Pollerapantalón, cuando te toca nena es lo peor

 


Una puerta cerrada, dos hermanos en lucha, el ruido distorsionado de una amenaza que avanza progresivamente sobre el cuerpo.

Por Germán Tosto

“No podríamos equivocarnos del todo,
a menos que un disfraz concebido como un arte pudiera engañarnos.”

Jean Luc-Nancy

Pollerapantalón de Lucas Lagré es, en el fondo, una batalla de signos por el cuerpo. Afuera una peste que ataca sólo a los hombres; dentro, una hermana que resuelve su complejo de castración interviniendo su propio cuerpo y el cuerpo de su hermano (y, por supuesto, el de una madre, o el del espectro de una madre). Los hombres, “hombres como mamá”, son objeto de deseo e identidad negada.

La matriz que ordena la obra es claramente freudiana. Leo elabora en su psicosis una mentira que justifique la intervención genérica. El amor frente a la amenaza ficticia externa es entonces razón suficiente para la feminización de su hermano; el sacrificio, la figura del mártir, conlleva su propia masculinización.  

Sin embargo, no es esta matriz lo que hace de Pollerapantalón una propuesta movilizante sino la artillería semiótica cuidada al extremo que despliega hacia y contra el espectador a partir de la misma.

El diseño sonoro de la obra se construye en un delicado increscendo marítimo que no permite que olvidemos la amenaza latente del afuera, para generar un clímax final en un ruido de distorsión que acompaña la intervención física de los personajes. El espacio despojado y los juegos de claroscuros imponiendo barreras móviles delatan el límite de esa única puerta jamás abierta, el encierro del cuerpo en el discurso psicótico.

La puesta en escena dialoga con un texto que constantemente define, hace y moldea el cuerpo. Avanza sobre el otro y sobre el sí mismo entre cambios de género y delimitaciones de lo masculino y lo femenino que siempre se materializan –la repartición lingüística de lo que corresponde a la hembra y al macho es, al mismo tiempo, la repartición de la vestimenta, el maquillaje, los accesorios, los quehaceres–. La obra da así un salto por sobre la problemática psíquica coyuntural para dar cuenta del dolorismo universal (o al menos occidental) producto de la sobresignificación del cuerpo.

El gran logro de Pollerapantalón es que, como los personajes, los espectadores consentimos la mentira. No se nos miente, se nos convence de entrar en el juego ficcional. Envueltos en esa exposición del artilugio, la locura deja de ser ajena y pasa a señalar el atavío del cuerpo del cual todos participamos. Cuando nos toca nena es lo peor. Nuestro cuerpo siempre es cuerpo sacrificado al signo y allí está el ruido sordo de la distorsión para alertarnos. Leo elige la materialización de ese dolor, la enfermedad, la muerte. Manu, en un último gesto, invita a abrir el juego. La puerta y los ecos marinos del afuera que desconocemos de pronto nos recuerdan que todo límite es franqueable.


Ficha Artística/Técnica:

Intérpretes: Bárbara Massó y Lucas Lagré
Diseño de espacio: Agustín Escalante y Lucas Lagré
Diseño y realización escenográfica: Agustín Escalante
Diseño de vestuario: Alfredo De La Fuente y Celeste Barta
Música: Fernando Sayago
Diseño de luces: Gastón Calvi
Diseño gráfico: Alejandro Ojeda
Fotografía: Rodrigo Tubio
Producción General: El Desvío
Asistencia de dirección: Bárbara Piczman
Dramaturgia y dirección: Lucas Lagré

Nota: la presente crítica corresponde a la función del día sábado15 de marzo de 2014 realizada en La Tertulia, Gallo 826, (mapa)Ciudad de Buenos Aires.
Las funciones tendrán lugar los domingos a las 23, hasta el 19/04/2014.

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.