Fragmentos frágiles





"Kintsugi (o el arte de la resiliencia)", dirigida por Hernán Grinstein, gira en torno a una sesión de terapia grupal. Son cinco los pacientes reunidos, a despecho de sus antipatías, por un rasgo compartido: son ¿ex? adictos que pugnan por dejar atrás la compulsión.

Por Mariu Serrano

 

"En tiempos recientes se ha querido explicar la toxicomanía como algo derivado de que alguien haya consumido una droga, en vez de ligarla a ciertos temperamentos (que se conducirán “adictivamente” con muy variadas cosas, como el ludópata, el cleptómano, el bulímico o el comprador compulsivo). "

"Toxicomanías", de Antonio Escohotado

 

 

¿Cómo se recompone un cuerpo intoxicado, una mente obnubilada, un espíritu descompuesto?  ¿Acaso nuestra fragilidad, nuestra conciencia de ser endebles, no nos lleva a coquetear compulsivamente con la muerte?

Kintsugi (o el arte de la resiliencia), dirigida por Hernán Grinstein, comienza con una ronda que amalgama al público con sus intrépetes. Cuando las luces bajan empezamos a entrever a los actores, infiltrados entre nosotros. Cuando dejamos de escuchar la música de Morbo y Mambo comienza la acción, y entonces nos convertimos fisgones de una sesión de terapia grupal.

Son cinco los pacientes reunidos, a despecho de sus antipatías, por un rasgo compartido: son ¿ex? adictos que pugnan por dejar atrás la compulsión. Una viuda enfurecida (Martina Carou), un ermitaño maníaco (Alberto Rojas Apel), una bulímica de humor volátil (Ailín Salas) y dos pibes de barrio, delincuentes de poca monta (Eugenio Sauvage y Andrés Gorostiaga). Todos rotos por la desesperación. Todos bordeando la recuperación y la recaída. El terapeuta (Jerónimo Vélez Funes) subraya: romper el círculo vicioso requiere un trabajo cotidiano y vitalicio.

De a fragmentos se presentan sus intimidades en forma de anécdotas, fotos, sueños, quejas. Los pacientes se desgarran y demandan ser comprendidos, ser escuchados. El psicólogo se declara falible, es decir humano, y con el transcurso de la obra se hace cada vez más permeable a los reclamos que recibe. Vemos también sus frustraciones, sus modos más o menos correctos de sobrellevar las transferencias, su compromiso con su trabajo. Ante todo, es un líder pero no un mago: la única diferencia de valor entre su figura y la del resto del grupo, es que él conoce las herramientas que llevan a la sanación, y ni siquiera esto es garantía de no caer en la misma trampa que sus pacientes.

La única objeción que podría hacerse es la intervención de la narradora (Mara Guthmann), apostada en un asiento más entre los espectadores, que va introduciendo de a momentos la leyenda original de la que surge la práctica del kintsugi*. Si bien no resta al argumento, el tono didáctico en que la actriz se dirige al público genera un contraste climático que facilita la dispersión, y en todo caso la información que provee, eje transversal y metáfora de la obra en su totalidad, es fácil de averiguar por cuenta propia.

 
El relato está compuesto de quiebres rítmicos y espaciales que trasladan el foco continuamente. La iluminación, sencilla pero efectiva, diseñada por Lucía Fieijoó respalda certeramente estos movimientos. El centro de la escena tiene sólo una pequeña alfombra en la que sucede todo aquello que excede a la terapia: los brotes, las reincidencias, un experimento psicodramático, los contactos –prohibidos- fuera de sesión. El banco que ocupa el psicólogo es otra zona de esta escenografía mínima, al cual se acercará cada uno para una sesión individual. 
 
El gran acierto Grinstein, a cargo también del trabajo dramatúrgico, es montar un engranaje de durezas tan familiares, tan plausibles, evadiendo con destreza los lugares comunes y los estigmas en torno al uso y abuso de las drogas. Las dosis de angustia e ira están diseminadas en la obra, equilibradas por la serenidad del terapeuta y chispazos de humor disparados principalmente por los personajes de Rojas Apel y Gorostiaga. No hay en esta obra víctimas, ni monstruos, ni soluciones, ni recetas. Hay humanos desgarrados buscando contención, que necesitan de la reunión con otros para reforzar su tan vapuleada voluntad de vivir.* Kintsugi: técnica japonesa de recomposición de piezas de cerámica mediante una pasta hecha a base de polvo de plata u oro, que devuelve la forma inicial al objeto roto a la vez que resalta sus resquebraduras, revalorizándolo a partir de sus mismas cicatrices.

 

(*) Kintsugi: técnica japonesa de recomposición de piezas de cerámica mediante una pasta hecha a base de polvo de plata u oro, que devuelve la forma inicial al objeto roto a la vez que resalta sus resquebraduras, revalorizándolo a partir de sus mismas cicatrices.

 

 

 

Ficha técnico artística
 

Dramaturgia: Hernán Grinstein

Actúan: Martina Carou, Andrés Gorostiaga, Mara Guthmann, Alberto Rojas Apel, Ailín Salas, Eugenio Sauvage, Jerónimo Vélez Funes

Iluminación: Lucia Feijoó

Audiovisuales: Mauricio Escobar Durán, Diego Saggiorato

Música: Morbo y Mambo

Fotografía: Dafna Szleifer

Diseño gráfico: Page_trip

Asistencia de dirección: María Fernanda Brizuela

Productor asociado: Laura Kojusner

Producción: LEZICA

Dirección: Hernán Grinstein

 

EL MÉTODO KAIRÓS TEATRO

El Salvador 4530 (Palermo)

Teléfonos: 4831-9663
Web: http://www.elmetodokairos.com.ar
Entrada: $ 200,00 - Viernes - 20:45 hs

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.