El texto de Federico García Lorca intervenido escénicamente por José Marìa Muscari, logra espléndidos momentos de teatralidad de la mano de un elenco femenino colmado de matices.
Por Teresa Gatto
“Nunca nadie podrá reconstruir
lo que pasó ni siquiera en este
más cotidiano de los mansos días”
José Emilio Pacheco
Muchos estudios críticos sobre Federico García Lorca señalan que La Casa de Bernarda Alba es el intento más acabado del poeta con el objetivo de lograr un teatro profundamente realista, no sólo por su prescindencia de preciosismo sino además, porque su pretensión de verosimilitud está reflejada en las subjetividades burguesas que ostentan marcas ideológicas, económicas y sociales. Marca de una época, “andamio de una época” decía Lorca al referirse al teatro como vehículo de conciencia social.
Es, en este punto, en el que Muscari, sin dejar afuera lo más emblemático del texto y de los personajes, interviene la obra del poeta granadino para, por un lado, alojar en cualquier periferia estéril los deseos reprimidos que no germinarán y, por otro, quitarle el realismo original, llevando a los personajes a límites que parodian esa especie.
Pero este plano parodiante de las criaturas muscarianas, le sirve para construir un nuevo sentido y otorgarle un dinamismo que podría perderse toda vez que los sucesos se han puesto añejos.
De modo que, los personajes alcanzan niveles de movilidad continua y coreográfica que sólo se interrumpe cuando aparece un suceso o secreto a develar y, jamás develado, los paraliza en escena.
Una marca de la poética escénica de Muscari es el formato coral, ya sea para repetir una sentencia que acerca un sentido que el espectador debe develar o esa neoruptura de la cuarta pared en la que, lejanos a todo realismo, los personajes se adelantan hasta casi darse en el rostro del espectador para plantarse en alguna acción que puede adolecer de palabras pero siempre acompaña la diégesis.
Usando de un modo sumamente provechoso, la figura de Poncia, en la piel de una excelente Andrea Bonelli y la criada a cargo de Mimí Ardou, de lograda labor, consigue colocar en la figura de la servidumbre todos los saberes al modo de Molière. Ellos saben, pero si te llamas Poncia, saberlo todo equivale a lavarte las manos y dejar que la tragedia fluya.
La historia conocida ya se desata cuando muerto el segundo esposo de Bernarda, la misma decreta añares de duelo pero confronta con la realidad de casar de una vez y para siempre a Angustias, hija de su primer matrimonio, bien interpretada por Florencia Raggi, que ya roza los cuarenta años. Su dote es buena y no hay tiempo.
Y el tiempo juega un rol fundante ya que compone una categoría que todas las hijas están dispuestas a burlar. Tan homogéneas en su atuendo intemporal de blazer negro y botines y tan diversas en sus subjetividades e idénticas en sus deseos, componen una constelación que más allá de llevarnos a ver el porqué de sus nombres analizados hasta el agobio, son en sí mismas su propio nombre.
Adela, personaje que lleva adelante con gran soltura Florencia Torrente, desborda deseo y pasión y refracta en el extremo de la vida con María Josefa, su abuela, cuyas apariciones a cargo de Adriana Aizemberg, de notable presencia y eficacia escènica, son embragues que posibilitan la libertad a través de la locura, elemento que permite todos los desvíos a las normas de Bernarda.
Amelia a Cargo de Lucrecia Blanco, de orgánica labor, forma un dúo inseparable con Martirios, cuya enfermedad y desgarbo son llevados adelante por Valentina Bassi con el talento que ya le conocemos.
Magdalena, en una espléndida Martina Guzmán, alcanza a reponer lo falocéntrico que nunca será visto, pues Pepe el Romano, desvelo de la solterona y deseo de la más joven y encendida, nunca aparece. Muscari opta por borrarlo completamente, siendo éste un fantasma múltiple, al desatar envidias, enconos, disputas y muerte en la casa sellada de Bernarda.
Ella, a cargo de una gran labor labor de Norma Pons, es la que hace la ley que será burlada porque no hay asfixia que se tolere tanto tiempo. Pero a la vez, sostiene un tono imperativo pero arrabalero que le coloca un toque de cercanía al drama.
La excelente escenografía de Jorge Ferrari, sin grises, sólo en blanco y negro, en la casa en la que no hay medias tintas, sólo cuenta con un tubérculo que va desde las paredes al techo, como si la casa estuviera amurrallada desde afuera por un rizoma de pautas y desde adentro por esa madre imperativa y castrante.
Los personajes, todos, llevan al límite sus posibilidades haciendo que el realismo estalle en un hiperrealismo que obtiene su sentido contrario. Muscari ha leído bien a Lorca y sabe que es imposible un montaje atrayente porque muchos años pasaron desde que Federico García Lorca la concibió y múltiples han sido las compañías que la llevaron a escena sin moverse un ápice de la representación realista del drama.
Aquí, coreografía y stop que revelan que el tiempo está detenido en la casa y las irrupciones de la Libertad a cargo de la anciana María Josefa, única que no porta luto, obtienen una puesta dinámica, que permite cierta hilaridad y a la vez, hoy, ahora, en 2014, adquieren una verosimilitud que en nada se sostiene en el naturalismo, sino que justamente, a través de su contrario permite hacer explotar la teatralidad y no la identificación catártica que se esperaba hace 50 años.
Muscari interviene a García Lorca, el público aplaude sostenidamente y Lorca se apodera de la calle Santa Fe en otra dimensión, casi post autónoma y sumamente lograda.
Ficha Artística/Técnica
Autor: Federico García Lorca
Elenco: Norma Pons, Andrea Bonelli, Mimí Ardú, Adriana Aizemberg, Florencia Raggi, Lucrecia Blanco, Valentina Bassi, Martina Gusmán y Florencia Torrente.
Dirección: José María Muscari
Vestuario: Renata Schussheim
Escenografía: Jorge Ferrari
Iluminación: Gonzalo Córdova
Dirección de Producción: Andrés Parodi
Nota: la presente crítica corresponde a la función del día viernes 14 de marzo de 2014 realizada en Teatro Regina-Tsu, Av. Santa Fe 1235, (mapa), Ciudad de Buenos Aires. Tel.: 4812-5470 / 4816-6427