Por Teresa Gatto
"El círculo de él y el mío, limitados como eran,
iban corriéndose si uno se aproximaba al otro,
y el campo de él era un campo para mí desconocido, pero familar"
J.J.Saer
El sonido de una trompeta asordinada nos introduce suavemente en el mundo de Weiss. Estamos en Brooklyn y él, en una interpretación notable de Lizardo Laphitz, revuelve viejos discos de vinilo en una casa que supo ser la de su familia.
Ha regresado a la ciudad porque su padre está muriendo y a la vez su vida es una vorágine en la que se mezclan hechos diversos que lo configuraron como lo que hoy es.
La puesta que ha diseñado Agustín Alezzo, acompañado en esta oportunidad por Nicolás Dominci en la dirección, es de una minuciosidad extrema. Si lo que se trata de representar es un recorrido hacía el pasado de una vida y de cómo ese recorrido es circular, el diseño no puede ser más acertado.
El círculo se ha montado con una narratología cuasi cinematográfica, ya que el flash back que lleva al personaje hacia el recuerdo de los sucesos de su vida, tanto en el pasado inmediato como mediato, es de una funcionalidad notable ya que todo ocurre en un mismo espacio escénico. De este modo Eric Weiss dialogará en la cama de un hospital con su padre, a cargo de Néstor Ducó, en una escena memorable de ambos y se irá desplazando por ese tránsito que llamamos vida. Pero no es un desplazamiento más, es un desplazamiento circular.
En ese derrotero reencontrará con renuencia, a un amigo de la infancia encarnado por Bernardo Forteza de modo magnífico, volverá a ver a su esposa, bien jugada por Cecilia Chiarandini, con quien el divorcio es inminente. Viajará a Los Ángeles porque su último libro se ha convertido en best seller y comprenderá, de la mano de una productora comercial muy bien lograda por Cristina Dramicino, cuánto hay que declinar en el “éxito” cuando ésta le presente al supuesto protagonista del film que será adaptación de su libro, a cargo de Francisco Prim, que compone muy bien a un actor exitoso de Hollywood. Pero estos encuentros no hacen más que poner en jaque su propia escritura, cuestionando la noción de ficción hasta convertirla en autoficción, en narración del yo.
También tendrá un encuentro fugaz con una joven que no alcanza a ver la magnitud de los sucesos, en un buen trabajo de Carolina Alliani. La juventud ve todo con los ojos del porvenir, el pasado es, a veces, una cuestión de adultos luchando para no ser derrotados.
El lector dirá ¿pero en esta obra todos son magníficos? Sí, lo son porque quién maneja la situación y saca lo mejor de ellos es Agustín Alezzo, el maestro, quien logra lo que todo espectador espera ver cuando le están contando una historia: que cada actor haga sólo lo que tiene que hacer. Ni un gesto más, ni un gesto menos, ni una inflexión más ni una menos. Porque Lizardo Laphitz como protagonista y el resto del elenco, transitan el ser de su personaje sin una sola mueca que denote un forzamiento.
Los personajes fluyen y la anécdota, muy buena de por sí, se vuelve una pieza más de un magma indisoluble en el que la escenografía de Marta Albertinazzi, absolutamente blanca (porque el color lo aportan los personajes y los recuerdos) y la luz, en un diseño lumínico de Gonzalo Calcagno , forman un todo armónico. Ningún síntoma aqueja ni al vestuario ni a los otros signos en juego.
La dirección ha trazado un círculo perfecto que lleva al personaje a su punto de partida y le da el plus necesario para purgar aquello, que retenido en el recuerdo y por ello apresado, no lo dejó librado a su autonomía hasta el final.
De este modo, El círculo se consuma de modo textual, espacial y temporal, haciendo tan evidente la mise en abîme (puesta en abismo) que redensifica lo representado para hacerlo significante y conformar un todo en que los aplausos sostenidos reanudan esa Fe en el teatro que desmitifica que hay que tener grandes competencias para ver una obra. Con tener sensibilidad alcanza. Sólo hay que ver.
En una entrevista realizada no hace mucho tiempo aquí mismo, el maestro Agustín Alezzo se refería a la importancia de saber elegir. Este es el momento de decir que las elecciones que ha hecho en torno a la obra, elenco y su puesta en escena son cosa de directores, no hay un solo productor que pueda tomar esas decisiones y llegar a este resultado porque, le pese a quien le pese, hacer teatro es una actividad intelectual en cuya matriz hay una idea totalizadora de cómo debe ser contada una historia y de cómo en ella sus personajes son importantes siempre. Cuando los actores realizan su trabajo sin pretender estar por delante de la historia es cuando consiguen brillar más que el oro en el remanso de un río.
Alezzo y Dominici, han hecho un trabajo excepcional para que un elenco vasto e inteligente saque a relucir su talento, que éste deje de ser una potencia y pase a ser un acto, un verdadero y notable acto teatral. Será por eso que el Kadish final, parece una oración más de resurrección que de duelo.
Ficha Artístico/Técnica:
Autor: Donald Margulies
Intérpretes: Carolina Alliani, Cecilia Chiarandini, Cristina Dramisino, Néstor Ducó, Bernardo Forteza, Lizardo Laphitz, Francisco Prim
Vestuario y Escenografía: Marta Albertinazzi
Diseño de luces: Gonzalo Calcagno
Fotografía: Gastón García Miramon
Diseño gráfico: Silvana Angela Sabetta
Asistencia de dirección: Gastón Ares
Dirección: Agustín Alezzo, Nicolás Dominici
Funciones: Viernes 21:30 – Sábados 19 y 21:30 - Domingos a las 17:30 (hasta 10/12/2011)
Teatro El Duende
Aráoz 1469 (mapa) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4831-1538
Localidades: $ 45,- y $ 30,-