Como es ya un sello indiscutido, Agustín Alezzo monta a los grandes dramaturgos redoblando la apuesta y saliendo vencedor. Con grandes actuaciones.
Por Teresa Gatto
Corría el año 2005 cuando Harold Pinter fue galardonado con el Nobel y la Academia sentenció para destacar su elección este enunciado: “el precipicio que hay detrás de la conversación diaria y que irrumpe en los espacios cerrados de la opresión". Luego destacó que Pinter había devuelto al teatro al ámbito cerrado en el que los sujetos están a merced de cada uno y el diálogo es imprevisible.
La situación parece sencilla, Aston interpretado por Federico Tombetti invita a Davies, en la piel de José María López a vivir en la casa que comparte con su hermano, Mike, a cargo de Santiago Caamaño.
La casa con pocos espacios habitables los reúne en un cuarto en el que hay un atiborramiento de objetos que, cuidadosamente y haciendo significar lo que Alezzo ha decidido contar, Marcelo Salvioli, dispone de manera tal que ese caos termine siendo un cosmos. Porque el atiborramiento es espejo del encuentro azaroso que los junta a los tres en escenas notables.
Del mismo modo que las absurdas conversaciones que sostienen, son pequeños bloques en sí mismos que postulan y vuelven a postular el grado de incomunicación humana. Estar juntos, casi apiñados, no redunda en nada porque tanto el cuidador Davies como los hermanos, no lograrán comunicarse, no al menos con ese grado de sentido que esperamos, pero esto es absurdo.
Cualquier intención de reponer un sentido lineal adolece de sustancia.
Porque los hermanos pujan por darle a Davies un estatuto que no alcanzará básicamente porque su inquietante irrupción, rescatado de una pelea por uno de los hermanos y que, podría verse como casual es nada más que la ocasión para disparar enunciados que traducidos en acciones son el reflejo de eso que llamamos miseria humana.
Pronto se revelarán manipulaciones varias y Davies exteriorizará muchas de sus fobias y ansias de poder, su racismo y su discriminación del “otro”, logrando momentos de gran intensidad porque José María López ejerce su oficio con maestría y torciona los tonos y alcanza momentos de una teatralidad que impera.
Del mismo modo, Federico Tombetti y Santiago Caamaño logran una inestabilidad que demuestra lo bien que interpretaron el texto que adaptó el primero y que Alezzo ha vuelto a dialogar con Pinter como dialoga con quien desee. Una puesta que sin gritar nada, representa lo que debe representar, esos núcleos anquilosados de la manipulación, devastación e incomunicación humana que muchas veces no observamos como absurda pero que sin anclar en esa especie teatral no se podría contar.
- Autor: Harold Pinter
- Traducción: Federico Tombetti
- Actúan: Santiago Caamaño, José Maria López, Federico Tombetti
- Diseño de vestuario: Agustín Alezzo, Andrea Lambertini
- Diseño de escenografía: Marcelo Salvioli
- Diseño de luces: Felix Monti
- Fotografía y Diseño gráfico: Ramiro Gomez
- Asistencia de dirección: Germán Gayol
- Prensa: Simkin&Franco
- Dirección: Agustín Alezzo
- Nota: la presente crítica corresponde a la función del día domingo 9 de febrero de 2014 realizada en El Camarín de las musas, Mario Bravo 960 (mapa), Ciudad de Buenos Aires.
A la citada fecha, las funciones son los sábados a las 20 y 22 y los domingos y lunes a las 18.
Reservas: 4862-0655 / El Camarín de las musas