por Sabrina Gilardenghi
El arco de triunfo nos ofrece un tema muy presente en el imaginario argentino: la migración. En este caso particular, la emigración, constitutiva de la idiosincrasia de nuestro país luego de la crisis de 2001. Miles de argentinos, en su mayoría jóvenes de entre 18 y 40 años, buscaron nuevos rumbos en otros países, para tener una posibilidad de crecimiento y desarrollo, posibilidad que Argentina no ofrecía. Pacho O´Donnel nos retrata así un tema nódulo y vigente, que toca de cerca a todos los espectadores.
Martín (Nacho Gadano) partió hacia Francia con su título de Técnico en Computación. Este hijo inteligente, estudioso, depósito de todos los sueños frustrados de sus padres, tuvo como meta el cumplimiento con el mandato familiar: desarrollarse y progresar. En su país dejó a sus padres (representados por Miguel Jordán y Ana María Castel) con una situación económica muy precaria, a su hermano Raúl (personaje enunciado que no aparece en escena), a Norita (Victoria Onetto), su amor, y a una barra de amigos representada por Aníbal (Ariel Pérez de María).
Tincho viene de visita luego de muchísimos años, con un look muy parisino diseñado por Silvia Giudice: saco aterciopelado de tono violáceo, pantalón marrón de corderoy, camisa blanca, zapatos marrones, y pañuelo al cuello marrón. También porta unos anteojos modernos de pasta de patas blancas y marco negro. A su llegada, se reencuentra con su casa natal, con sus padres, con todas sus costumbres y con un pasado que le provoca el cimbronazo necesario para desestabilizar su ser emocional y soñar con un regreso imposible: “No es fácil volver”. Aquí podrá revivir sus recuerdos en París (“olí algo y me hizo acordar a una pizzería de la av. Corrientes y me puse a llorar”), con cada una de las pequeñas cosas que formaban parte de su vida: las canciones de tango que cantaba con su familia, la reunión con sus amigos para ver los partidos de Boca, las idas a la cancha para alentar a su equipo, los encuentros románticos con Norita, su pasión por los autos, la cerveza compartida.
O´Donnel nos ofrece un texto que retrata una realidad presente de la cual, generalmente, no se habla. Si bien se distingue la importancia de comenzar a tratar el tema -y se aplaude por ello-, luego de la presentación de los personajes, el retardo del conflicto deja a los actores con la labor de tener que sostener la obra solo con su carisma, sumiéndola en una suerte de pérdida de rumbo que al ritmo escénico le cuesta sortear.
Este argumento, que hace uso de espacios diversos, está contado con una escenografía básica en un escenario dividido en dos: en la mitad derecha se observa una simple mesa con tres sillas que representan el comedor, según el gran cuadro pintado de fondo, colgado del techo casi hasta el nivel del piso, donde observamos el mismo mobiliario y el agregado de su contexto (pisos, paredes, adornos). En la mitad izquierda, un cuadro similar, algo más atrás del escenario y en un nivel más alto, representa al dormitorio, ya que divisamos una cama blanca que luego aparecerá por un escaso momento en escena en el encuentro romántico que Martín tiene con Norita. Este rubro, diseñado por el director de la obra Daniel Suárez Marzal, ha dejado al escenario con una gran pobreza para todos los actores en escena. Los pocos objetos presentes cobran un protagonismo que no es correlativo con la interacción que realizan con ellos los actores, ni con la preponderancia en el juego dramático y por esta razón se observan incómodos. El escenario resulta demasiado grande para tan pocos objetos y para el diseño del interior de la casa: tenemos la mesa y las sillas en el lateral izquierdo, pero la cocina está representada en el otro lateral, por lo tanto, las salidas y entradas de los personajes desde ese ambiente son apresuradas y de un tiempo dramático suspendido. Los cuadros pintados (que recogen la tradición teatral de los telones pintados), se extienden por la totalidad del fondo del escenario y por ser casi la única escenografía, producen un gran signo visual. Estos signos tan fuertes impregnan el ambiente y dificultan la imaginación espectatorial de otros espacios ficcionales.
La sencillez de la escenografía deja protagonismo a la iluminación que, diseñada por Gonzalo Córdova, acompaña el tono de la pieza, aclimatando la obra. El principal papel de las luces se observa en el lateral izquierdo, cerca de proscenio, donde cuelgan del techo muchas hileras largas de luces navideñas. Cada hilera tiene un mismo color y van simbolizando las situaciones. Así, observamos grupos de luces amarillento, azul, blanco y rojo, que se van encendiendo por color, o en combinación de dos o más según sea el caso. De este modo, cuando Tincho llega de Francia, se encienden el azul, el blanco y el rojo (los colores de la bandera francesa), cuando están viendo el partido de Boca, se prenden el azul y el amarillo, cuando se desplaza a la cama con Norita se ilumina solo la hilera blanca, al igual que cuando se menciona su éxito.
Silvia Giudice, quien tuvo a su cargo el vestuario integral, dio el tono correcto en cada personaje permitiendo caracterizaciones ancladas al momento escénico.
Las actuaciones están, generalmente, por fuera de lo que la escritura dramática exige. En ella se relata una historia triste y difícil: las visitas o los anhelos de regreso de quienes se fueron, la dificultad para empezar otra vez de cero en este país que sigue sin caracterizarse por brindar cuantiosas oportunidades (esta ilusión nos forja desde la generación de nuestros bisabuelos), y la fantasía de que en otro lugar, todo hubiese sido mejor (que juega tanto para quienes se fueron con expectativas de triunfo como para quienes se quedaron y se preguntan por qué no se fueron). Este tema de fondo, no es acompañado por las actuaciones, que recorren la trama con extrema liviandad, tiñendo las situaciones de importancia menor. Por otro lado, a muchos de los actores les falta la profundización de las relaciones vinculares y eso los deja algo solos en escena. Las excepciones están dadas por la muy buena actuación de Ana María Castel que, vestida especialmente para el reencuentro con su hijo, con una pollera negra y una blusa blanca con flores negras, compuso a una madre trabajadora, resentida con su marido y adoradora de su hijo predilecto y por Ariel Pérez De María, que dio vida a un amigo sencillo, de barrio, vestido con la camiseta de Boca, fiel a sus costumbres y a sus amistades y leal a sus sentimientos.
Sin embargo, las actuaciones fluyen por su cauce en los momentos de distensión de la pieza. Ejemplo de ello son los encuentros entre Martín y Aníbal que se aprecian con tintes cómicos, gracias al trabajo de Pérez de María, los fragmentos musicales de este último que nos ofrece con un solo de guitarra acompañando algunos momentos dramáticos, las canciones de tango entonadas por Gadano, el fragmento de tango bailado por Castel y Jordan (este último con muy buen porte, representativo de quienes tienen milongas recorridas) y por Gadano y Onetto, con la asistencia coreográfica de Miguel Elías.
La dirección de Daniel Suárez Marzal no resulta suficiente para dar un cierre integrado al espectáculo. Esto conlleva que, pese al acierto de algunos rubros artísticos, la obra naufrague entre rasgos dispersos imposibilitando dar al texto el sentido que requiere.
Ficha Artística/Técnica:
El arco de triunfo
Dramaturgia: Pacho O´Donnell
Elenco: Nacho Galano, Victoria Onetto, Miguel Jordán, Ana María Castel, Ariel Pérez De María.
Escenografíay Dirección: Daniel Suárez Marzal
Realización de escenografía: Sol Boleggui, María Eugenia Cerrato.
Fotografía: Alejandra López.
Diseño gráfico: estudio Fialka
Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova
Prensa: Tommy Pashkus Agencia
Vestuario: Silvia Giudice
Asistencia coreográfica: Miguel Elías
Asistente de dirección: Guido Grispo
Asistencia de producción: Ramiro S. Bustamante
Producción ejecutiva: Nicolás González
Teatro Regina Tsu
Av. Santa Fe 1235(mapa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel.: 4812-5470 / 4816-6427