Por Teresa Gatto
“La anarquía y la unidad son una sola y misma cosa,
no la unidad de lo Uno, sino una más extraña unidad que sólo se reclama de lo múltiple”
G. Deleuze
La sala está colmada de una expectativa enorme. Sacco y Vanzetti de Mauricio Kartun sube a escena en el Teatro Nacional Cervantes. Un trabajo monumental de recopilación de documentos en el que Kartun yuxtapone ficción a lo ocurrido fehacientemente y que consta en las actas del juicio plagado de los prejuicios que sufren los protagonistas.
El caso ampliamente conocido por todos por el film de Giuliano Montaldo (Sacco e Vanzetti - 1971) pone de manifiesto la xenofobia y el racismo propio de una sociedad como la norteamericana que la nuestra conoció desde fines del XIX cuando plasmada en textos y en la más cruenta realidad deambulaban los inmigrantes, por Buenos Aires, sometidos al escarnio y la discriminación.
La puesta de Mariano Dossena no le escapa al tremendo desafío del texto pero vacila en muchos otros signos que son vitales para que la potencia de la pena de muerte se instale en la platea como un significante ineludible. Muertos por pensar, muertos por anarquistas, muertos por italianos.
Veamos, en cada extremo del escenario Sacco y Vanzetti dialogan con lo que perderán para siempre. En el caso de Vanzetti a través de la correspondencia con Luigia, su hermana, que en Italia desespera por la suerte de ese varón que fue a hacer l’américa y que está en serios aprietos. En el caso de Sacco se duele y le duele a Rosa su mujer y su hijo Dante, el del nombre ilustre, porque no sabe cuándo regresará a casa, si regresara.
La pérdida de potencia dramática deviene de una cuestión inalienable de dirección que no permite que Fabián Vena (Bartolomeo Vanzetti), de dicción perfecta y voz reconocible, desarrolle un in crescendo que estalle en el monólogo de su alegato final. En medio de ello, se advierten ciertas vacilaciones en torno a las voces en las que el registro de cocoliche va cediendo dando paso al verdadero tono rioplatense. En el caso de Walter Quiroz (Nicola Sacco) si bien el registro se sostiene con mucha fuerza y se advierte además en su actitud corporal hay algo del orden de la representación general que le resta eficacia y no le permite alcanzar la fortaleza deseada en su propio alegato.
Del mismo modo, se hace difícil problematizar el desarrollo del resto de los personajes que se debaten entre sus más caros intereses. A lo largo de la representación hay una pérdida del impulso dramático. Tal es el caso de Luis Ziembrowski , que en ocasiones pierde su registro, el temible fiscal judío Katzman, que quiere un caso, necesita un caso y parece no saber que su condición de judío lo ha librado de ser el pato de la boda en EEUU porque ya tiene al negro como esclavo y animal. Horacio Roca como el abogado defensor Thompson, cae en mesetas interpretativas inusuales en él y en forma similar, Jorge D’Elia como el juez Thayer, fiel a sus tradiciones irlandesas, se sostiene en base a su oficio. Si bien todos son respetables artistas de gran solidez, da la sensación de que subyace en las acciones un mayor componente de técnica que de composición creativa por lo que el ser profundo de los personajes no se deja ver y por ello, no alcanzan a conmover en el desarrollo general. Sabemos que se avecina una tragedia y sabemos cuál es el final pero lo ya sabido no es obstáculo para la emoción en un texto de semejante calibre y con tales artistas.
En torno de las mujeres Luigia a cargo de Magela Zanotta , la hermana de Vanzetti obtiene la lejanía de alguien que está a miles de kilómetros y Maia Francia como Rosa, ve desaprovechadas sus cualidades actorales toda vez que se reducen a gestos de desesperación sobre un andamio en el que por extensos minutos nada significativo acontece.
Osvaldo Pellettieri observaba en “Teatro, Memoria y Ficción” (2005), que el juicio puesto en escena tal vez se ajuste más al concepto de performance, pero como Kartun no se ha ceñido a la simpleza de sólo conceder la palabra a las actas recopiladas y, sí lo ha enriquecido con la metaforización de lo que esos pobres “negros italianos” han padecido hasta que no hubo retorno, es justo decir que en ese juego hay talentos que se desaprovechan y repeticiones que dilatan la obra y escenas que tienden a un naturalismo exhausto, como por ejemplo cuando el abogado por la defensa rompe su matrícula frente al juez o cuando los italianos, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti se aproximan a la tarima móvil para mirar al público como familia por última vez (al menos viva y unida) y el personaje de Rosa canta en italiano, cuyo cocoliche tampoco ha podido sostener a lo largo de la puesta.
Hay opciones de dirección que no se pueden objetar pero si problematizar toda vez que consideramos que la puesta va perdiendo su vigor dramático a medida que intenta mostrar en escena más de lo que efectivamente se deja ver. La suma de talentos enormes no es igual al resultado de la puesta y la expectativa generada por la presencia de actores que hemos disfrutado en más de una ocasión no llega a completarse.
¿Nervios de estreno? No en esas ligas cuando se supone que todo debe estar calibrado y que éstos se sortean con el vasto oficio actoral. Tal vez la pregunta se pueda responder con otra pregunta ¿Qué puestas para qué textos? Tal vez un director de la calidad de Mariano Dossena haya utilizado una opción que, novedosa desde la conformación del espacio escénico y con una bella música en vivo que por momentos no dejaba escuchar el texto, no logró hacer vibrar a quien escribe y admira a todos y cada uno de estos increíbles artistas.
El director como intérprete creador de un texto que será puesta en escena, debe lidiar con las relaciones existentes entre éste y su representación, sus elecciones terminan siendo sumarias cuando decide. Y no siempre esas elecciones resultan en el tan mentado valor que los medios de difusión proponen, al menos no en el caso de la crítica que esperaba mucho más de artistas que siempre dan todo.
Pero nunca está de más recordar que la xenofobia, el racismo y la discriminación le hacen perder a los pueblos la dignidad y no, como se cree, a las vícitmas de esos horrores ideológicos.
Ficha Artístico/Técnica
Autor: Mauricio Kartun
Intérpretes: Jorge D´elía, Ricardo Díaz Mourelle, Cristina Fernández, Maia Francia, Gustavo Pardi, Walter Quiroz, Agustín Rittano, Horacio Roca, Daniel Toppino, Fabián Vena, Magela Zanotta, Luis Ziembrowski
Músicos: Daniel Gilardi, Matías Grinberg, Paula Pomeraniec, Gaspar Scabuzzo
Voz en Off Horacio Peña
Vestuario: Mini Zuccheri
Escenografía: Nicolás Nanni
Iluminación: Pedro Zambrelli
Música original: Gabriel Senanes
Asistencia de dirección: Matías López Stordeur
Producción: Santiago Carranza
Dirección musical: Gabriel Senanes
Dirección: Mariano Dossena
Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815 CABA
Jueves a sábados a las 21.00 horas. Domingos a las 20.30 horas.
Platea de $25 a $60 (jueves de $20 a $50