por Teresa Gatto
“Es inútil hablar de justicia hasta que el más grande de los barcos de guerra no se haya estrellado contra la frente de un ahogado”
Paul Celan
Para el espectador que haya visto La Strada, ese film glorioso del neorrealismo italiano (Federico Fellini, 1954), esta obra es una evocación pero también el redescubrimiento de una situación que se repite a lo largo de la Historia. Los retazos, hilachas y destrozos que la guerra deja aunque haya pasado hace tiempo. No hay guerra que no sea un desengaño categórico, porque vencedores y vencidos colman sus ojos y, con ellos su memoria, de las esquirlas que generarán cicatrices perpetuas. Quienes no hayan visto el film, seguro sentirán la imperiosa necesidad de saber algo más de Zampanó y Gelsomina. Pero en ambos casos, la obra es una sinécdoque de todas y cada una de las guerras que azotan nuestro estar en el mundo.
Con una economía de recursos notable, la puesta de Román Podolsky traducida por Claudio Da Passano, y dramaturgia de ambos, recrea la adaptación de Tullio PInelli y Bernardino Zaponi, sobre el tema y guión de La Strada de Federico Fellini.
Gelsomina vive con el Loco, un personaje que aparece aquí con un extraescena que se infiere. Un cuadrado que semeja el centro de un circo es como el ring en que la última batalla ha de librarse. Para que vamos a hablar de guerra si sus pequeñas sacudidas como las réplicas de un sismo siguen allí socavando el bastión de la esperanza.
Para que vamos a hablar de guerra si el maravilloso rostro de Malena Figó como una Gelsomina de porcelana con la intensidad del fuego de una fragua, muestra su semblante de sobreviviente que se aferra al buen trato de el Loco, aquí en la piel de Claudio Da Passano que orgánicamente desempeña ese papel del hombre que la cuida a su manera, que la manda a su manera y que a su manera también le hace saber que están solos en los deshechos de un circo en el que ya no hay niños que rían ni aplausos que vitoreen las osadas piruetas de los trashumantes artistas de aquí, allá y todas partes.
Gelsomina que había sido vendida por su madre a Zampanó, aquí en una gran labor de Nacho Vavassori, encontró en el Loco un espacio existencial en el que seguir viviendo. Pero el regreso de su dueño desencadena una guerra más pequeña pero no por ello menos agónica, la lealtad y los recuerdos también son parte de un botín de guerra.
Como un elogio de la brevedad, todos y cada uno de los signos que denotan: pobreza, destrucción, abandono, sujeción, decadencia y herida, son repuestos en la obra que dirige Podolsky con gran maestría. No hay un solo gesto ampuloso. No hay una palabra de más. La poesía brota para romper el hielo infinito de ese circo en destrucción y algunos trazos bellismos, como el momento en que Gelsomina toca su trompeta con una música que es casi una madeleine proustiana por su poder evocador y de ensueño. Lo que se dirimirá aquí será sólo, nada más ni nada menos que una posesión más, ya no importa de qué. La lucha encarada por el Loco y Zampanó es de una precisión tal que el artificio desaparece. Lucha real, dolor real, guerra real, sentimientos metaforizados. Ilusiones pérdidas y una última riña que más que arrojar un ganador grita que la pelea es una forma de sentirse vivos.
El impecable diseño de luces de Matías Sendón aporta el traspaso noche/día e intensifica ciertas escenas de gran factura, mientras que el diseño de vestuario de Magda Banach, aporta el signo que logra volver icónicos a los personajes entrañables en el aserrín pero feroces en la vida.
Las viejas artes del circo ya no pueden seguir en escena, no es sólo el paso del tiempo, es, además, la imposibilidad existencial que ya no logra romper las cadenas del hombre forzudo ni las de la vida.
¿Qué es la guerra? ¿Qué su desamparo? ¿Qué queda cuando los fusiles caen y el hambre lo abarca todo? ¿Cuántas muertes se necesitan para comprender el sentido de una muerte? ¿Cuántas muertes se necesitan para entender que cada hombre que muere es único como sus recuerdos? Y que cada herida es para siempre. ¿Qué venderíamos cuando lo hemos perdido todo y ya no hay nada más que perder en la vida? ¿Cuánto daríamos por volver a tocar con los piés la espuma del mar y recobrar la sensación primigenia de esa experiencia?
Pero algo del orden de lo poético, de lo bellamente realizado, de la excelsa forma de poner en escena este fragmento que retoma y reescribe la historia de Gelsomina, exhorta al espectador a la emoción, a la candidez que nace como aporía del horror y por sobre todo otorga un matiz de lo sublime que excede las categorías de lo bello o lo horroroso, porque este trabajo es una de esas maravillas que cautelosamente exhiben que el teatro puede revivir existencias muertas per se. Si somos seres de angustia porque la conciencia de nuestra finitud así lo determina, Para qué vamos a hablar de la guerra nos deja sentados en la butaca porque todos somos el Loco, Zampanó y todas desearíamos que, de ser Gelsomina nos quedara un exiguo soplo de aire para que la trompeta lance su evocación y el redoblante nos avise que siempre se puede volver a salir a escena porque esa ley, en el teatro o en la vida, se elige o se impone.
Brillante e ineludible trabajo sin fisuras que deja una evocación como una madeleine mojada en té caliente y nos lleva a algún lugar recóndito en el que podamos encontrar una pregunta que nos permita continuar. Avanzamos con preguntas, con respuestas sólo fijamos certezas que el teatro, esa maravilla, esta maravilla, desmantela sin más.
Ficha Artística/Técnica
Autoría: Claudio Da Passano, Román Podolsky
Traducción: Claudio Da Passano
Actúan: Claudio Da Passano, Malena Figó, Nacho Vavassori
Vestuario: Magda Banach
Escenografía: Norberto Laino
Iluminación: Matías Sendón
Fotografía: Andrés Eraso
Diseño gráfico: Gonzalo Martínez
Asistencia de dirección: Mariana Mazover
Producción ejecutiva: Mónica Benavidez
Coordinación de producción: Romina Chepe
Dirección: Román Podolsky
Funciones: Domingos a las 18:00
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