Por Teresa Gatto
Desde su estreno en 1670 en la corte de Luis XIV hasta hoy, la comedia ballet de Moliere recorrió un camino de adaptaciones y puestas que transitaron diversa suerte. La puesta de Willy Landin prometía mucho y cumplió con creces.
La obra desarrollada en dos planos y montada con una pericia formidable, narra la historia de Monsieur Jourdain, un burgués que por esas cosas que la historia de Francia demostrará fácticamente, representa el esfuerzo ingente de una clase que hace de todo por subir en la escala de consideraciones. Así el burgués asciende y quiere pertenecer, codearse con lo más granado de la sociedad aristocrática de su tiempo y cumplir con todos aquellos tips que volvieron decadente a esa sociedad un tiempo después cuyo período se conoce como el Segundo Imperio. Tener de amante a una condesa, casar a su hija con un noble, abjurar de su origen, aprender música, danza, filosofía y esgrima, entre otras destacadas pautas del glamour de esas épocas, no alcanzaron nunca para lograr ese ascenso. Siempre fue necesario manejar otras intrigas e hipocresías que la mente pequeña de Jourdain, desconoce.
Su ignorancia sobre el sentido del ridículo es condición de posibilidad de la representación de esta historia porque esa sociedad no acepta a los iletrados, entonces lo burlesco se acrecienta en la ingenuidad con la que es timado de modo sistemático.
La puesta de Landin tiene aciertos en todos los rubros. Comenzando por el casting, Enrique Pinti se luce pero no como showman que le conocemos desde siempre en sus espectáculos ya emblemáticos sino como la cabeza de un elenco que mantiene un equilibrio tal que permite el lucimiento de todos. Lucrecia Capello, su esposa, hace como siempre su parte con presencia, inflexiones de voz maravillosas y alcanza un gran lucimiento. Gustavo Garzón como el Conde que lo introducirá en la sociedad tan soñada, se mece muy bien entre el mar de fraudes que comete contra el burgués y contra la mujer de la que quiere apoderarse y que es ni más ni menos que la misma que Jourdain quiere conseguir de amante, en una siempre bella y acertada Andrea Bonelli.
Roberto Peloni como el maestro de música revalida los laureles que todo su trabajo en el teatro Off y en el comercial le vienen otorgando sin pausa porque es un gran actor y los segmentos musicales le calzan perfectos. Heidi Fauth desempeña el rol de la hija que enamorada de un plebeyo logrará su objetivo mediante el timo porque la vida del burgués es toda una mentira. Liliana Pécora como la sirvienta Nicolasa, aporta esa cuota de humor maravilloso que le sube el clima a la obra retroalimentando todos los pasos de comedia que se acumulan en un in crescendo desopilante. Pacha Rosso acompaña al novio plebeyo con ductilidad y logra momentos notables junto a Pécora. Pero son muchos más y todos son inobjetables. El casting no podía haber sido mejor.
Pero lo más interesante, que a la postre permite que el lucimiento de estos artistas de excepción sea mucho más explicito, es el dispositivo escénico que presenta la obra en dos planos. En el escenario, sólo ataviados con un vestuario que asiste a la diégesis en todo momento, los actores se desplazan con una libertad notable. El uso de un croma azul como fondo permite que en la parte superior se muestren 3 cuadros en los que se proyectan las imágenes de los actores sobre una escenografía virtual de una factura notable, artesanalmente perfecta, que contribuye al plano significante ya que el burgués en realidad no tiene nada, sólo el vacío de lo que no es y en el plano de lo proyectado la casa se engrandece, el lujo se hace ostensible, se observan los interiores del palacete y también los exteriores, con un mecanismo técnico preciso y cuidado que repone cuadro a cuadro las aspiraciones ridículas de Jourdain y además permite un cambio rápido de los distintos actos sin pausa y con gran economía de trastos, más no de creatividad. Porque asistiendo a la función no se puede más que pensar cuánto habrá sido el trabajo de coordinación de lo que despojado en las tablas luce tan completo en las proyecciones.
El mismo dispositivo es el que permite al ampliar las imágenes de los artistas, observar pequeños gestos, guiños, incluso las falsedades y conspiraciones que se suceden sin que el burgués abandone la creencia de que pertenecerá y sin advertir que esa sociedad y esta de hoy no permite más que el ascenso económico y que el aristócrata siempre se moverá en otra dimensión así como el que pretende devenir de una familia patricia. Se mezclarán luego pero no por amor sino por conveniencia, de eso se ocuparon muy bien Balzac y Sthendal, años más tarde.
Es evidente que a la hora de la elección Landin tenía el superobjetivo de la obra más que claro por eso sus intervenciones no sólo comprenden la dirección general sino el diseño de vestuario e iluminación y además recurre a algunos anacronismos que al servicio del humor y del extrañamiento aportan un plus más a la puesta, como la escena intercalada de Garzón y Bonelli con un fondo muy fifty que tambièn contribuye a la economía narrativa y es de gran factura ténica y visual.
Destacables actuaciones de los ya mencionados se unen a muy buenas interpretaciones de Hernán Jiménez, como el maestro de baile, Mariano Mazzei como Cleonte, el enamorado de Lucila, el maestro de tenis en la piel de Ariel Franci-lessing, el de esgrima cuyo remplazo estuvo a cargo de Julián Vilar y el de Filosofía, Gustavo Masó que se resigna a enseñarle lo más elemental dada la ignorancia de Jourdain.
La música como otro signo de la puesta, acrecienta los climas tanto cuando es ejecutada en vivo como cuando se escucha desde el control y las coreografías que recorren la puesta están insertadas con gran sentido de la oportunidad.
Todo hace que asistir a una función de El Burgués Gentilhombre sea una fiesta del teatro en donde los grandes se reúnen alrededor de un grande como Enrique Pinti para crecer todos juntos a favor de ese rito sagrado que es el teatro.
Ficha Artístico/Técnica:
Autor: Molière
Versión y Traducción: Willy Landin
Intérpretes: Hernán Boglione, Andrea Bonelli, Lucrecia Capello, Heidi Fauth, Gustavo Garzón, Hernán Jimenez, Diego Mariani, Gustavo Masó, Mariano Mazzei, Liliana Pécora, Roberto Peloni, Enrique Pinti, Pacha Rosso
Bailarines: Sebastián Codega, Manuel Coggiola, Lucas Coria, Amalia de Camillis, Ariel Franci-Lessing, Rocío Mercado, Nicolas Miranda, Leonardo Robaglio
Cantantes: Adriano D?Alchimio, Damian Ramirez
Músicos: María Gabriela Areal Vélez, Julia Bolonci, Gabriel Illaines, riky, Florencia Stabilini
Vestuario y Escenografía: Willy Landin
Iluminación: Willy Landin, Miguel Morales
Realización de video: Martín Gómez
Multimedia: Martín Gómez, Héctor Gonzalez
Música: Gabriel Chwojnik
Servidor de escena: Gonzalo Amor, Germán Crivos, Paula Duque, Gisel Gainsborg, Mariano Llona, Agustin Manoukian
Asistencia artística: Alejandro Marconi
Asistencia de dirección: Mina Battista
Jefe de escenario: Mina Battista
Coreografía: Elizabeth de Chapeaurouge
Dirección: Willy Landin
Funciones:
Miércoles: 20:30
Entrada $30,-
Domingo, Jueves, Viernes y Sábado: 20:30
Entradas desde $40,-
Teatro San Martín: Av. Corrientes 1530, Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 0800-333-5254 ó 4371-0111/18
www.teatrosanmartin.com.ar