Por Mariu Serrano
No se va al teatro buscando literatura; ése es el terreno de las bibliotecas y del silencio. La experiencia teatral es escurridiza, impredecible, y cuando no se la alcanza (o se la intenta forzar, que no es lo mismo pero es igual), las butacas lo saben. Carraspean, se hastían de oír palabras moribundas y deshabitadas.
Cabe aclarar que esta falta no recae en absoluto en la pluma de Santiago Loza, que compuso un argumento sólido con gran poesía, sino que es responsabilidad de la dirección. La puesta original cuenta con su dirección y data del 2004, fruto de un proceso de improvisaciones e investigación de Raquel Albeniz y Valentina Bassi. No sé cómo habrá sido aquella primera versión, pero la intuyo al menos más vívida que la actual, dirigida por Mónica Viñao. Esta nueva visita al texto es angustiosa, porque sus actrices hacen como si hicieran, trastocando la verdad de sus personajes en una pantomima tibia.
En el papel de Eugenia está Verónica Schneck, hija que creció reprimida y todavía no encuentra su firma, es decir, no tiene identidad propia. Silvia Dietrich será la madre, quien con total relajo subestima los reclamos de Eugenia, niega los hechos y evade inútilmente a la muerte apremiante. La representación sin embargo es superficial: la primera recita temblorosa, y la segunda es tan liviana que desaparece. La técnica está, salta a la vista, mas ellas se precipitan a la línea siguiente con monotonía de lección. La madre tiene una aguja en la mano y no teje un solo punto en toda la obra; la hija no sabe dónde puso su cuaderno, pero no se gasta en buscarlo porque la actriz sí sabe dónde lo tiene que encontrar. Como si les quedara grande el texto, son absolutamente explícitas en la palabra pero no nos regalan un sólo gesto franco.
Concedo una hipótesis: quizá la búsqueda estaba en generar esa angustia frente a la nada, al no suceso. Si fuera así, debo decir que esa rigidez les jugó la mala pasada de dejarnos afuera. No se perciben rastros de misterio, no generan una tensión anhelante. Recuerdo una frase de cabecera de Araceli Arreche, gran dramaturga y docente: “En escena todo me es lícito, pero no todo me conviene”. Amarás la noche tiene por cierto una interesante iluminación, pero es plena en inconveniencias.
Ficha Artístico/Técnica
Dirección: Mónica Viñao
Intérpretes: Silvia Dietrich, Verónica Schneck
Autor: Santiago Loza
Iluminación: Miguel Solowej
Diseño del espacio: Cooperativa de Diseño
Asistencia de dirección: Jorge Rod
Realización musical: Daniel Schneck
Escenografía, fotografía y diseño de programa: Cooperativa de diseño
Prensa: Duche&Zárate
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