por Teresa Gatto
¿Pero qué cuenta Batir de Alas? Porque el hambre, dicen, no se puede contar.
En una indigencia feroz, María y Elba esperan. La espera, se sabe, es una detención, un relegamiento del presente que como en una ensoñación anhela en el ahora, un suceso futuro que la detenga y vuelva pasado el padecer que ancla esa espera.
María en la piel de Raquel Albéniz y Elba encarnada por María Forni, desean que Elba regrese. El rancho está vacío y la que partió, la que batió alas, era quien de algún modo, tenía la posibilidad de menguar el dolor de las tripas que crujen. El hambre duele.
Don Orellana, el dueño del almacén de ramos generales es el referido que desde la extra escena se erige como único capaz de saciar el hambre y es quien enuncia que Marita batió alas.
Lo maravilloso del juego escénico es la traducción corporal de un texto notablemente poético como el de Gilda Bona, en un despliegue corporal de las actrices que traducen las diversas imágenes del naufragio mientras la espera se las devora.
Se pueden hacer muchos planes para conseguir lo deseado pero todos se quedan en el plano de la enunciación porque todo está jugado en la precariedad del estar en el mundo de las que no pudieron volar. Gilda Bona escribe poesía y la convierte en dramaturgia, Paula Etchebehere pone en escena esa poesía que las actrices, maravillosas, logran hacer carne en el juego físico y en la inmensa tarea de la enunciación que certera, devuelve la falta y la convierte en materia escénica, en teatralidad de la más alta escuela.
Hace un tiempo, en torno a esta obra, me preguntaba si se podía escribir un texto poético sobre el hambre y la respuesta fue sí, se puede. Y se puede sin caer en lugares comunes, colores locales ni costumbrismos porque el hambre es universal, como la muerte, la angustia, el dolor o la esperanza. Y esta poética del hambre de Gilda Bona, alcanza momentos deslumbrantes de ejercicio de actuación en estas dos gigantes que son Albéniz y Forni y logra con un minimalismo extremo que el espectador vibre en su butaca porque la palabra bien llevada a escena, deja de ser palabra para ser teatralidad pura. La palabra bien escrita cuando es bien representada se acerca a esa dimensión que nos promueve la emoción más pura sin nada más que unas pocas chapas, un puñado de tierra yerma y el cuerpo en disponibilidad de dos artistas a las que hay que prestar mucha atención porque cada vez que suben a escena, además de darnos teatro, dan cátedra.
Función especial con motivo del festejo de los 10 años del espacio No Avestruz
Lunes 5 de diciembre a las 21:00