Té para dos



La espléndida pieza breve de Noel Coward, "Lo que no fue", encuentra en la dirección de Nicolás Dominici y Agustín Alezzo, una sincronía maravillosa y demuestra que el teatro es per se, el único arte 3D sin efectos especiales ni anteojos extraños para ver.

 

Por Teresa Gatto

“Mi amor, dices que no hay amor a menos que dure para siempre.
 Tonterías, hay episodios mucho mejores que la obra entera”
W.B. Yeats

Corren los años 30’ en Inglaterra, hay profusos manuales de usos y costumbres, lo correcto e incorrecto, aunque eso último sea lo que más remarcan. Largos de pollera para las “damas”, el trato imperativo de un “usted” aunque la dama en cuestión haya intimado con el hombre de sus desvelos y hay además, una condena a la rotura de los vínculos maritales que espanta.

En este contexto de protocolos, falta de libertades o tal vez, libertades restringidas para los que hoy vivimos en libertad, se produce el encuentro de dos seres, azaroso, aunque un golpe de dados nunca abolirá el azar al decir de Mallarme, las cosas se salen solas de su curso. Las historias se van fuera de los libros, lejos de sus autores. Reaparecen en otras historias, sobre otras páginas en blanco para atiborrarlas de posibilidades.

El amor, alguien dijo alguna vez es un choque de trenes, de frente, uno dentro del otro, humo, calor, hierros que arden y si hay sobrevivientes, hubo milagro.

Lo extraordinario y a la vez poco sorprendente, tratándose de Agustín Alezzo y de Nicolás Doninici, docente de la escuela del primero, es la exactitud para recrear una situación casi imposible por lejana. Alezzo no interviene los textos, no juega a cambiarle el nombre a un Chejov, Strindberg o a cualquier otro, Alezzo y en este caso también Dominici, manejan la hermenéutica textual de modo que nada de lo presentado quede fuera de su contexto. Entonces, por 50 minutos estupendos, nosotros en la platea, seguimos las alternativas de estos enamorados destinados al fracaso.

Cada detalle de la puesta conforma un micromundo, el de esos años de elegancia y restricción, cada segmento del espacio escénico se transforma en un campo de batalla del amor. En primer plano, en una mesa que siempre tendrá té para dos, Cecilia Chiarandini y Alejandro Giles, se conocen, enamoran y sufren. En la barra del bar de la estación, justo detrás, la gerente del lugar, muy aplomada y autoritaria libra su batalla que la endulza y suaviza con el jefe de la estación. Y casi al fondo de la escena, la mesera y el joven que vende golosinas en el andén también flirtean y también juegan un juego de seducción que llegará a buen puerto.

Sólo en el primer plano y como reforzando la puesta en abismo del “amor”, todo es imposible. No hay salida y la presencia de Marta Albertini, operará como un mecanismo de disrupción milimétrico que ayudado por su solvencia y su magnífica voz, quebrará el clima para que ocurra lo inevitable.

A la salida, escucho a unos jóvenes espectadores decir que les costó. Me pregunto si en el algún momento entraron en esa estación de Inglaterra de los 30’. Porque el verosímil es perfecto pero la juventud nos juega malas pasadas.

Hay en los vínculos con este autor y otros autores clásicos extranjeros y nacionales cierta incomprensión por parte de una platea joven o des-leída, escasos estudios de los clásicos y sus mecanismos de producción y puesta en circulación, los dejan afuera de todo espectáculo en cuyo devenir no hay un celular. Esta opinión absolutamente subjetiva (¿qué otra chance hay?), se refuerza en el éxtasis que muchos de ellos experimentan cuando ven un Shakespeare intervenido hasta la destrucción. Claro, es “raro” y les parece vanguardia. Tengo el penoso deber de informar que las vanguardias se museifican y que, sin una lectura profunda de aquellos clásicos y un entrenamiento actoral como el que Alezzo encuentra para formar a sus actores, sus Romeos, Vanias, Ofelias, Noras y demás, nunca serán en contexto, cada obra tiene un horizonte de expectativas y recrearlas es una tarea para pocos.

Por ello, el diseño de vestuario, luz e iluminación es meticuloso y el registro y tono de los actores jamás se ve forzado por ese modo de decir tan siglo pasado, tan minucioso creando el clima, coadyuvando a la diégesis y de ese modo a todos los actantes.

Alezzo y Doninici hacen brillar a todas esas criaturas en escena, a punto tal que uno querría aunque sea por una vez, ser parte de ese té para dos.

 

 

 

Ficha Artístico/Técnica

Autor: Noel Coward
Intérpretes: Marta Albertini, Lucas Álvarez, Cecilia Chiarandini, Fernando De Simone, Ayelén Depirro, Sol Fassi, Alejandro Giles, Sebastián Giménez, Tomás Pinto Kramer, Agustina Sáenz, Mariano Ulanovsky
Vestuario: María Julia Bertotto
Peinados: Marcelo Barbarulo
Diseño de escenografía: María Julia Bertotto
Diseño de luces: Agustín Alezzo, Nicolás Dominici
Música original: Mirko Mescia
Fotografía: Ramiro Gómez
Diseño gráfico: Ramiro Gómez
Asistencia de dirección: Guido Pietranera
Prensa: Leticia Gourdin
Dirección: Agustín Alezzo, Nicolás Dominici

Funciones: Domingos a las 19 y Sábados a las 21
Entradas: $ 130,-/$ 100,-

Teatro El Duende
Aráoz 1469, Ciudad de Buenos Aires – Argentina
Tel.: 4831-1538
http://teatroelduende.blogspot.com.ar/

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.