Por Mariu Serrano
Una radio de los años sesenta, un montón de cuadros añejos, un sentido de lo patriótico que reverbera lejano. Una caterva de actores venidos a menos, sombras de los artistas que fueron o creyeron ser, ensaya incansable una puesta huérfana de texto. Una ex vedette, una retirada agónica obstinada en ser protagónica, un contador de chistes sin remate, un joven inseguro que no llena la investidura de ser “responsable de la marquesina”, un contable que poco sabe de teatro, un turista que representa lo isabelino por descarte, son algunos de los habitantes de la fosa. De súbito se acurrucan contra la pared: al otro lado está el Panteón de Actores de la Chacarita, y desde allí llegan ecos de aquel teatro distinguido al que aspiran. Pasada la fascinación, vuelven a sus puestos, pero ante cada intento fallido, la inquietud y el tufo se acumula.
Los festejos de Octubre se acercan y no están preparados. No saben qué están montando pero tienen una necesidad de estar ahí, de hacer, y el público no es la meta. La cita a Ure habla mejor: “¿El público? El público lo aplaude todo, aplaude los vestuarios, las butacas, el decorado, aplaude su presencia, su existencia como tal: se aplaude”.
Entre evocaciones a Hamlet y al General, los diecisiete actores construyen una interesante mamushka metateatral en la desnudan su oficio. La obsecuencia frente a la Asociación Argentina de Actores; el narcisismo que rasga vestiduras para tener una línea más; el lugar del director, esa figura paterna a la que todos acuden para que les diga qué tienen qué actuar, cómo deben pararse, cómo les queda el vestido. Se discute acerca de la propia forma de construcción teatral, se recalcan los obstáculos de la búsqueda colectiva, un amalgama de improvisaciones y propuestas sumadas a la irrefutable necesidad de un texto, vale decir un/a autor/a, para que haya obra.
Bartís es una marca registrada, por lo tanto sabemos de antemano que lo que ofrece en cada puesta no nos dejará ilesos. Innegablemente la máquina está aceitada y su ojo experto calibró a cada actor en el sitio que le cabía. En contraparte a la excelsa dirección, que se nota en el uso del espacio y la formación de imágenes grupales, queda poco margen para la actuación. El numeroso elenco respeta a rajatabla el reducido espacio que le toca, y cuando no están en foco se ajustan al resto de los engranajes. Durante gran parte de la obra la mayoría de los actores “banca” la escena y acumula energías que desbocan en un caos sumamente pautado. En cada uno de estos estallidos, uno o dos toman la batuta y luego se dispersan. Este recurso le inyecta dinámica a la obra, pero también marea y nos reclama atención para poder enlazar las situaciones y captar la trama.
El sabor final se asemeja a una cena en un tenedor libre: accedemos a una variedad de platos suculentos, pero de cada uno tomamos sólo un bocado. Así, promediando el final se entrevé que los vínculos son algo caprichosos y no hacen mella en el argumento. Es decir que podríamos habernos servido un poco menos de ensalada, o suprimir un personaje, y tener la panza igual de llena.
Ficha Artítico/Técnica
Intérpretes: Fabían Carrasco, Facundo Cardosi, Florencia Dyszel, Gustavo Sacconi, Hernán Melazzi, Dana Basso, Luciana Lamoglia, Mariano González, Matías Scarvaci, Martín Kahan, Nicolás Goldschmidt, Lucía Rosso, Pablo Navrro, Rosario Alfaro, Darío Levy, Sebastián Morgodoy y Sol Titiunik.
Fotografía: Vanesa Trosch.
Sonido: Fabricio Rotella.
Dirección musical: Manuel Llosa.
Vestuario y Realización de escenografía: Paola Delgado.
Asistente: Francisco Allerino.
Asistencia de dirección: Mariano Saba y Clara Seckel.
Dramaturgia, espacio y dirección: Ricardo Bartís.
Sportivo Teatral
Thames 1426, Palermo
4833-3585
Viernes y sábados 22:00. Entradas desde $100