Por Teresa Gatto
Otro año comienza y con él, el quehacer teatral se renueva. ¿Se renueva?
Ya avistamos reestrenos de obras a las que el público y la crítica dijeron sí y eso nos permitirá ponernos al día con lo que aún no hemos visto.
La cartelera teatral no da respiro y si cada obra del teatro under está en escena una vez por semana y algunas no alcanzan las doce funciones, a veces nos quedamos sin saber que pasó en ciertos escenarios.
Hay otros modos de no renovación o de repetición: lo ya conocido, lo improvisado, el “lo hago porque yo lo escribo, yo lo actúo y yo lo dirijo” y ya sabemos… no es una poética, es el mismo contenido con distinto envase. Es muy saludable actuar para todo aquél que quiera hacerlo, de la misma forma que lo es pintar, cantar, bailar u otras formas de expresión, pero hacerlo profesionalmente implica algo más que tener ganas. También sería saludable no padecer algunos esperpentos.
La visión de un crítico es parcial, la de todos los críticos, podría decirse, es algo más global. Cuando uno revisa publicaciones serias encuentra cierta zona vagamente común en la que coincidimos muchos de nosotros. Pero en esta nota hablaré por mí y por la independencia de esta publicación que dirijo y por la libertad de criterio de sus colaboradores.
Hace unos días en Página 12, algunos hacedores teatrales reflexionaban sobre un estado de la cuestión y el director y dramaturgo Héctor Levy-Daniel en su nota titulada “Creadores sin público” indagaba sobre la proliferación de espectáculos que, muchas veces, consiguen subsidios y una permanencia que se puede adjudicar a la crítica o a una buena campaña de prensa pero que finalmente distraen o desorientan al espectador llevándolo a ver un espectáculo de calidad al menos dudosa, “pistas falsas” las denominó.
¿Pero cómo funcionamos los críticos? Tan falibles y humanos como el resto o más. Porque el juicio crítico no está exento de caer en los mismos errores que se le puede imputar a cualquier actividad humana.
Tener una publicación del tipo que sea: blog, revista digital, gráfica, etc., nos coloca en el centro de un anticiclón. Todas las semanas llegan de modo profuso cientos de invitaciones para que veamos “esa” obra. Por supuesto no falta el actor, la actriz o el director que personalmente nos escribe invitándonos a ver su trabajo.
¿Cómo decidir? Difícil, porque si sólo viéramos a los que consideramos serios, entendiéndose por esto: formación, experimentación, entrenamiento, talento y obviamente una dosis enorme de trabajo, perderíamos de vista a los que vienen dando sus primeros pasos y construyendo de a poco una base sólida. De todas maneras y aun haciendo un esfuerzo enorme sería imposible abarcarlo todo.
Hablaré de modo personal. Si ya vi a un artista y me pareció mediocre/malo, no regreso a verlo a menos que los pares que merecen mi absoluta confianza digan “esta vez alcanzó un nivel aceptable”. Porque esta publicación como muchas otras no tiene el objetivo del periodismo de espectáculos que con sus calificaciones, con sus recorridos valorativos en términos de malo, regular, bueno, muy bueno, etc., puede lanzar al estrellato a cualquier advenedizo/a que pueda pagar una nota. De modo que doblemente independientes, por ser nuestros propios jefes y por no recibir subsidios de ningún tipo, podemos elegir qué hacer. Y cuando un artista no se encuentra en estas páginas suele responder a dos motivos: o no lo vimos o decidimos callar. Porque aunque su espectáculo sea fruto del “vi luz y subí”, sabemos que en el teratro off alguien hizo un sacrificio para que ese actor/actriz se haya subido al escenario.
¿Pero debemos callar?
Hasta fin de año seguimos una suerte de inercia benévola considerando “los sacrificios” que muchas cooperativas hacían para estrenar y luego lograr el tan deseado subsidio. Eso, estuvo mal.
Como directora de contenidos y junto a mi socio y colaboradores no pensamos en una beatificación futura. Porque cada vez que omitimos decir que una obra es (siempre siguiendo nuestro criterio estético) de dudosa calidad, tal vez, indirectamente, obramos en detrimento de otras que nunca llegarán a estrenar. Y con respecto a nuestros lectores, quizás pensaron que esa puesta no la vimos y en definitiva los privamos de conocer nuestra opinión.
No haré aquí el inventario de la suma de las desventuras de las que hemos sido espectadores, las damos por prescriptas. Me aferro como un náufrago (porque no creo en las pelotas Wilson) a esa frase de Woody Allen que dice “la comedia es tragedia más tiempo”. Y es el tiempo, que conlleva oficio en este quehacer, el que me permite decidir a quiénes ver y a quiénes no vería nunca porque y aunque parezca caprichoso, cuando un artista pasa determinada edad y no corrige ciertos vacíos, los dos perdemos nuestro tiempo. Los milagros son para otro plano. El teatro sigue siendo sagrado pero sus hacedores seres terrenales.
Es lícito esto que decía Augusto Boal “todo el mundo puede hacer teatro, incluso los actores”. Pero no por ello, debemos creer que lo hacen bien, ni profesionalmente y a veces ni siquiera con dignidad. El teatro como Arte conlleva lo sublime pero cuando hay aristas bastardeadas, puede ser el horror sublime.
Por ello y, apelando a las experiencias del 2013 en el que personalmente escribí poco por la obstinación pertinaz de no perder tiempo con figuritas conocidas sin retorno (en mi humilde opinión) nos encontramos trabajando para consensuar una mayor precisión.
Este año seleccionaremos los contenidos de un modo más exhaustivo, revisaremos el quién y el cómo para balancear la tarea y por supuesto comenzaremos a explicitar, con el respeto que siempre nos ha caracterizado, aquellas cuestiones que hacen de una obra un artefacto estético apático en favor de otros y del público.
¿Repetiremos este año la experiencia de disfrute que puede advertirse en las notas realizadas?
¿Nos sorprenderán los creadores con nuevos desafíos?
Si el lector revisa el archivo de esta publicación o usa el buscador ubicado en el extremo superior derecho, podrá ver qué fue aquello que nos pareció realmente noble, digno y fruto del trabajo y del talento.
No encontrarán aquí un balance porque nuestros colegas ya lo han hecho y acordamos plenamente con muchos de ellos. Por ello, cuando a veces coincidimos en nuestra tarea de jurados de diversos premios, no hace falta mucho debate para decidir a quien galardonar.
Y retomando la categoría de “extranjeros” de Eugenio Barba[1] pedimos que nuestros artistas sean extranjeros en este sentido: “Ser extranjero es tener la mirada nueva. Mirar siempre con curiosidad la realidad del entorno, vencer la rutina. El extranjero está siempre atento a lo que lo rodea” y por sobre todo, que los creadores adviertan que: “Un personaje es algo ficticio, algo que existe para que hablemos de él, ahora, entre nosotros. Para el actor es el instrumento que le permite desmontar acciones físicas y vocales (…) Es lo que permite al espectador comentar su proceso de creación. Finalmente ¡que es el teatro! El momento de creación para el espectador. Claro que ese proceso de creación está condicionado por lo que el actor hace. Por eso es fundamental. Pero teatro solo existe si hay espectador. Con actor solo no hay teatro...”
Salgamos ya a los teatros, disfrutemos de los extranjeros, de los formados, de los experimentadores y no dejemos que más pistas falsas dejen sin público a los que lo merecen. Et tout le reste est littérature como decía mi estimado Paul Verlaine…