa, encubre y destapa.

Gabriela Ramos, jugando al juego del amo-esclavo e inviertiéndolo, se desempeña acorde al juego que propone el director y tiene momentos de gran hilaridad.

El juego escénico de Blanco es dejar en manos de un detective y maestro de ceremonias como Fito Yanelli, el Señor H, la dilucidación de un homicidio (¿?) que hasta el público desea que no sea muerte natural.

Hay un cuidadoso y significante diseño de luces que enmascara y devela a la vez. Conos de luz se posan sobre los fragmentos de la representación volviendo primerísimo plano la develación o la mentira de la develación. El Juez H devenido detective, que compone Yanelli es “el maestro de ceremonias” y que nos lleva a desentrañar la extraña personalidad del hijo que Ariel Haal compone desde adentro hacia afuera y que es un retorcijón y un espasmo (gran trabajo) que dice y se desdice. Del mismo modo, Mario Frías, puede ser un atroz nazi-fascista o sólo un hombre comíun.

Una novela negra teatral, una excelente adaptación en la que el teatro dice; “Esto soy”, un signo espeso, denso, un carrascal de bifucarciones y tópicos, en fin, un Grombrowics comme il faut del que Blanco es especialista.

 

Ficha Artístico/Técnica

Dramaturgia: Adrián Blanco, Mario Frías
Actúan: Mario Frías, Ariel Haal, Eva Matarazzo, Gabriela Ramos, Julieta Raponi, Fito Yanelli
Vestuario: Milena Amado
Espacio escénico: Adrián Blanco
Diseño de luces: Sergio Iriarte
Diseño sonoro: José Páez
Realización escenográfica: Gustavo Coll
Diseño gráfico: Gabriela Ramos
Asistencia de dirección: Silvina Cassou
Producción ejecutiva: Martina De Pablo
Dirección: Adrián Blanco

EL PORTON DE SANCHEZ
Sánchez de Bustamante 1034
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4863-2848

Web: http://www.elportondesanchez.com.ar/

Entrada: $ 250,00 - Viernes - 20:30 hs Blanco 

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.