El Padre de August Strindberg



La obra, dirigida por Marcelo Velázquez, aporta a la escena nacional un modo de montar un clásico que no sólo permite la reflexión sobre los roles patriarcales sino que además consagra a sus protagónicos de un modo definitivo. En La Carpintería (Jean Jaures 858), los miércoles a las 20:30.

Por Teresa Gatto

 

“…cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra”
Alejandra Pizarnik

 

Cuando nos invitan a la puesta de un clásico, lo primero en que pensamos es en los muchos deseos que tenemos como expectativas a cumplir.

La primera y básica es que el director no haya decidido agobiarnos con una puesta decimonónica, aunque la obra lo sea, y deje a media platea en un mar de atemporalidades. Porque la reproducción realista de un tiempo no es igual a la representación de un drama clásico. Es cierto, que tal vez, hoy no existiría una puja como la que se exhibe en El Padre, pero no es menos cierto que todavía abundan aquellos progenitores que desean explícita o maniqueamente manejar el destino de sus hijos.

Lo novedoso aquí, y permítaseme insistir con la palabra novedad, cuando el hastío ha colmado la paciencia de un crítico es, justamente, todo en la puesta.

Y eso no significa que el Capitán encarnado por Edgardo Moreira sea un hombre de hoy, de ningún modo, significa que habiéndose hecho carne de su personaje lo lleva adelante con una organicidad tal que no sospecha hasta el final la camisa de fuerza en que se ha de meter cuando las estrategias de su esposa, Laura, interpretada por Marcela Ferradás, obtengan los resultados deseados por ella.

Puede llamarnos a error la disputa de un matrimonio que desea cosas diversas para su hija, incluso puede querer metérselo en la forzada matriz de género que hoy nos atraviesa. Y digo forzada porque esos derechos, esas postulaciones y esas luchas no están jugando allí, en el texto de Strindberg. Las mujeres no eran tutoras en la Suecia del Siglo XIX: Laura no pretende ser una heroína de género, sólo pretende que no le arrebaten lo que considera legítimamente propio, su hija. Justamente en una casa en la que al padre todos lo llaman Capitán, no sólo por su pasado, sino porque capitanea los destinos y es puntilloso como todo científico y parece dominarlo todo.

Es sumamente interesante ver cómo el dispositivo escénico ideado por Ariel Vaccaro, que consta de dos tarimas que se cruzan en el centro, opera como camino (y tiene otras funciones). Existe en él una encrucijada, no sólo porque los personajes aparecen y se fugan por él, sino porque en ese cruce reside también el nudo de la cuestión: los deseos encontrados. La magnífica astucia de Laura para llevar adelante la estrategia que poco a poco, como gota que horada la piedra terminará derrumbando al Capitán.

El médico, en la piel de Enrique Dumont, entiende pronto cuál será su misión, así como también el pastor. Él también, en un gran trabajo de Luis Gasloli, otrora amigo y confidente será de la partida a la hora de vencer la indomable voluntad de Adolfo, el Capitán. Ambos entienden que hay voluntades con las que es imposible luchar.

El personaje embrague es nada más ni nada menos que la nana que interpreta Ana María Castel; ella está en medio, nunca sale de su espacio de contención y amor y es ajena a la lucha de poder.

En el momento de escritura de esta obra, la Ley Sueca determinaba que los destinos de los hijos eran regidos por el Padre. De modo tal que Laura, desde una mirada psicoanalítica, quiebra la Ley del Padre. Con una maniobra terminal, destruye una certeza sin la que no sólo el Capitán no puede mantener el juicio sino que se apodera de la Ley. Rota la Ley del Padre, es la Madre quien hace la Ley.

Pero lo que definitivamente cabe señalar al lector, es que Marcelo Velázquez ha sabido liberar las pulsiones que las criaturas de Strindberg llevan consigo. Si Ibsen lo acusaba de misógino, también debió acusarlo de paranoico puesto que su padre padeció insania y de un tremendo descentramiento con la llegada de su hijo. Pero esto es nada más que especulación. Los actores de esta puesta, van mucho más allá de especulaciones, dejando todo y más sobre el escenario.

La música en vivo en la atenta mirada y perfecta ejecución de Alejandro Weber es otro signo que se suma, engrosando los climas que el espectador recibe agradecido. Del mismo modo que el diseño de iluminación de Alejandro Le Roux, proporciona los sube y baja de lo que se dirime en escena, junto a un impecable diseño de vestuario de Paula Molina, que logra la iconicidad al instante.

Lo que la obra que puede verse en La Carpintería (Jean Jaures 858) muestra es una sólida puesta de un clásico. Pero además, la consagración definitiva de Edgardo Moreira y Marcela Ferradás, porque logran una gradación perfecta del drama y no lo hacen en una puesta del teatro oficial, con los sostenes que esto significa, ni en un teatro comercial, con los financiamientos que esto supone. Lo hacen entregando una vitalidad que otroga a la puesta una emoción increíble. Bertha, la hija, es una revelación a cargo Denis Gómez Rivero, atinada y atenta pero tironeada por el ser y el deber ser.

De Ana María Castel sólo resta decir que asume un trabajo riesgoso con la solvencia que tantos años de tablas le han dado y deja en estado de shock al espectador, ya que cuando todo puede derrumbarse, sus brazos siguen sosteniendo lo que ama. La nana es el amor más allá de cualquier circunstancia, por eso la ovación, para ella y para todos.

Enrique DumontLuis Gasloli y Santiago Molina Cueli (el soldado) proponen personajes al servicio de la obra, no de sus egos, ni trayectorias, definiendo lo más vital y demostrando que no hay pequeños papeles, sino papeles hechos con solvencia. Sin ellos Laura no tiene chance. No exhiben un solo gesto de más, son lo que deben ser.

El teatro agradecido. Los críticos de acuerdo por fin. El Padre está en cartelera con aplausos sostenidos por propios y ajenos. El Padre brilla con la luz maravillosa que tiene un grupo que se la juega en un trabajo increíblemente riesgoso del que sale mucho más que victorioso.

Así vale la pena ver clásicos, esto deberían saberlo algunos directores que siguen  jugando al amor cortés después del cambio de siglo, la caída del muro y más de un giro lingüístico.

Quiero/eremos, necesito/amos más de este teatro.

 

Ficha Artístico/Técnica

Autor: August Strindberg
Actúan: Ana María Castel, Enrique Dumont, Marcela Ferradás, Luis Gasloli, Denise Gomez Rivero, Santiago Molina Cueli, Edgardo Moreira
Músicos: Alejandro Weber
Diseño de vestuario: Paula Molina
Diseño de escenografía: Ariel Vaccaro
Diseño de luces: Alejandro Le RouX
Realización de escenografia: Ariel Vaccaro
Realización de vestuario: Paula Molina
Música original: Alejandro Weber
Fotografía: Alejandra Villers
Diseño gráfico: Ruth Miller
Asistencia de dirección: Blacky Di Desidero
Prensa: Alfredo Monserrat
Producción ejecutiva: Lucía Asurey
Coreografía: Veronica Litvak
Dirección: Marcelo Velázquez

 

 

LA CARPINTERÍA
Jean Jaures 858
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4961-5092
Web: http://www.lacarpinteriateatro.com.ar
Entrada: $ 220,00 / $ 180,00 - Miércoles - 20:30 hs

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.