por Teresa Gatto
"Porque cuando se escucha un cuento conocido y se sabe el final, igual divierte la variación de la manera de contarlo, o la manera misma de contarlo"
R. Fogwill
Hace más de un año comenzaron los ensayos de Piedras dentro de la Piedra. Mariana Mazover, su dramaturga y directora, dio cuenta en esta misma publicación del proceso creador de la misma evidenciando la necesidad imperiosa de crear colectivamente un universo ficcional propio porque cuando se respeta mucho a quién se va a adaptar la tarea se vuelve ciclópea o imposible, al menos en términos de libertad creadora. Una idea, un texto, en este caso el hipotexto Los Pichiegos con Fogwill recientemente desaparecido era mucho, pero la guerra, es mucho más. La guerra es esa experiencia que deja al sujeto protagonista sin habla, porque como bien señaló Walter Benjamin, lo inefable no encuentra narrador. Y si lo encuentra, el/los sujetos de la enunciación deben, necesariamente tomar atajos, entrar por las fisuras porque lo indecible no se deja atrapar.
Piedras dentro de la piedra, rinde tributo a la novela de Fogwill pero también, es cierto, irreverente y libre se desplaza por el cuento y los sucesos en un esquema de representación que le otorga una nueva vitalidad a su fuente literaria y la reviste de nuevos significados toda vez que los efectos de representación teatral sostienen otra dinámica que no es la de la lectura. Así, la provisión de sentido navega tan autárquica como en la literatura pero juega el juego de la repetición/variación no sólo sobre Los Pichiciegos sino también sobre los sentidos de una guerra tan desgarradora como fue la de Malvinas.
Última contienda bélica narrada/mentida en forma de crónica, Malvinas sigue significando muchas heridas abiertas en estos lares porque su contexto histórico aún no cicatriza y porque todo lo que se trata de invisibilizar se agiganta porque fermenta hasta estallar y redimensionarse. La obra de Mazover cuenta una guerra pequeña dentro de la gran guerra. En una cueva un puñado de soldados y suboficiales encuentran el refugio que los cobije para desertar. Saben que en manos de las filas enemigas su vida puede ser tortuosa, saben que en manos de sus jefes, su vida no vale nada. Pero sobrevivir dentro de la cueva es una complicada maquinaria de táctica y estrategia que no todos pueden sostener. Porque la cueva replica, idéntica al campo de batalla, el desconcierto, el miedo y la lucha por la subsistencia. En ella, hay quienes mandan, quienes obedecen, quienes leen, quienes comprenden y quienes sólo pueden acatar. El polvo químico con que secar las heces puede ser un asunto de Estado, una barra de chocolate motivo de disputa, un cigarrillo puede valer una fortuna y la vida nada.
Mazover que reitera el motivo de Fogwill, se la juega en la variación incorporando al sujeto femenino dentro de la escena. Sujeto que no participó en la contienda real ni en la ficcional pero que adiciona el deseo y también la posibilidad del matiz dentro del mismo género. Ambas mujeres, Olga en la piel de un gran trabajo de Alejandra Carpineti y Mabel, encarada por una orgánica y eficaz Laura Lértora, capaz de todos los matices que su género puede exhibir en semejante situación, tensan la cuerda de lo femenino en guerra. ¿Cuándo lo femenino no estuvo en pié de guerra? Pero metidas en la cueva, los distintos avatares les permiten sacar a relucir, eso que las mujeres conocemos tan bien y que Fogwill pone en boca de sus personajes “el miedo al miedo”. Así, Olga tiene miedo liso y llano y Mabel, le tiene miedo al miedo y sustenta el rol de la muñeca brava porque ya no hay nada de qué sostenerse. Porque le respiró a su amor al compás hasta que éste, exánime, pareció dejar de latir.
Los actores conforman también una polifonía notable, en que la mano de la dirección ejerce bien su trabajo. Mariano Falcón, Enrique, tipifica la inocencia y la ignorancia con la que todos los reclutados fueron a las Islas. Sus inflexiones alcanzan momentos de gran lucimiento junto al angelado trabajo de Hernán Lewkowicz, Oscar, el pelirrojito que cree que puede hacerse pasar por inglés o alemán, porque lo que está en juego es negar la deserción o no ser argentino. Si durante la dictadura la guerra fue un dolor más, las demostraciones de poder lo han hecho más vergonzante desde dentro de las demenciales fuerzas armadas hacia afuera de la cueva, de la isla y del continente. Alejandro Lifschitz, en el rol de Gandini, mantiene muy bien, mientras los sucesos lo hacen posible, un don de mando junto a Mabel que cederá conforme los hechos se precipiten. Marcelino, el dado por muerto, el reaparecido, en el cuerpo de Sebastián Romero, deja en evidencia que el enemigo está en todas partes y no necesariamente es anglo.
El diseño de iluminación y el signo sonoro colaboran para marcar tránsitos y derroteros subjetivos y externos en esa pequeña cueva donde se libra una batalla tal vez más cruel que la de afuera, la batalla de los que están en el mismo bando.
La gacetilla y el programa llevan como epígrafe un fragmento de Rodolfo Walsh “Tampoco me olvido que pegado a la persiana oí morir a un conscripto en la calle. Y ese hombre al morir no dijo: viva la patria. Dijo: no me dejen solo, hijos de puta”. Los soldados que fueron a las islas estuvieron solos y los que regresaron fueron invisibilizados por la misma dictadura que sólo pudo matar, robar y mutilar cuerpos y niños pero que ha perdido todas las batallas. A 30 años de esa horrorosa y vergonzante porción de sus desatinos, hay una generación que retoma las banderas desde muchos ámbitos y desde el arte, señala, acusa y hasta puede mechar trozos de hilaridad absurda pero siempre desde el lugar de la reivindicación y legitimidad de aquellos jóvenes de ayer que hoy podrían ser sus padres.
Una puesta teatral no es sólo una ficcionalización, es, además, como en este caso, la muestra de cómo ciertos materiales siguen circulando en forma de tópico, motivo u homenaje y son permanentemente puestos en discusión para que la letra siga haciendo su trabajo directo o transversal sobre una conciencia colectiva que cada vez puede agacharle menos el rostro a muchos héroes.
Doble homenaje, al gran Rodolfo Fogwill y a los soldados de Malvinas que ojalá hubieran encontrado una "pichicera" para esperar que escampe completamente porque no es héroe el que triunfa sino el que muere por una causa en la que cree aunque sea el único creyente o el que sobrevive para narrar, como sea, una barbaridad semejante.
Ficha Artística/Técnica:
Actúan: Alejandra Carpineti, Mariano Falcón, Laura Lértora, Hernán Lewkowicz, Alejandro Lifschitz, Sebastián Romero
Diseño de maquillaje: Ana Pepe
Diseño de vestuario y escenografía: Cecilia Zuvialde
Diseño de luces: Alfonsina Stivelman
Realización escenográfica: Vìctor Salvatore
Audiovisuales: Pablo Bellocchio
Música original: Mariano Pirato
Fotografía: Claudio Da Passano, Malena Figo
Diseño gráfico: Dalmiro Zantleifer Ojeda
Asistencia de escenario: Pablo Correa
Asistencia de escenografía y vestuario: Agustina Filipini, Emmanuel Parga
Prensa: Ezequiel Hara Duck
Asistencia de dirección y producción ejecutiva: Natalia Slovediansky
Dramaturgia y dirección: Mariana Mazover
http://www.piedrasdentrodelapiedra.wordpress.com
Funciones: Viernes a las 23:00 hasta el 29/06/2012
Duración: 60'
Localidades: $45,- y $35,-
La Carpintería
Jean Jaures 858 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4961-5092
http://www.lacarpinteriateatro.com.ar