De nada sirve...

 


"Nadie quiere ser nadie" es la representación de la clase media variopinta , la más híbrida y menos cohesiva de las clases en la que a veces el vacío, no se llena con nada. Mariela Asensio, texto y dirección, logra un reflejo perfecto.

Por Teresa Gatto

“La justicia como virtud no es el mero equilibrio de los intereses entre los individuos
o la reparación de los perjuicios que unos hacen a otros.
Es la elección de la medida misma según la cual cada
parte sólo toma lo que le corresponde”.
Jacques Ranciére- El desacuerdo- Política y Filosofía.

 

Son clase media. Al primero lo vemos acomodado, un padre de familia, feliz porque el capuchino a la italiana del bar del centro comercial cercano al barrio, a un puente tal vez, se repite idéntico en el solcito fuera de la sombrilla y en su cuadrado de cielo, en la casa del country. Tópicos mediopelistas como: Nadie nos regaló nada, tenemos seguridad, crucero,  plasma y el house, ¡Ah!, el house donde se reúne gente comme il faut… Reflexiones que en tono sereno se dispersan cuando hay que pedirle a Maricruz, la mucama ese whisky que demoró dos segundo más.

Sus certezas se fundan en “ocupar el mejor lugar antes que otro”, “crecer a lo grande” es decir, dejar de ser sólo clase media, ser mucho más. La mucama friega el piso. Lugar que le toca. Lugar de los de abajo. En la casa impera el Just do it para la servidumbre y por supuesto, el vacío para los demás.

Un extranjero se mezcla, sin tocarlos al principio (sería el colmo) es venezolano, vino a estudiar teatro, creyó estar en la meca, no lo estaba y ahora recibe algo de sus padres para vivir. Quiere ser alguien. Encarnado muy bien por José Araujo, muestra todas las contradicciones del arribado al paraíso perdido.

La esposa y la hija del señor de la casa, son dos seres patéticas. La madre insatisfecha de toda insatisfacción, tilinga, preocupada porque su hijo no le escribe desde el exterior, sólo atina a pedirle a su hija que se pese. Cascarudo, le dice; pesate y no comas. La chica es un palo vestido, glamorosas de la mañana a la noche, no encuentran qué hacer. Estudiar humanidades, teatro, hacer scons, porque tanto bienestar agobia. Tienen dos obsesiones: qué hacer con su existencia repleta de artefactos comprados en el exterior que son eso, artefactos y a la vez, la señora contar cuántas empanadas se comió la mucama y su  hija, tratar de existir como algo más que ese cascarudo que la madre ve.

Comparten terapeuta, tal vez la más clase media/media de todo el grupo. Pobre psicóloga, la llaman todo el tiempo “Elvira, necesito verte antes, Elvira necesito doble sesión está semana, Elvira por favor responde mis llamados”. La puesta de Asensio minimalista, los reúne, mezcla y separa sólo por sus discursos y algunos trazos del vestuario que Vesna Bebek, como de costumbre, fantasea para los personajes y los viste del ser de sí mismos. Mezclados en el escenario y en la vida. Coexistencia nada grata.

Elvira, la psicoanalista (maravilloso laissez faire, laissez passer de Andrea Strenitz) no registra casi nada de lo que dicen en terapia o por teléfono porque claramente, se cuestiona su propia existencia: profesional independiente, universitaria, monotributista, exenta de ganancias, vive y atiende en el mismo lugar. ¿A quién le puede importar la desgracia de existencia que tienen los del vacío que mañana colmarán con un viaje a las Bahamas, a los Países Bajos, o a Punta del este para seguir estando con gente comme il faut? Hay que diferenciar dolor existencial de vacío existencial. Como apuntaba Valentín Voloshinov preso en Siberia (y antes de leer El malestar de la Cultura) “los psicoanalistas como los pacientes objeto de su praxis directa son burgueses  que inevitablemente han de sufrir el condicionamiento de sus orígenes y de su ubicación social”.


Dos personajes escapan de esa realidad atroz, el guardia de seguridad, que se permite ensoñaciones con Maricruz luego de revisarle la mochila, así se mecen y cantan canciones de sueños, de esos sueños que vende Disney y que se pueden perpetuar hasta en películas compradas en un puesto callejero. Ellos no irán a Disney pero el barrio cerrado contamina. La niña de la casa fue y pudo tocar a Donald, y todavía por allí deben estar sus muñecos, además qué barato se compra todo y cómo y cuánto  se pertenece cuando se usan ciertas marcas...Pero Maricurz a veces no sabe para qué sirven muchas de las cosas de las que se descartan y le regalan en una clara muesta muestra de un “somos inlclusivos”

Un personaje se mezcla cuando la niña vacía de la casa decide estudiar actuación, se trata de Lucía Adúriz (magnífica creación), que además le pone la impronta musical a los diversos momentos. Y claro, ensayarán en la casa del barrio cerrado, la joven no se mueve de su seguridad de cerraduras, cercos perimetrales y demás, pero impera desde la tortura de ser nadie con la posesión de casi todo.

Hasta aquí, ellos son los que no quieren ser nadie. Circulan efectivamente por la sala Juan Carlos Gené del CELCIT y sólo tienen un punto común en el espacio, el sillón de diseño desde donde la madre (Florencia Ansaldo; impecable desempeño) y el padre Mario Malher (efectivo al máximo en su rol) delinean sus frustraciones, sus planes y proyectos que cambian como el sol, porque el vacío no se llena con nada.

Tienen el cansancio de tener y no ser. “No quiero ser actriz pero algo tengo que ser” dice Salomé Bustani en su perfecto vestido esilo Jackie al que un gramo más lo haría lucir cachudo.

Natalia Olabe como Maricruz (la mucama de excelente trabajo en actuación y canto) y el guardia que trabaja 18 hs, por eso no los puede cuidar con reflejos atentos, interpretado magníficamente por Guillermo Jáuregui, son el hilo que se corta. El más delgado. No porque Asensio haya acudido a un determinismo que sostenga la dramaticidad de la pieza. Sino porque usted sabe, yo sé, todos sabemos que ser pobre, que brindar servicio desciende un escalón o muchos al sujeto. Porque todos sabemos y Asensio también que el aparente buen trato no es más que una demagogia al revés para obtener más de la lógica amo esclavo, porque usted y yo sabemos que si en esa casa falta algo, de los pobres será la culpa, cuando el acceso a la cartera de la señora lo haya tenido desde un amante hasta la manicura o su profesor de yoga en apuros.

En el lugar donde sobra todo, donde la abundancia se exhibe como el bien y es el paraíso de los amigos y contactos de negocios, ahí justo ahí, 4 empanadas y 18 hs de trabajo diario marcan la diferencia trágica.

Con enorme contundencia, por segundo año consecutivo y con una mirada de enorme profundidad sobre lo somos podemos ser o queremos ser, Asensio logra otra vez, de nuevo, punzar ese grano serosanguinolento que es la clase media desclasada, la que mira para atrás y no quiere regresar al pueblo, la que mira el presente con insatisfacción profunda, la que mira el futuro como un Everest a escalar porque lo pasado pisado y porque nadie quiere ser nadie cuando ya, barrios cerrados, condominios y viajes a Europa son de un alcance mayor y producen un spleen que tiene coto, marca y fecha de vencimiento, mientras los de abajo, saben que subir es imposible pero lo van a seguir intentando porque Nadie quiere ser nadie.

Ficha Artístico/Técnica

Autora: Mariela Asensio
Actúan:Lucía Adúriz, Florencia Ansaldo, Jose Araujo, Salome Boustani, Guillermo Jáuregui, Mario Mahler, Natalia Olabe, Andrea Strenitz
Vestuario:Vessna Bebek
Iluminación: Ricardo Sica
Asistencia general:Paola Luttini
Producción ejecutiva: Pamela Santangelo
Dirección: Mariela Asensio

Web: http://www.celcit.org.ar/espectaculos/120/nadie-quiere-ser-nadie/
Duración: 60 minutos
Clasificaciones: Teatro, Adultos
Funciones
CELCIT
Moreno 431
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4342-1026
Web: http://www.celcit.org.ar
Entrada: $ 150,00 / $ 100,00 - Sábado - 22:00 hs - Hasta el 30/07/2016

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.