Los hechizados

 

La obra escrita y dirigida por Héctor Levy-Daniel toma un tópico trágico como el incesto y logra que la tragedia salga del palacio y se instale en la pampa.

Por Teresa Gatto

— ¿Y todo por qué? ¡Por esa muchacha,
por esa mugre, que no estaría ni güeña pa un pión, cuantimás pa unos patrones!
Benito Lynch

Héctor Levy-Daniel toma el motivo de Los hechizados de la emblemática obra de John Ford “Lástina que sea una puta”, título abreviado de su original “Tis Pity She's a Whore”, concebida hacía 1633. El motivo es lo que subyace pero como toda reescritura de un motivo nos entrega un nuevo texto.

Las situaciones están ubicadas en la pampa. Ese plus le otorga a lo narrado una densidad enorme, ya que es posible inscribir la obra en la tradición no gauchesca pero sí campera que fue motivo de desvelo de muchos escritores comenzando por Echeverria y Sarmiento y continuando con todos aquellos que incursionaron en él hasta que Borges con su maestría cerró el siglo XIX cambiando la noción centro/periferia de un cronotropo agotado.

Incestuoso pero irreprimible, el amor de los protagonistas, puede ser achacado a esa soledad que la inmensidad del desierto/pampa/campo provoca en sus habitantes y a la vez retoma una tradición de dimensiones trágicas, tanto en nuestro relato de nación como del heredado de los Clásicos.

Para David Viñas la Literatura Argentina comenzaba con una violación, la del inglés de "El matadero" y eso marcaba cierto sino trágico porque desde mucho más atrás, la América que Colón se inventó había derramado la sangre de los pueblos originarios. Una conquista sangrienta, y 3 siglos después, una institucionalidad con la fundación del Estado Nación, ganada a fuerza de exterminio del resto de esos pueblos vistos como una amenaza para el Huinca.

Aquí Héctor Levy-Daniel hace un doble movimiento, inscribe la tragicidad en la periferia y a la vez demuestra que civilización o barbarie siguen siendo pregnantes ya que independientemente del incesto, la resolución de los acontecimientos apela a lo mejor de la tradición clásica.

Juan y Ada son hermanos. Él estuvo lejos un tiempo estudiando y cuando regresó encontró a su hermana hecha una mujer. El amor surgió incontenible como las tormentas y los vientos de la pampa brava. Unas lluvias que anegan los campos de la familia los obliga a hacer un trato con Toranzo, quien a cambio quiere a Ada por esposa. De allí al desencadenamiento de la tragedia no hay escalas.

Ada y Juan, respectivamente en la piel de Maia Francia y de Pablo Razuk, sostienen la obra con una teatralidad de lujo. Ada, les duele a todos de tan bella y enamorada, Juan en carne viva de amor y desesperación no admite concesiones, o las admite hasta un punto. Dispuesto a todo, no dejará que el descubrimiento del secreto le arrebate lo que más ama en el mundo. Y allí hay otro logro de Levy y de los personajes. Porque desangrados de amor, no se cuestionan el incesto como lo habría hecho la Fedra de Racine, no, ellos esperan a que el tiempo de sus vidas sea propicio para marcharse a otro pueblo y ser una familia. En ambos personajes, los actores entregan una dimensión de la tragicidad que demuestra un oficio enorme y un entendimiento con lo que su director marcó sin que se le note ni un solo piolín a esas marionetas del destino.

Pablo Razuk y Maia Francia - Foto: Carlos Folias

Como en una tragedia que se precie de tal, Valda, la mucama de la casa en una gran labor de Silvia Villazur, es la que sabe, la que calla, la que atempera, la que cuida y finalmente la que adelanta con indiciales párrafos de narradora ominiciente lo que se va a desatar.

Toranzo en la piel de Martín Ortiz es despiadado y vengativo. El típico terrateniente que va por el todo o nada cumpliendo bien con su rol. Su sicario, Rodolfo, interpretado por Enrique Papatino maneja muy bien los tonos de quién debe hacer el trabajo sucio y a la vez semejar un secretario común. En el rol del padre de los desdichados amantes/hermanos, César André se maneja muy bien en su condición de ignorante de las pasiones que afiebran a su propia sangre y responde a la lógica del terrateniente venido a menos que ve su campo anegado pero no las pasiones que inundan su casa.

El diseño de puesta en el que colabora la marca coreográfica de la gran Teresa Duggan, redunda en beneficio visual y de significado. El minimalismo del espacio escénico es colmado por el recorrido de los personajes que aunque cambien de ámbito están siempre atrapados dentro de un movimiento circular que los encierra en el desenlace ineludible que se pensó para ellos. El diseño de vestuario de Alejandro Mateo, logra que los personajes tengan su sello sin estridencias. Ricardo Sica concibió un diseño lumínico acorde a cada escena.

Como ya es habitual, la música de Sergio Vainikoff aporta a los cambios de clima sin manipular al espectador, lo que se agradece en una puesta cuyo texto y actuaciones son un pilar sólido que encuentra a la pareja central jugando momentos de una intensidad notable.

Bien regada de guiños a la dramaturgia universal, la tragedia está ahora en Palermo, a unas cuadras del barrio donde Borges concibió otra barbarie, la de los compadritos y cuchilleros y de la mano de Héctor Levy-Daniel, cerca del espectador para que el teatro independiente pueda jactarse una vez más de ser lo que elegimos aquellos a los que no nos deslumbran los neones muchas veces vacíos de la cartelera comercial porteña.

 

Ficha Artística/Técnica

Actúan: César André, Maia Francia, Martín Ortiz, Enrique Papatino, Pablo Razuk, Silvia Villazur
Vestuario y Escenografía: Alejandro Mateo
Diseño de luces: Ricardo Sica
Realización de escenografía: Veronica Grau
Música original: Sergio Vainikoff
Fotografía: Camila Levy-Daniel
Diseño gráfico: Marcelo Farias
Asistencia de dirección: Ramiro Delgado
Prensa: Marisol Cambre
Diseño de coreografía: Teresa Duggan
Dirección: Héctor Levy-Daniel

Funciones: Domingos a las 19:00

NoAvestruz
Humboldt 1857 (mapa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel.: 4777-6956
http://www.noavestruz.com.ar
Entrada: $ 70,- / $ 50,-

Más info en Puesta en Escena: Los hechizados


MAS CENIZA, escrita por Juan Mayorga y dirigida por Adrián Cardozo, por Teresa Gatto