Jerga artificiosa: La Terquedad



Un hombre quiere inventar una lengua artificial; "un sólo sonido por cada letra, ninguna letra sin sonido". " La Terquedad" será la cristalización sublime de aquella búsqueda inacabable por deconstruir estas categorías sedimentadas y establecidas. De miércoles a domingos en el Teatro Nacional Cervantes.

Por Julieta Abella

“El incidente es para mí un signo, no un indicio: 
el elemento de un sistema, no la eflorescencia de una causalidad”
Roland Barthes

 

En la sala Trinidad Guevara, bajo un ambiente de conversación íntima previa a la función del día 23 de marzo, Rafael Spregelburd nota que su heptalogía resalta, por sobre otras cuestiones, la convencionalidad bajo la cual se rigen los pecados capitales. Con los años, Spregelburd fue escribiendo una serie de obras inspiradas en los pecados capitales que introducen, correspondientemente, siete pecados ficticios que juegan y dialogan con la acepción de los originales. Los procedimientos teatrales de su obra, particularmente los de La Terquedad, permiten un manejo inusitado de la información, habilitando un juego con la significación. La desarticulación de hitos semánticos occidentales, tales como los pecados, y el desajuste de la categorización lingüística corriente pondrá en primer plano la problematización no solo del lenguaje sino de lo socialmente establecido. Es la búsqueda del sentido, aquello desplazado por el significado, lo que la dramaturgia de Spregelburd busca incesantemente. La Terquedad, entonces, será la cristilización sublime de aquella búsqueda inacabable por deconstruir estas categorías sedimentadas y establecidas.

Un hombre quiere inventar una lengua artificial; “un sólo sonido por cada letra, ninguna letra sin sonido”. Jaume Planc se ve obsesionado con esta tarea, la de crear un lenguaje que esté desarraigado de toda connotación emocional y opresora. La búsqueda de significado materializada en aquel diccionario en pleno armado será análoga al cuestionamiento de significación que se suscita en el resto de los elementos que componen la obra. Tanto la dramaturgia, los personajes, la escenografía y, también, el público estarán permeados con esta reflexión constante que desarticula no solo las categorías semánticas inmersas en el texto dramático sino también las relaciones causales de la acción.

El texto, maravillosamente escrito y ejecutado, pondrá en primer plano este juego lingüístico previamente mencionado. Ya sea con alusiones directas al elemento diccionario u hacia otras situaciones que competen la acción, la palabra siempre será el foco del cuestionamiento. Los personajes esbozarán sus propias inquietudes frente a la veracidad del lenguaje y cuestionarán, a su vez, las redes semánticas construidas frente a conceptos particulares, posibilitando que esta reflexión se instaure en distintos planos de la representación. Por ejemplo, sobre el final, Jaume Planc, viendo la muerte frente a él, se preguntará qué propósito tienen las palabras y qué tan útiles son para su fin comunicativo último. Esto será la concreción de una reflexión que atraviesa toda la obra de Spregelburd.

Asimismo, los 13 intérpretes llevan a cabo sus roles de forma espléndida y cumplen con la ardua tarea de ensamblarse a la perfección con el engranaje de aquella multiplicidad de escenas. La Terquedad relata lo acontecido en una hora triplicando la acción y mostrando tres ángulos sobre la misma sucesión de acciones. Es entonces que cada espacio, correspondiente a un punto diferente de aquella casa, verá sucesos similares pero inéditos, aportanto otras perspectivas al hecho. Aquí será clave el trabajo del talentosísimo grupo actoral, que creará una línea general de acción que se repite a lo largo de los tres espacios pero que presenta nuevas significaciones y problematizaciones con el pasar de las escenas.

Aquel espacio, la inmensidad de la sala María Guerrero, ve una escenografía magnífica por parte de Santiago Badillo que no solo aprovecha el espacio eficientemente sino que contribuye a esta problematización de significado que plantea la obra. Lo que inicialmente había demorado el estreno porteño, el tamaño que requería la puesta, encontró en la sala principal del Teatro Cervantes un espacio propicio para poder dar con los requerimientos de la representación. La casa de aquel oficial policial obsesionado con una tarea incompletable mergerá, se moverá, posibilitará nuevos espacios y significará de una forma sinónima al texto dramático de Rafael Spregelburd.

El lenguaje, a partir de la problematización constante en el pasar de las escenas, demostrará ser un gran artificio; tanto él como la obra demostrarán ser una enorme construcción ilusoria. Esto no sólo se develará ante los personajes en el final de la obra, sino, también, ante los ojos de la audiencia. El final pone en primer plano el fallo y el descubrimiento del artificio, donde se muestra cómo las categorías teatrales y lingüísticas se empiezan a perder dando paso a una coda que muy agraciadamente cierra la obra. Los personajes en comunión cantan, se reunen, brindan, las cordenadas espacio-temporales se borran, el reloj que documenta el paso de la hora ya no está; apagón final.

 

FichaTécnico/Artística

Intérpretes:Paloma Contreras, Analía Couceyro, Javier Drolas, Pilar Gamboa, Andrea Garrote, Santiago Gobernori, Guido Losantos, Monica Raiola, Lalo Rotaveria, Pablo Seijo, Rafael Spregelburd, Alberto Suárez, Diego Velázquez.
Vestuario: Julieta Álvarez.
Escenografía e Iluminación: Santiago Badillo.
Diseño Audiovisual: Pauli Coton, Agustín Genoud.
Música original: Nicolás Varchausky.
Asistencia de escenografía: Isabel Gual.
Asistencia de dirección: Juan Doumecq.
Producción: Yamila Rabinovich, Ana Riveros.
Colaboración artística: Gabriel Guz.
Dirección: Rafael Spregelburd.

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.