Bastarda sin nombre, de Cristina Escofet

 

La brillante interpretación de Roxana Randón nos trae la presencia de Eva en una puesta excelente de Javier Margulis.

por Teresa Gatto 

"Los que nacemos a la orilla, no tenemos otra que saltar el charco"
C. Escofet 

Una mujer guarda la memoria de Eva Perón, es una memoria original, matricial. Desde el primer latido en el vientre de su madre, evoca meciéndose como una lagartija en el tibio líquido amniótico. Ya se escuchan implacables las voces de quién no será su padre aunque lo sea. No le dará su apellido, la obligará a ser oro falso, hijo de la concubina, la coginche, de la monta del estanciero, que a algunos kilómetros tiene el oro verdadero ¿la familia legítima o legal? Legalizar, legitimar y lastimar.

Roxana Randón emprende el arduo trabajo de ser el cuerpo contenedor de la memoria de Esa Mujer, de la Abanderada de los Humildes, de la Santa, de la más amada y la más odiada, de la que se quemó en la hoguera del amor y el odio de los que no le perdonaron que cruce el charco. Ella es la Bastarda sin nombre.

El trabajo de Randón, es pura organicidad y teatralidad en la construcción de una subjetividad, la de Evita, que desde la concepción está signada a torcer un estado de cosas del que la Historia da cuenta.

En la puesta excelente de Javier Margulis, el magnífico texto de Cristina Escofet traspasa el umbral de la militancia, de la cuestión política para construir un sujeto femenino atravesado por todas y cada una de las condenas de una sociedad que no tiene lugar para los excluidos  “los ricos como árboles, los pobres como pasto” dice Lamborghini en Eva Perón en la hoguera.

Entonces la memoria se activa en el cuerpo de Randon, en la voz, en la inflexión que la muestra lagartija, niña, bastarda sin nombre y el magma pacato que vive en el pueblo y en Buenos Aires repite “bastarda, bastarda”.

Y la máquina de doña Juana Ibarguren pedalea y pedalea y la escuela es el primer atrio de aplausos y el pueblo es el lugar del cual salir, con el recuerdo imborrable de ser ella, su madre y sus hermanos los últimos del cortejo que lleva a Juan Duarte al cementerio, delante el oro verdadero, detrás, los bastardos, los que nacieron de un solo lado.

Hay algo del orden de la poesía que asedia la puesta que no se queda en el texto poético sino que suma la música, condición fundante de la poesía, que a cargo de Mateo Margulis, acompaña a la Cholita, la Chinita, la Negrita, y a veces es acompañado por ella en estrofas elocuentes que elípticamente reponen una vida construida con los retazos de memoria y que vuelven un todo: “Bastarda sin nombre. La mal nacida. Es la que quiso venir. La que el patrón no quería”.

Y la Cholita se larga a Buenos Aires y lo demás se sabe. Lo sabemos, de empatía o de odio lo sabemos. Lo que construye la puesta de Margulis, en la que una brillante Roxana Randón sólo apela a soltarse la mitad de su cabello recogido o volver a hacer “aquel” rodete o a calzarse una estola y ser la que entró al Colón en aquella primera gala triunfal, es otra cosa. Distinta a las que las diversas figuraciones de Eva Perón nos legaron desde la literatura o la dramaturgia.

La memoria como condición de posibilidad de narrar una historia aporta el distanciamiento necesario que hasta ahora la impronta de la imagen de bronce no había permitido. El texto espectacular, con sus signos lumínicos, escenográficos y musicales produce un extrañamiento capaz de hacernos sentir que es la primera vez que esta historia se representa. Que esta figuración de una vida de Eva, es tan potente que desde el soporte de líquido intrauterino hasta el cáncer devorador, está contando la misma historia y a la vez otra. Como si esos segmentos en los que la obra se va dividiendo sin escindirse jamás de su núcleo se resignificaran continuamente.  Sutiles y a la vez precisos trazos enfatizados en el ser del personaje de Randon van reponiendo el sentido de la palabra bastardo y a la vez sellan un destino que debe ser desafiado y culmina en un Cabildo Abierto.

La lagartija alcanzada por el sino de lo que no debió haber nacido, se alza como el cadáver de la Nación. Rompe los derroteros que otros, sus enemigos, trazaron para ella. Se levanta y anda porque no hay figura histórica de este país que haya alcanzado semejante estatura mítica. Semejante carga ideológica. Semejante vigencia revolucionaria. Revolucionaria sí! Porque hoy todavía cotillean y conspiran en los rincones más húmedos, aquellos que creen que el hijo nacido de una unión no matrimonial es un bastardo sin nombre. Y la Bastarda sin nombre se planta en el escenario y se apodera del cuerpo de Randón o Randón se apodera de su memoria para gritar a quien quiera oir que no hay otra bastarda en el mundo tan amada, tan odiada y tan temida como ella. 

 

Ficha Artística/Técnica:

Dramaturgia: Cristina Escofet
Actúa: Roxana Randón
Vestuario: Julieta Guiser
Diseño de luces: Marco Pastorino
Música original e intérprete: Mateo Margulis
Asistencia de dirección: Enrique Velay
Producción general: Ricardo Verdi
Dirección: Javier Margulis


Funciones: Viernes y Sábado - 21:00 
Espacio Abierto
Pasaje Carabelas 255 (mapa) Ciudad de Buenos aires
Tel.: 4328-1903
http://www.roxanarandon.com.ar
Entrada: $ 50,00 - 

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.