El invernadero, vigilantes-vigilados

 

Agustín Alezzo lleva a H. Pinter a escena de manera magistral. Los actores se mecen en un obra de texto nada fácil, sin baches, silencios ni espacios. Puro diálogo orgánico que antes pasa por el cuerpo. En El Camarín de las Musas, viernes y sábados.

Por Teresa Gatto

 

“El simulacro no es lo que oculta la verdad.
Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero”
Cultura y Simulacro - Jean Baudrillard

Harold Pinter escribió El Invernadero en la década del 50’ pero esperó, casi haciendo futurología, 30 años más entregarla al público.

Si otras obras de Pinter poseían un texto que se quedaba repiqueteando en el espectador y la crítica, como si indagar lo visto u oído, pudiera dar una significación definitiva, se topaban con que el sentido es escurridizo, y demos gracias por ello, tipificar, acorralar y ceñirlo es una tarea vana y a veces peligrosa. Porque estrechar su universo a ésta u otra interpretación es dejarlo atrapado en un lugar del que la propia poética pinteriana reniega. Pinter no ha escrito para que nos quedemos en paz creyendo que sabemos de qué se trata, Pinter ha escrito para incomodar, para gambetear esas clasificaciones y tal vez, por qué no, para reírse de lo que muchos llaman sus influencias, aunque es tributario del humor más corrosivo inglés, como bien señala Agustín Alezzo en el programa de la obra que se exhibe en El camarín de las Musas los viernes y sábados.

Pero, este invernadero, concebido espacialmente como un oxímoron ya que no oxigena sino que asfixia la libertad, cuenta con un juego muy bien jugado.

Los personajes, se columpian entre la libertad y las cadenas. ¿Quiénes están más vigilados? ¿Los que son internos en esa casa de salud (nunca quedará claro qué clase de institución los contiene) o los que vigilantes creen vigilar? Vigilar y castigar.

Así el Sr. Roote, a cargo de un brillante Edgardo Moreira,  cabeza visible de ese espacio,  “cree” en un poder que se desmorona con la gracia de esos poderes que per se se saben ficticios. En el sistema capitalista,  hay cabezas visibles, pero muchos más poderes ocultos que le hacen creer al sujeto que ejerce cierto poderío, pero tarde o temprano el jefe absoluto es un esclavo de un poder omnímodo, velado y superior que ya lo tiene todo sentenciado.

Los diálogos, abundantes, alcanzan momentos brillantes, entonces Mr. Roote, creerá que cuando le hace ejecutar una acción a Sr. Gibbs, gran trabajo de Nicolás Domici, sus palabras valen. La Srta. Cutts, a cargo de una siempre impecable Georgina Rey no sabrá nunca cuando el poder de su seducción es uso de sí misma por otros o beneficio.

Y el resto, el Sr. Lamn,  a cargo de Sebastián Baracco, el Sr. Lush, en la piel de Federico Tombetti, el hilarante Sr. Tubb encarnado por Bernardo Forteza y el Sr. Lobb interpretado por Jorge Noya, jugarán el juego del engaño, la disolución y la trampa del poder.

Pero hay más, porque esos diálogos bien aceitados que parecen parte del ser del actor y no del personaje (Alezzo puro, “no haga si no hay que hacer nada”) sostienen casi de modo subterfugio una idea acabadísima de cómo, alienados, llegamos a la disolución de lo más humano que tenemos, la sensibilidad.

Si Pinter escribió una farsa,  muy cáustica,  negra, negrísima,  vibrante y por sobre todo con una acidez que, corrosiva parece esas napas freáticas que cuando suben lo inundan todo hasta llegarnos al cuello, no es menos cierto que el equipo de Alezzo, se la jugó para que sea todo eso y mucho más, porque en cada escena algo del orden del misterio y el humor negrísimo demuestra que el poder mayor, el poder político asedia a esos seres que creen tener dominio, y son sólo títeres de él. El borramiento de identidades de los pacientes que alberga esa institución es directamente proporcional al borramiento de la ética se sus personajes.

En este borramiento parece que Pinter señalara no solo la desintegración social de ayer, de hoy y de mañana sino que el toque de humor, además de aplacar la angustia del espectador parece gritar : ¡No te preocupes, sólo revisa en cuál invernadero te diluyes!

Las opciones de iluminación de Félix Monti coadyuvando a los clímax, el diseño de escenografía y vestuario de Marta Albertinazzi y el diseño sonoro de Mirko Mescia, se amalgaman en un todo que alcanza un  in crescendo dramático sin perder el paso de comedia y obtiene momentos de lucimiento total.

Si usted, caro lector, creía que la democracia era su salvación, sepa que en todas hay un aniquilador del que sólo puede cuidarse usted, porque el sistema no puede con todo, menos con los intermediarios. Desconfíe, ser borrado, asesinado, desaparecido y que usted sienta el nervio de la risa, sólo pasa en algunas obras.

Fantástica puesta sin lugares comunes y con un Pinter asimilado desde dentro hacia afuera. Organicidad, actuaciones maravillosas  y el placer de volver a asistir a una obra dirigida por Alezzo.

Ficha Artístico/Técnica

Autor: Harold Pinter
Traducción: Federico Tombetti
Intérpretes: Sebastián Baracco, Nicolás Dominici, Bernardo Forteza, Edgardo Moreira, Jorge Noya, Georgina Rey, Federico Tombetti
Vestuario: Marta Albertinazzi
Escenografía: Marta Albertinazzi
Diseño de luces: Félix "Chango" Monti
Diseño sonoro: Mirko Mescia
Música original: Mirko Mescia
Fotografía: Ramiro Gómez
Diseño gráfico: Ramiro Gómez
Asistencia de escenografía: Analía Morales
Asistencia de vestuario: Analía Morales
Asistencia de dirección: Martín Ventimiglia
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zarate
Dirección: Agustín Alezzo

EL CAMARÍN DE LAS MUSAS

Mario Bravo 960
Capital Federal - Buenos Aires – Argentina
Teléfonos: 4862-0655
Web: http://www.elcamarindelasmusas.com
Entrada: $ 150,00 / $ 90,00 - Viernes - 22:00 hs
Entrada: $ 150,00 / $ 90,00 - Sábado - 19:00 hs

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.