El Corso, un grotesco impecable

 


La obra de Manuel Cruz, alcanza en la dirección de Jesús Gómez momentos de altísima hilaridad en un género difícil de sostener sino se tienen las códigos y los actores claves.

por Teresa Gatto

¡Tu risa me hace mal! Mostrate como sos.
¡Detrás de tus desvíos todo el año es Carnaval!
Francisco García Giménez

Si el Grotesco fue un género altamente proliferante en nuestro país, no es menos cierto que el Siglo XX que lo vio nacer y el XXI que hoy alborea, son grotescos de un modo singular. En ellos alterna como en el género teatral, la alegría, la tristeza, el conventillo (hoy como espectacularización de la vidas privadas porque todo está mezclado y las redes hacen las veces de las delgadas paredes de aquellos yotivencos en los que todo se fusionaba: idiomas, orígenes, idiosincrasias, penas y alegrías. El melodrama como subgénero aquí, que pone esa nota sentimental pero que se encuentra estallada de hiperrealismo, consigue una carcajada y la posterior reflexión sobre la desventura de todos los tiempos.

El Corso de Manuel Cruz es una estupenda puesta en la que los códigos de género criollo aquí y singular siempre, alcanzan a cumplir con las series simbólicas que se esperan de él y le imprimen un ritmo nuevo de la mano de Jesús Gómez que no improvisó nada a la hora de montar esta puesta.

Es noche de carnaval. Carnaval es mezcla y es necesidad de las capas bajas de divertirse pero es también ocasión de engrosar un poco las alicaídas arcas familiares en una casa de piezas de alquiler en la que falta lo básico. Esmérida, en una notable actuación de Maiamar Abrodos, es la jefa de hogar, su hombre no trae un peso y resta siempre en vez de sumar, aquí el trabajo de Andrés Greaven es orgánico toda vez que su fatiga y desinterés lo son. No falta el abuelo encarnado por Roberto Giovanetti, a quién quieren y cuidan como pueden pero el que no puede más es él y, casi como un objeto es desplazado por el magro espacio del cuarto en el que estorba siempre pero es justamente en esas capas en las que es imposible el abandono de un anciano aunque sea sólo culpa y porqué no, amor/culpa. Completan el cuadro familiar dos jóvenes, Sara Valero Zellwer como Pila, la hija que llegó de la provincia y Sabrina Gullino, más adaptada a la jungla que es Buenos Aires. Ambas juegan sus deseos y decepciones detrás de la raída cortina que separa sus cuchetas del resto del cuarto. Una vecina, interpretada por Laura Palmucci, aporta la polifonía clásica de lo carnavalesco y colabora como puede con Esmérida para que esa noche, en la que el corso pasará frente a la puerta, el pequeño balcón de la piecita de alquiler se convierta en palco privilegiado para que los que no pueden estar o ver, se instalen cómodos a tomar una cervecita con alguna que otra vitualla y de paso ayuden a las limadas arcas de esa familia que la potencia de la mujer del hogar se empeña en no abandonar.

Hay escenas muy jugadas, textos casi hechos a medida para Abrodos que explota su enorme presencia escénica no en su beneficio sino en la colaboración del lucimiento de sus compañeros. El vestuario de Marcela Crestá y la escenografía de La Caja Tesla, colaboran con lo narrado aportando la dosis exacta de mezcla y cambalache de cualquier Babel de los pobres como es un conventillo o pensión y a la vez diseñan aristas que asisten en la organicidad de lo representado.

El carnaval como bien señalo Mijaíl Bajtín, es un segmento espacio/temporal indisoluble en que lo sagrado y lo profano se mezclan, es el momento en el que algo muere y algo nace, pero esa dicotomía que todo lo pone de revés para que el chico pobre de la murga se disfrace de rey o alcalde una vez dando vuelta las estructuras que siempre regresan a su estados inamovibles, tiene como conector a la risa. Carnavalizarlo todo.

Eso es El Corso, un puente entre la vida y la muerte, tener y no tener, acomodarse a toda y cada una de las emergencias de la vida y de la muerte pero en clave de grotesco y carnaval, así nos arranca una carcajada porque si algo somos en el fondo es integrantes de un corso que cada vez nos muda el personaje para que seamos espectadores o partícipes. Gran oportunidad para ver un grotesco argento y homenajear a Manuel Cruz que nos dejó hace poco pero nos legó sus obras.


Ficha Artístico/Técnica

Autor: Manuel Cruz
Intérpretes: Maiamar Abrodos, Roberto Giovanetti, Andrés Greaven, Sabrina Gullino, Laura Palmucci, Sara Valero Zelwer
Vestuario: Marcela Crestá
Escenografía: La Caja Tesla
luminación: Alfonsina Stilvelman
Maquillaje: Bárbara Padin
Fotografía: Angel Máximo Piccarreta
Diseño gráfico: Gianfranco Merani
Asistencia técnica: Javier Otero
Asistencia de dirección: Stephany Herrera
Prensa: Hernán Colmenares, Maria Rico
Producción: Petaka
Puesta en escena: Jesús Gómez
Dirección: Jesús Gómez

http://www.el-corso.blogspot.com

Funciones: Domingos a las 21:00 (Hasta el 28/10/2012)
Entrada: $ 50,- / $ 35,-

El Portón de Sánchez
Sánchez de Bustamante 1034
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel.: 4863-2848
http://portondesanchez.blogspot.com/

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.