24 horas viraje

 

El texto de Gilda Bona cobra en la espléndida labor de Irina Alonso una dimensión de lo representado que se ancla en la narración y pasa a la acción sin solución de continuidad.

Por Teresa Gatto

“La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor”
Vladimir Nabokov

Betina, Irina Alonso, despierta despeinada y con asombro, le anuncian que su esposo ha sufrido un accidente. La empleada administrativa encargada de dar la noticia, Marta Pomponio,  le advierte, no sin goce, que si quiere saber si él (Darío) está vivo deberá acercarse al hospital.

A partir de ese momento y ya en el lugar, se suceden una suerte de peripecias que en un dispositivo narrativo absolutamente logrado, se expande en dos planos, el de lo narrado al público como parte de monólogos interiores, disparadores, enigmas, didascalias expresas y el de la acción, sin solución de continuidad.

El despliegue escénico de Alonso cuenta con una gran dirección que en un mismo espacio escénico logra reponer todos los avatares de ese marido accidentado, de los vínculos parentales y extra parentales que se van descubriendo y que en clave de un humor ácido, sin el cuál sería imposible representar esa pérdida, van dando cuenta de cómo es contarle a un hijo adolescente ciertas cosas. Pero no es necesario, hay secretos a voces que se imponen y ella pasa de madre a hija porque su hijo Vicente, Daniel Barbarito, toma las riendas de la situación.

El texto de Gilda Bona es impecable y la dirección de Francisco Civit, logra ese dinamismo insoslayable entre la narración en primera persona que repone todos y cada uno de los sentimientos de Betina y las acciones que, como correlato de semejante situación que va ampliando su espectro de verdades, se desencadenan sin concesiones y sin respiro.

Así, el juego entre “la maldita ancha” empleada administrativa y su relación con Betina adquiere dimensiones desopilantes porque se impone entre ellas un juego de poder. El mismo que todos y cada uno de nosotros padecimos en las burocráticas oficinas de cualquier lugar, municipalidad, hospital, cementerio o dirección de tránsito. Una miserable cuota de poder hace que estos seres nos atormenten con sus reservas.

El resto del elenco compuesto por el médico interpretado por Gabriel Yeannoteguy, las enfermeras, Marisel Jofré / Gabriela Calzada, y el misterioso hasta un punto, José, Pablo Aparico, junto al trío de policías en el que se camufla Belén Rubio, cumplen muy bien sus roles, haciendo que Alonso brille y Pomponio se luzca.

Otra pieza brillante que Bona entrega y que nos deja entre el sabor amargo de las verdades reveladas con cuentagotas al espectador construyendo el suspense y la cuota exacta de hilaridad que permite una risa en medio de una situación límite.

Gran propuesta para un domingo por la tarde, en el Teatro Anfitrion.


La presente crítica corresponde a la función del domingo 10 de agosto de 2014
Ficha técnico artística

Autoría: Gilda Bona
Actúan: Irina Alonso, Pablo Aparicio, Daniel Barbarito, Gabriella Calzada, Marisel Jofré, Marta Pomponio, Belen Rubio, Gabriel Yeannoteguy
Vestuario: Daira Gentile
Diseño de luces: Facundo Estol
Música original: Adolfo Oddone
Fotografía: Lluís Miras Vega
Diseño gráfico: Adrián Ridolfi
Asistencia de escenografía: Marina Apollonio
Asistencia de dirección: Nacho Ansa
Prensa: Prensa Novello
Producción ejecutiva: Zoilo Garcés
Dirección: Francisco Civit
 
Funciones: Domingos a las 19:00
Teatro Anfitrion
Venezuela 3340 (mapa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Tel: 4931-2124
http://www.anfitrionteatro.com.ar
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00
Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.