Claudio Tolcachir, sin omisiones

 

Conversamos con Claudio Tolcachir acerca de estos últimos 10 años de teatro aquí y en el exterior, de La Omisión de la familia Coleman y de la vigencia de su espacio de creatividad, el Teatro Timbre 4.

Por Teresa Gatto

Lunes 16 de Junio de 2014. San Telmo. Es extraño pensar en Claudio Tolcachir fuera de Boedo, sin embargo este creador ha recorrido tanto y es capaz de regresar siempre a su primer amor, por eso cualquier barrio del mundo es un buen lugar para conversar con él.

Puesta en Escena- Quiero comenzar esta entrevista mencionando que te vi por primera vez en el Teatro San Martín, dirigido por el gran Carlos Gandolfo y un elenco de excepción, hacían “En casa, en Kabul”, y en ese elenco había además de un director increíble unos  actores maravillosos. ¿Qué recuerdos, no?

Claudio Tolcachir- Sí, tengo un gran recuerdo, por varias cosas, por supuesto por Carlos. Yo ya había comenzado a dirigir pero siempre tuve mucha curiosidad, aún hoy, y ver a Gandolfo, ver lo que hacía, como transformaba a la gente, verlo dirigir, ver cómo se ensayaba y luego, trabajar con Elena TasistoAlberto Segado, era una clase, cómo ensaya un actor, verlos preguntarse, buscar, resolver, tengo mucho amor por ese trabajo y enormes recuerdos. Compartía camarín con Horacio Peña y un día llegué y me notó una cara extraña y Horacio me preguntó qué me pasaba, yo dije “nada, nada” pero él insistió y entonces le conté que había comenzado a escribir una obra. Me preguntó como se llamaba y le dije “creo que se va a llamar La omisión de la familia Coleman” y él respondió’ “qué lindo título”. Esa obra tiene mucho del nacimiento con Coleman.

P.E.¡Qué revolución interna, ensayar y estrenar con Gandolfo y esos genios y a la vez escribir esa obra!

C.T.- Sí,  corría de un lado a otro, había comenzado a ensayar “Un Hombre que se ahoga” con Veronese. Bueno, esto que tenemos los actores de aquí que vamos de un lado a otro…y que ahora extraño, eso de tener tantas voces a la vez que ahora, a veces, añoro.

P.E.- El otro recuerdo que tengo es el de la inauguración de Timbre 4 a mediados del 2005 y ahora pienso que “el semillero”, así llamó a Timbre 4,  es mucho más que aquel espacio al final de un pasillo. Hoy Timbre es otro mundo y poblado de forma permanente. En este tiempo pasaron muchas cosas en tu vida, creciste mucho, “Agosto” “Todos eran mis hijos” aquí y en España y pienso en estos 10 años de Claudio y que aunque se te ve igual no sos el mismo, has tenido un crecimiento enorme.

C.T.- Uno no sabe, lo único que tiene son dudas. Los recuerdos que traes están buenos porque tienen que ver con la gente con la que encontrás en el camino y también, en mi caso, desde los 17 años, cuenta el camino que armás. Yo elegí trabajar con Alejandra Boero pero luego conocí a Gandolfo, a Alezzo, a Renán y a Veronose. A Gené a quién elegí como a Boero, Oddó, al Indio Romero y otros que te tocan en suerte y decís ¡qué maravilla! Qué suerte tuve de ver como ensaya Tasisto, Segado, MoránAleandro. Tuve mucha suerte y al mismo tiempo,  siento fascinación por esa gente y su magia y por su curiosidad que está siempre. Siento que siempre trabajamos de la misma manera, incluso antes de Timbre, porque ese es el lugar formal, como edificio que también es mi casa, pero su génesis es anterior, antes también estaban en mi camino Tamara KiperLautaro PerottiInda Lavalle, Diego Faturos, luego Máxime Seugé, Jonathan Zak, Melisa Hermida y son personas que me acompañaron para probar y dirigir “Misterix” o “Coleman” y yo decía quiero probar y ellos me acompañaron y son gente a la que siempre vuelvo cuando quiero bajar. Con ellos se trabaja amorosamente pero también disciplinadamente y al mismo tiempo con mucha alegría, nos reímos mucho. Esencialmente no hay un vínculo creado de tensión o de dolor, la angustia viene por la vida, entonces tratamos de no generarla nosotros. Si ves una reunión de producción es tremendo, pero nos reímos mucho, estamos llenos de problemas pero quedan fuera del proceso creador, siempre hay humor. Nos acompañamos todos a todos. Esto comenzó un día en el que empezamos a probar nuestro trabajo y pensamos qué queríamos ver. Al principio se trataba de juntar las latas de aceite para hacer las luces, después traer la gente, después agrandar, después remplazar aquellas latas para tener nuevas luces. Nunca hubo pasos muy grandes, siempre fuimos muy cautelosos.

P.E.- Escalón por escalón.

C.T.- Sí,  nunca dimos un paso que fuera más allá de lo que creíamos. Hubo siempre mucho de trabajo, de abocarse al objetivo y luego,  cuando estreno están todos detrás del trabajo y cuando estrenan otros es igual. Pensemos que Paula Ransemberg es compañera mía de lo de Boero desde los 12 años, hace más años que estamos juntos que los que vivimos sin estarlo, éramos dos nenes. Me gusta conservar esas amistades que son más que amistades, son hermandades y vamos viendo como crece cada uno en la vida y en la profesión. Lo que más orgulloso me pone es que podemos seguir estando juntos, que crecimos pero que disfrutamos de la felicidad del otro y trabajamos mucho el tema de los egos porque como nos amamos y como es un trabajo tratar de ser feliz con todo lo que se cruza y eso depende de ellos, de que me miren a la cara y me digan si estoy muy boludo o lo que sea. Y ellos me lo pueden decir desde un lugar amoroso, todos los que te nombro y los que no.


P.E.- Algún sector de la crítica ve “La omisión de la familia Coleman” “El viento en un violín” y “Emilia” como una trilogía. Yo prefiero pensarlo como parte de una poética, no me parece suficiente la disfuncionalidad familiar como una saga, son obras de una profunda angustia ¿Vos cómo las ves?

C.T.- No las pensé como una trilogía, a partir de eso es difícil considerarlas así, no me siento autor de teatro, pruebo, pero ese no es mi trabajo natural. Escribir es como una especie de romance de verano que no sé cómo termina. Mi profesión es dar clases, dirigir o actuar y eso es otra cosa.

De chico tenía un sueño recurrente, soñaba que estaba en mi casa y había otra puerta y yo la abría y entraba en otra casa y así aparecían nuevas puertas, no sé que significa porque nunca me analicé. Pero eso de que no haya límites me gustaba, siempre tuve problemas con ellos pero los asumo y a la vez sentirme libre, sin ellos, me da placer. Estas obras nacieron de cosas que quería contar, que me divertía contar y que me parecían pertinentes, tenían que ver con mi momento. Cada una surgió de algo que me conmovía pero al final de mi vida veré que fue. Con “Emilia” quería trabajar sobre el secreto, otra forma de relato temporal. En cada obra fui buscando, en “La omisión de…” hay angustia, individualismo, egoísmo, cosas que me irritaban y divertían a la vez y cada obra nació de una conmoción. Pero una trilogía debió haber sido pensada. Si alguien lo ve como trilogía está bien, si hay algo del orden político, que lo hay, está bien, todos tienen razón.

P.E.- Cada crítico o espectador repone un sentido. A la hora de decidir los espectáculos que van a formar parte de Timbre 4 ¿Cómo se eligen? Yo con el diario de ayer  siento que sólo pueden ir en Timbre ¿Qué decisiones toma Tolcachir en torno a esas puestas que parecen tener como un parentesco?

C.T.- Es muy difícil programar, sobre todo sobre algo que no existe. Para mí es difícil porque no quería tener un teatro como Olga en “Las tres hermanas” que no quería ser directora y la verdad es que tenemos muy repartida esa tarea y está repartido el trabajo entre mis obras y la gente que es de Timbre. Cada uno tiene un proyecto y nadie se mete, vamos a ver los ensayos como amigos y damos una opinión y celebramos cuando alguien hace algo distinto, no hay una línea ideológica ni nada. Se generan propuestas y también hay gente que viene con proyectos de obras que no gustan o como el caso de “Sudado” por ejemplo o “Todo Verde” que son obras que no son de Timbre pero que les tenemos mucho respeto pero siempre apechugamos juntos.

P.E- Cuando camino por Boedo siempre pienso que Timbre nunca me defrauda. Por eso para mí es un semillero porque jamás me fui defraudada. Entiendo que los trabajos sufren altibajos y si bien el entusiasmo es loable también es cierto que hay algunos proyectos en otros espacios que son al menos dudosos y que no permiten problematizar al teatro como situación de crisis pero cuando voy a Timbre y veo una obra como “Apuntes para volverse a ver” de tanta conmoción y a la vez sin más pretensión que el conmover…

C.T.- Mi papá actuaba en ella.

P.E.- ¡Sí! y empalmo con ¿Cómo ves el panorama actual de nuestro teatro?

C.T.- El panorama es fluctuante pero eso es necesario. Si ves una obra y no te gusta no pasa nada. ¿Cuánto te dura? Cinco minutos al salir del teatro… Ahora cuando se falta el respeto por cuestiones de gusto u otras cuestiones eso no está bueno. Pero nadie lo hace mal a propósito. Además yo sé cuántos errores cometí y necesitas estrenar para darte cuenta de los límites y actuar para mejorar tu técnica y experiencia. No me parecen buenas esas escuelas que retienen a sus alumnos 50 años. Yo impulso mucho a que busquen, que hagan obras, que se cuestionen, que se presenten. Hacer obras que te gustan está buenísimo porque aprendés y de las que no te gustan aprendés más. Aprendés del fracaso, de que te vaya mal. Aprendés lo que no deberías volver a hacer.
En general veo cosas interesantes, gente muy joven y me parece genial que esté Bartís, Veronose, yo, personas de 20 y pico, distintas generaciones y que todos estemos arriesgando porque Bartís arriesga. Veronese vuelve al independiente con una obra suya y eso es una fiesta y que todos sigan produciendo es genial y uno celebra cuando le sale genial a uno de estos monstruos. Y a veces no sale pero yo no soy destructivo, sé que todos intentan hacerlo bien y  si no les salió, porque  se aturdió o no fue muy trabajador, o exigente puede ser…pero no reconozco mala intención. Nadie quiere hacerlo mal.

P.E.- A veces no se puede ser muy exigente hay actores que no se dejan. Algunos actores de mucha trayectoria deben ser difíciles a la hora de dirigir cuando uno es muy joven.

C.T.- Lo bueno es que todo el mundo lo intenta, por eso voy mucho al teatro, me excita cuando se baja la luz y no me sale ser muy fanático de lo que es teatro y de lo que no lo es porque de pronto vas a ver una obra chiquita en un gimnasio de club de barrio y quedás maravillado.

P.E.- Mi madre cuando fue a ver “Apuntes para volverse a ver” me dijo “que lindo es lo que pasa al fondo de este pasillito”

C.T.- ¡Qué maravilla lo de tu madre!

P.E.-  ¿Qué diferencia existe entre trabajar aquí o en el exterior? Con “La Omisión…” por ejemplo que viajó por todos lados.

C.T.- Es difícil porque no ensayamos, eso lo hacemos acá. En general llegamos y sólo hay que hacer la función. Hemos hecho la obra en teatros increíbles y en clubes de básquet con sonidos de fondo  y no sabés que va a pasar y aprendés mucho. Cuando dirigí en España podría haber notado una diferencia pero no la noté. Ahora, hoy por hoy,  si vos trabajás con cinco actores distintos en su técnica aquí ves que ocurre lo mismo con los españoles. No existen las diferencias de hace 30 años.  Hubo muchos cambios en el modo de dirigir. Ellos llegan con toda la letra sabida y aquí no es tan habitual pero en  el resto podés sentir más o menos entrega pero el mismo clima persiste, todos quieren disfrutar. Y ellos están felices y lo pasamos bien. Los actores argentinos en Europa  tienen un valor enorme y el riesgo que toman es aplaudido de pie.

P.E.- Por eso tiene mucho valor que te llamen para dirigir.

C.T.- La revolución que se produce en España es en torno de la dirección no en la actuación. Las escuelas cambiaron mucho y se renovó la de dirección y el modo de plantar una obra. No es lo de hace años.

P.E.- La escuela de la declamación de Margarita Xirgu...

C.T.- Sí y todos mirando para adelante. Pero eso cambió y ahora hasta ocurre que te dicen que tal sala está inspirada en Timbre 4 y que cambiaron los modos de producción porque la falta de dinero los empujo a cambiar. Antes, ellos partían de otra cosa. Tenían un proyecto y una producción y ya contaban con la infraestructura. Nosotros siempre partimos  del deseo de hacer y siempre tuvimos que buscar, apechugar y hacer de todo para montar una obra. Ese aprendizaje se nota mucho.

P.E.- ¿Qué preferís a la hora de dirigir: tu dramaturgia, la dramaturgia colectiva o un clásico?

C.T.- Prefiero cambiar, necesito cambiar de forma de trabajo. Cuando termino de dirigir una obra mía quedo agotado, no puedo más, pienso que no haré nada más, que nunca más escribiré y entonces me viene genial que me digan acá tenés una obra, la sala, la producción y cuando termino quiero regresar a lo mío. No podría estar en permanente estado de investigación y soy tan inseguro que un proceso mío me lleva años en dudas y deshago para volver a armar. En cambio cuando te dan la obra es un descanso. Después regreso y tengo las clases que son recreo, libertad, creatividad. También actuar porque necesito mucho tener un director, no tener la decisión yo. Lo que más agradezco es cambiar, de escenario, de rol, de compañeros, ir, volver. Me viene bien porque es como renovar y decir ahora vamos a jugar a esto otro. Para mi agarrar un Miller y  leerlo, investigarlo y plantear una dirección, es una gran herramienta pero  distinta porque aparte de lo que aprendes con Miller que es el maestro de la estructura es ver qué le puedo dar, debo  crear un universo. En mis propias obras también debo crear un universo, de otro modo, entonces sigo creciendo porque yo también estoy en formación. No siento que haya llegado a ningún lado. La mayoría de las cosas que ya sé, me aburren y a la vez me dan miedo.

P.E.- ¿Hay Coleman para rato?

C.T.- Los Coleman cierran cuando los actores se cansen, yo no podría decirles que sigan si ellos no quieren. Si los espiás cuando están en camarines son increíbles. A ellos cada función les significa un desafío muy grande y una alegría enorme. Aman hacerlo, aman la obra y a sus personajes. Es maravilloso. En las cenas posteriores a la función, comentan los aciertos o algo que no les gusto y que nadie más que ellos vio con el mismo entusiasmo del comienzo.

P.E.- Eso que me contás es maravilloso porque los logros de Coleman nunca terminan. Timbre, Europa, el FIBA, Paseo La Plaza y en el ciclo de este año de TXI, es maravilloso.

C.T.- Muy fuerte y no deja de sorprender. Como cuando estrenamos en Paseo La Plaza, después de la función número 148  estaban nerviosos y se prepararon mucho y ahora en Teatro x la Identidad en la Sala Coronado que es enormey en la tantas instancias atravesadas escalón por escalón, con tanto respeto de pares y del público. Es como cuando pensás en  compañeros del cole y así somos en un punto porque llegamos hasta aquí creciendo todos juntos y hasta algunos viajaron en avión por primera vez con Coleman y el asombro estuvo en todos. Por otro lado, en mi caso trabajar con gente que admiro como Tasisto, Segado, Aleandro, Morán, es un privilegio que no me permite quedarme quieto sino que siento que debo seguir buscando, mejorando, preguntando.

P.E.- Vuelvo a  los inicios en ese 2005 y pensando en esta suerte de consagración y tus ganas de continuar aprendizajes ¿Cuáles son tus proyectos?

C.T.- Mi proyecto más grande es Timbre 4 como núcleo creador y que no es solo mío sino el de todos y que te dejan ver gente como Elena Bogan de Emilia y otros que descubrís y que te permiten mantener el riesgo, la alegría, que nada se anquilose. Quiero codirigir, quiero dirigir entre tres una obra muy diferente, una obra que nos exige otro lenguaje y será para  el año próximo y será en Timbre y a la vez estoy leyendo obras para dirigir pero es difícil encontrar textos y hasta ahora dirigí obras con elencos que me gustaron siempre y espero que en setiembre se estrene “El Ardor” de Pablo Frendrik y  actuar que es lo que me gusta y llamarlo a Monti para tomar clases con él.

P.E.- Monti es un Maestro.

C.T.- Sí, es genial. Le pregunté a Mauricio (Kartun) ¿Con quién estudio? “Andá con Monti”.  Hay que crecer. Estoy feliz. Estar en Timbre, dirigiendo, buscando… hay que ser agradecido. A veces uno se olvida pero está bueno acordarse.

P.E.- Gracias Claudio ¡te agradezco muchísimo!

C.T.- ¡Gracias a vos!

MAS CENIZA, escrita por Juan Mayorga y dirigida por Adrián Cardozo, por Teresa Gatto