Cactus Orquídea: la máquina de narrar

 

El grupo Ensamble Orgánico vuelve a escena con la segunda temporada de Cactus Orquídea, escrita y dirigida por Cecilia Meijide. Un logrado relato coral sobre el amor, la pérdida y los encuentros que tiene como telón de fondo a una inconfundible Buenos Aires y que halla en la singularidad del lenguaje con que se elabora la puesta en escena una potencia arrolladora. Los viernes 20.30, en el Teatro Anfitrión.

Por Mariana Mazover

 

La novela es una epopeya subjetiva en la que el autor pide
permiso para tratar el universo a su manera; el único problema
consiste en saber si tiene o no una manera;  el resto viene por añadidura
J.W. Goethe, 
en¿Quién cuenta una novela?,
 citado en "El concepto de ficción"- Juan José Saer.

 

Un actor en escena dice que ese lugar donde está es un bar y qué él es un escritor.  El escritor vacila frente al teclado. La imaginación se le resiste.  Una chica intercepta su mirada desde la mesa de enfrente. Tiene una planta en sus manos. Charlan, y por fin ella  le dice que esa planta se la acaban de regalar y que la historia que esa planta tiene por detrás podría ser una buena historia que merecería ser narrada. ¿Cuál? La obra misma se ocupará de ir mostrándola, y el  modo en el que se irá develando pondrá en evidencia permanentemente el artificio teatral.  El juego que plantea la obra es ya desde el inicio maravilloso: se pregunta desde adentro de la ficción cómo se funda una ficción  y al mismo tiempo  se vale de múltiples recursos escénicos y lingüísticos para exhibir ostensiblemente los procedimientos que operan en la narración.  Forma y contenido se potencian mutualmente, creando un espectáculo de gran atractivo y repleto de hallazgos en todos sus elementos constitutivos.

 
En Cactus Orquídea, escrita y dirigida por una talentosísima Cecilia Meijide,  el texto y el modo de narrar son encantadores, la construcción de los personajes es deliciosa, el abordaje de la puesta en espacio es  extraordinario,  el trabajo de los 5 actores es notable por su virtuosismo. Lucas Avigliano,Ignacio Bozzolo, Laila Duschatzky, María Estanciero y Gastón Filgueira interpretan cada uno a varios personajes, logrando composiciones diversas y nítidas para cada una de sus criaturas  El conjunto es excelente. Y aún así: todo aquello adquiere valor porque  esa historia que vienen a contarnos es bella y conmovedora, absolutamente sólida en su estructuración, pero también es fresca y luminosa.

En rigor, aquello que se nos cuenta no es una sola historia, sino varias historias que van cruzándose, desprendiéndose unas de otras o confluyendo entre sí al modo de un relato coral, fragmentario y rizomático, sin centro fijo: una guía de museo abandonada por el hombre que amaba busca renacer de su dolor forzando el erotismo en toda oportunidad que se le presente; una sombría mesera de bar atravesada por la fascinación que le produce Frida Kahlo nos muestra su propio dolor y repite como un letargo, hasta apropiárselas, palabras de Frida;  un escritor vacío nos muestra con sutileza todos los  tics e imposturas del oficio, un ferretero chicato y ruso que se silencia como único modo posible de elaborar la pérdida de su mujer amada anda con su cicatriz a cuestas; un empleado bancario con nombre de actor americano nos revela el absurdo de la existencia en su devenir  cotidiano. Sí, hay dolor en la existencia. Pero también hay deseo en estado de efervescencia en cada uno de los personajes. Y todas estas historias  tienen como punto de origen aquella planta que funda el relato y que hará, más  adelante en la obra,  que lo cotidiano se encuentre con lo mágico. Que lo imposible se vuelva posible. Que en la fuga que nos ofrece la imaginación se halle la salida.

Los 5 actores son también servidores de escena. Y así, alternando roles entre la interpretación de sus personajes y su función de tramoyistas, se inaugura el potente juego de la puesta. Por un momento, parecerá que estamos adentro de uno de aquellos libritos troquelados que desde  la hoja plana hacen crecer un reino mágico al desplegarse sus formas troqueladas en todas sus dimensiones.  En Cactus Orquídea, a partir de un uso creativo y eficaz de un dispositivo escenográfico  geométrico y neutro, los actores van maniobrando ante los ojos del espectador paneles y trastos para crear, con mínimas convenciones, con signos de enorme abstracción, los múltiples espacios donde se enuncia que va transcurriendo la acción.  Este mecanismo escenográfico dialoga con la naturaleza material de los objetos de utilería, que con su composición  extrañada logran generar una textura onírica en la escena, y con ello los sentidos desbordan la funcionalidad práctica y narrativa de cada objeto para develarnos su estatuto poético.

Este vasto  mecanismo escénico  no sólo nos muestra el artificio de la narración teatral poniendo sus mecanismos de construcción en primer plano ante nuestros ojos permanentemente, también permite  algo más: que todos los espacios aludidos, fragmentos y más fragmentos de una Ciudad de Buenos Aires típicamente porteña, típicamente mítica, se creen adentro de la cabeza del espectador. En este sentido podríamos afirmar que en Cactus Orquídea  el dispositivo escenográfico  es también de carácter lingüístico: los espacios, al ser nombrados con las palabras, y representados con abstracciones,  paradójicamente, se crean en toda su verdad. Porque nadie podría negar que adentro del Teatro Anfitrión, en cada función, efectivamente  está La Giralda y su cachito de nostalgia adoquinada y de vereda de la Calle Corrientes.  Que una palabra dicha en un escenario movilice la imaginación del espectador, que sea la imaginación de aquel que está en la platea  la que llene ese espacio escénico de imágenes que no están en la superficie de lo visible, que la imaginación literaria y la imaginación por la que se huye del dolor de la vida puedan tener entidad de real o que no importe diferenciarlas, quizás sea allí donde radica toda la fuerza poética de la obra y también la fuerza estética del procedimiento que la obra inventa para contarse. 

Al rechazar la transparencia como régimen enunciativo; al mostrarnos sin velos los mecanismos de los que se vale la ficción para ser creada y narrada, Cactus Orquídea produce, quizás justamente por eso, esa verdad honda, irrefutable,  que las vidas imaginarias nos revelan al ser vividas en la ficción. No por nada en ese registro de planos múltiples que manejan los actores por un momento se confunden los unos a los otros con las escenas que ya quedaron atrás y los roles que ocupan, y pierden momentáneamente el sentido de la orientación. “¿Vos no eras …otro?” “¿No estabas en…?”   No por nada, en todo ese mundo escenográfico nítidamente artificial hay algo que sí es fiel a nuestro orden de realidad: la plantita que va de mano en mano de principio a fin con sus tres hojas y su clorofila verdísima e inconfundible y la promesa de que de allí, de esa planta, sólo una vez por año, una única vez, brotará una flor encantada, para quien se ofrezca como testigo de ese nacimiento único, clandestino y mágico. Cactus Orquídea, teatro en estado puro, poesía en estado puro, pensamiento estético en estado de gracia.  Y la risa, que también asiste a la cita, de principio a fin.

 


Ficha Artístico/Técnica

Intépretes: Lucas Avigliano, Ignacio Bozzolo, Laila Duschatzky, María Estanciero, Gastón Filgueira
Entrenamiento físico: Damiana Poggi
Música Original: Guillermina Etkin
Escenografía: Javier Drolas, Soledad Ruiz Calderón
Iluminación: Santiago Badillo
Objetos: Mariana Meijide
Vestuario: La Polilla (Gustavo Alderete, Natalia Gonzalez, Rodrigo Lico Llorente, Macarena Rodriguez, Carla Romano, María Eugenia Carbajal)
Diseño Gráfico: Barbie Delfino
Asistencia de Dirección: Jimena Ducci
Dramaturgia y Dirección: Cecilia Meijide


FUNCIONES:
Sábados 20.30 hs / abril y mayo
Teatro Anfitrión
Venezuela 3340
Entradas: $120 / $90 (estudiantes y jubilados)
Reservas: 4931-2124 o www.alternativateatral.com


Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.