Té de Ceibo, no te duermas...

 



La obra de Gonzalo Demaría alcanza en la puesta de Alejandro Giles un sentido que contiene al fantástico, el policial negro y una metáfora del ser nacional en la que todos podemos ser dos o más. El bien y el Mal, contenidos dentro de eso que llamamos "ser argentino". Los domingos a las 18,00 hs en el Teatro El Tinglado.

Por Teresa Gatto

Robando flores a la luz de la luna pido perdón a diestra y siniestra
pero no me declaro culpable.

Nicanor Parra

 

En el jardín hay laberintos. Cualquier jardín que se precie los tiene. A veces, en las novelas, esos laberintos suponen un desafío para niños o amantes. A veces, muchas más esos laberintos cuyos bordes son bellos están repletos de contradicciones. En cada ser humano pugnan fuerzas del bien y el mal, o de lo  bueno y lo malo o de lo ético y lo que no les.  En el jardín de Té de Ceibo pugnan esas fuerzas que conocemos bien. Pueden ser siniestras, oscuras y hasta enloquecedoras. El amor y la tortura, la libertad y la opresión, la benevolencia y la más oscura egolatría.

Así, Eduardo Calvo de magnífica labor se mece entre el Jardinero Paletti, dulce e inocente cultivador diurno y un tremendo dictador, por la noche, cuando se convierte en el General Paletti.

Su madre, siempre hay un origen en las personalidades desquiciadas y múltiples, a cargo de Cristina Allende, de enorme trabajo actoral, consciente, apaña y si no comprende no importa, el germen de la dualidad o la locura está en ambos. Ellos se debaten en una dialéctica absurda pero son necesarios el uno para el otro y complementarios, como lo será Isabel Quinteros que cada día actúa mejor. Las víctimas son necesarias para los psicópatas, sino cómo desarrollarían esa cualidad que los hace socialmente integrados pero dementes de toda demencia.

Ellos con sus dobles, pueden cautivar porque saben cuál es la fisura por la que entrarle a un herido, y éstos se dejan porque algo de su devaluada personalidad por lo externo o lo interior, necesita tanto la caricia como el azote.


No importa si una dupla de ecologistas justicieros, encarnados por Florencia Cappiello y Nicolàs Furtado, quiere derrotar esa malicia, lo que importa es pensar el más allá de la puesta y el texto.

La dualidad fascismo/libertad ha existido siempre y nosotros, argentinos, enloquecidos de dictaduras institucionales o familiares, somos parte de esa dicotomía. Si el ser nacional es un constructo inacabado que recién ahora parece definirse con un matiz democrático, ese matiz sólo alcanza para parar el golpe, la amenaza siempre latente de que otra vez, de nuevo, nos tomen por asalto. El fascismo, la represión y la tortura no tienen un solo rostro, pueden ser amables jardineros diurnos que nos regalan colores y perfumes. Pueden atiborrar jarrones, patios y azoteas con las más variadas flores y especies, como el Ceibo Flor nacional que tiene propiedades narcóticas según se dice por allí, pero pueden también calzar botas, armas y sacar esa voz profunda de la orden en la que se nos puede ir la vida. No son sólo militares, son toda suerte de engañosos seres que muestran una sonrisa nívea y cuando se apaga la luz, dan la dentellada final.

Cuidado, no tomes té de Ceibo o sabé desde ahora que no hay metáfora que no se ancle en algún episodio real, sin la rosa no hay poema ni nombre de la rosa, sin heridos no hay metáfora de la guerra y su maldad. Excelente texto de Demaría que Alejandro Giles dirige a la perfección haciendo de sus actores orgánicos seres del dolor.

Ficha Artístico/Técnica

Autor: Gonzalo Demaría
Intérpretes: Cristina Allende, Eduardo Calvo, Florencia Cappiello, Nicolás Furtado, María Forni
Vestuario: Giles/ Torrado
Escenografía: Giles / Torrado
Iluminación: Giles / Crasso
Realización de vestuario: María Carcagno
Música: Gerardo Gardelin
Fotografía: Grosso / Giles
Asistencia de dirección: Daniel Grosso
Prensa: Simkin&Franco
Dirección: Alejandro Giles

Funciones

Teatro La Comedia
odríguez Peña 1062  tel: 4815-5665
info@lacomedia.com.ar
Sábados 18. hs. 

Socilto de Otoño de Sebastián Bayot, interpretado por Ana Padilla, por Teresa Gatto