El cabaret de los hombres perdidos



El musical multipremiado en Francia se presenta los lunes y martes en el Molière, de San Telmo, con puesta en escena de Lía Jelín, dirección musical de Gaby Goldman y un talentoso elenco.

Por Sabrina Gilardenghi

Destino versus Libre albedrío. Problema, incógnita, disyuntiva entre el hombre signado por un plan universal/celestial que le determina su futuro, plan en el cual no puede elegir versus el hombre que sí elige su propio futuro y va construyendo su vida según sus propias elecciones espontáneas. Este planteo ha preocupado a los hombres y las mujeres de todos los tiempos y ha inspirado a numerosos poetas y pensadores desde la Antigüedad.

En esta ocasión, los autores Patrick Laviosa y Cristian Simeon, basados en una idea de Jean-Luc Revol, plantean el tema regente en toda la obra.

Dicky (Esteban Masturini), cantante que quiere hacer carrera con esa vocación y triunfar en Broadway, llega, escapando de una patota (pero también de su vida, de su historia), a un cabaret escondido en la zona roja. En este oscuro lugar, se le presentará el Destino (Omar Calicchio) quien representará para Dicky un posible camino por delante. Esta figura, que lidera el cabaret y tiene como ayudantes al Barman (Diego Mariano) y a Lullaby (Roberto Peloni), le propone el éxito como estrella de películas porno gays.

Un recorrido que esquematiza en siete pasos desde que una figura se presenta por primera vez ante un público hasta el momento de su ocaso (lúdicamente, con números en colores que se prenden y apagan según sea el momento representado). El Destino muestra cada etapa, plasmándolas en escena con los personajes que las viven y que provocan las distintas situaciones que permitirán el pasaje hacia la siguiente etapa.

Sin embargo, ese camino, al igual que el recorrido realizado por muchas estrellas cuyo éxito es solo un brillo estrepitoso, estará signado por la tragicidad y el posterior olvido. El cabaret de los hombres perdidos nos habla de la inocencia que se pierde para entrar en el sistema, el juego que se debe jugar para cumplir “el sueño americano” a cualquier precio. Este chico que se prostituyó y se traicionó a sí mismo en pos de la fama, tendrá pocas oportunidades.

Frente al Destino, trágico, el Barman, representante del Libre albedrío, le propone otra opción: una posibilidad alternativa para que realmente “pueda elegir”.

De este modo, el protagonista tiene dos opciones. Ninguna de ellas abarca su deseo y no se advierte una tercera salida. Todo, como lo queremos, no parece ser una opción.

Es una buena obra. El teatro elegido, el Teatro Moliere, aporta un espacio escénico ambientando y creando la atmósfera necesaria. Aquí se ajustaron los detalles aunque por momentos queda muy chico el escenario (especialmente para los fragmentos coreografiados/bailados) y este inconveniente no ha podido resolverse. También se advierte hacia la mitad de la obra que se retarda la acción en pos de hacer hincapié en las situaciones cómicas. Esta meseta en la que cae El cabaret… desluce el ritmo del trabajo y de la trama que no avanza. Hacia el final, la acción vuelve a estar en primer plano y la meseta de pronto queda en el olvido.

La diversidad de vestuario, a cargo de René Diviú, se ajusta a cada escena dando vida a la obra. El vestuario es muy bueno, sin embargo, conceptualmente, en vínculo con la obra, también parece desvirtuar la acción en pos de un jolgorio que resta. Estos atuendos tan preciosos pero tan llamativos en estos actores (festejados por el público y reforzados desde la actuación), toman un protagonismo individual que escapa del relato conjunto.

No ocurre esto con la escenografía también diseñada por Diviú. Tenemos elementos estridentes como un “pedazo de auto” forrado en su interior con telas animal print. Ellos solo resaltan en su presentación, pero la relación que los actores establecen con los mismos permite que queden inmediatamente integrados al juego escénico.

La iluminación es un rubro que en esta pieza se destaca. En una alternancia entre luces rojas, azules, amarillas, blancas, se van armando realmente los climas situacionales con fuerte potencia.

La obra es un musical trágico, oscuro, estructurado en base a actuaciones, canciones y danza. Los actores son bailarines, cantantes con mucho entrenamiento. Los arreglos y la dirección musical con una genial interpretación pertenecen a Gaby Goldman, que, en vivo, ambienta, crea climas y refuerza lo lúdico del espectáculo. El cabaret de los hombres perdidos es un juego muy interesante de ver. La música está en conjunción con la escena, y todo, bajo la dirección de Lía Jelín, en una reflexión posterior, parece estar milimetrado.



FICHA TECNICA:

Autores: Patrick Laviosa, Cristian Simeón
Idea: Jean-Luc Revol
Adaptación: Roberto Peloni, Jorge Schussheim
Actores: Omar Calicchio, Diego Mariano, Roberto Peloni, Esteban Masturini
Vestuario y Escenografía: René Diviú
Diseño de luces: Gonzalo Córdova
Asistente de Producción: Kevin Cass
Arreglos musicales: Gaby Goldman
Producción ejecutiva: Gonzalo Castagnino
Coreografía: Seku Faillace
Director musical: Gaby Goldman
Dirección: Lía Jelín

Funciones: Lunes y Martes 20:30
Entrada: $130,-

Teatro Moliere
Balcarce 682 (mapa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel.: 4343-0777

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.