Negro sobre Blanca, el prejuicio imposible



La obra de Mabel Loisi, dirigida por Julio Baccaro, indaga un pedazo de Historia en la que todavía hoy es posible preguntarse el origen y equívoco de los prejuicios.

 Por Teresa Gatto

Yo soy negro, vos sos yiro, yo no tengo remedio pero vos sí.

Mabel Loisi

 

La obra transcurre en una noche de carnaval y más allá de lo que hoy signifiquen las fiestas carnestolendas (felizmente recuperadas para el pueblo), este no es un dato menor. Porque la carnavalización según Mijail Bajtín (La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Alianza Editorial), subvierte el orden. Durante las fiestas dedicadas al Rey Momo, hay posibilidad desde tiempos remotos de un cambio breve, una esperanza de instalar en las calles e imaginarios una cultura popular que logra burlarse de la hegemónica, todo se da vuelta y, entonces, las categorías inamovibles logran  dar un giro y poner el mundo al revés. El rey, el conde, una  princesa, el señor dueño de las tierras, un acalde o Jefe de Gobierno pueden ser burlados por una única vez. Se puede ridiculizar a la autoridad ya sea aristocrática, militar o política. Se pueden, además, dar giros que mezclen todo porque el carnaval según Bajtín, permite, en las calles,  destruir las distancias sociales entre las personas, sea de la índole que sean. Sus características más salientes son justamente, achicar la distancias entre sujetos de distintas posiciones que jamás se hubieran mezclado, poniendo en primer plano al excéntrico en el sentido de marginal. Además de fomentar la disparidad, anulando las clases, los valores y profanar en el buen sentido los consabidos preceptos religiosos, morales o raciales imperantes.

El famoso prostíbulo de Madame Safo o Sapho (según las distintas fuentes) es el escenario en que la acción de Negro sobre Blanca se desarrolla y que Mabel Loisi elige para situar la acción. Ubicado en el barrio de la Pichincha de Rosario, es seguramente en los principios del siglo XX y en él, Dadou, una trabajadora del sexo de origen polaco a cargo de una impecable Anahí Martella, se dispone a atender a un cliente. El cliente vestido de fiesta y con una bella careta se entusiasma a pasar una noche maravillosa. Ella se acicala detrás de su biombo con la palangana de rigor y todo se desmorona cuando él se saca el antifáz. Él, Raúl Grigera (famoso personaje de la época, conocido como el negro Raúl)  en la piel de  Moreno Martínez, de buena perfomance en escena, descubre su tez morena. Sí, es negro. Y una bella polaca entrenada por Madame Sapho, jamás podría entregarse. Aquí comienza la tensión en la que el carnaval que trascurre afuera, contaminará  el adentro. Y se armará una red de discursos que tendrán por un lado la obstinada resistencia y los débiles argumentos (para el hoy) que Dadou le dará al “negro” para no prestarle sus servicios y por otro,  los enunciados de él, apelando desde la historia bíblica del Negro Rey Baltazar de los  Reyes Magos hasta su condición de no ser tan azabache por las mezclas sucesivas de su origen.

Nada de lo que él diga la convence, ella es blanca, europea, y tiene un marido o un cafishio que la “cuida”. Esta manera de amparase en una ley inexistente per se, porque los dueños de estas mujeres no  las cuidan, las vigilan porque necesitan que estén sanas para seguir generando dinero, esta durísima realidad hoy convertida en trata de mujeres con fines de explotación sexual, chocará una y otra vez con los argumentos menos institucionales del negro que en un balanceo muy bien logrado por la dirección y puesta en escena de Julio Baccaro, irán encontrando las grietas desde las cuales minar las creencias de Dadou, en torno al deseo, al trabajo del deseo del otro y por sobre todo al disfrute propio.

El candombe, los ritmos de atabales (a cargo de Luis Viola) que inundan el cuarto muy logrado  que estetiza de modo eficaz el estar en el micromundo de una mujer esclavizada a despecho de su conciencia, con los elementos justos y necesarios para consumarse en indicios de lo que se verá, junto a un vestuario funcional que permitirá los cambios necesarios para que Dadou troque su modo inflexible, ambos a cargo de  Alejandro Mateo, al igualque el diseño coreográfico de Leonardo Haedo, construyen una historia que está enclavada en la Historia de estas tierras pero invitan a pensar si carnavalizarlo todo, si dar vuelta por un día las jerarquías que el poder instaló antes con los negros de piel y ahora con esos otros "negros" de clase, no será una buena estrategia para desandar esos ya sabidos prejuicios.

Una historia íntima como el cuarto de un prostíbulo, la diferencia racial, el deseo que se desenmascara y asume (no diré más) son excelentes ingredientes a la hora de decidir ir al teatro porque Martella y Martínez hacen un gran trabajo, porque la historia de Mabel Loisi, en el 2011 Año de los Afrodescendientes es sólida y porque ¡vamos!, todavía es posible que una moral pequeña y extraviada en el tiempo del sosjuzgamiento social sea capaz de juzgar al otro de clase, color o religión. Ojalá podamos carnavalizar todo, no para generar el caos como anuncian las voces hegemónicas, sino para alcanzar un orden nuevo, en el que el deseo legítimo y no pago, logre como un carro de caballos desbocados privilegiar la pasión por sobre todo lo demás.


Ficha Artístico/Técnica 

Libro: Mabel Loisi
Intérpretes: Anahí Martella, Moreno Martínez
Vestuario: Alejandro Mateo
Escenografía: Alejandro Mateo
Música: Luis Viola
Fotografía: Magdalena Viggiani
Diseño gráfico: Pablo Hulgich
Asesoramiento histórico: Pablo Sirio
Asistencia de dirección: Vicky Lagos
Prensa: Tommy Pashkus
Producción ejecutiva: Pablo Silva
Coreografía: Leonardo Haedo
Dirección: Julio Baccaro

Funciones: Jueves - 20:30
TEATRO DEL PUEBLO
Av. Roque Sáenz Peña 943 Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4326-3606
http://www.teatrodelpueblo.org.ar
Entrada: $ 50,00 - 

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.