La preparación de una salsa en la cocina de un barco es la excusa para una historia de inmigrantes con todos los condimentos del buen teatro.
por Teresa Gatto
E tu dice: "I' parto, addio!"
T'alluntane da stu core
Da la terra de l'ammore
Tiene 'o core 'e nun turnà?
E. Curtis
Ragú, del italiano ragù, del francés ragoût, viene de la raíz del verbo ragoûter, despertar el apetito, pero en lunfardo ragú significa hambre. Entonces, puede ser una salsa usada como guarnición para un plato cualquiera o el hambre crujiente que en las entrañas de la tercera bodega de un barco de inmigrantes, sintieron todos aquellos que creyeron que venían a hacer la América. Que pensaron cuando se largaron allende los mares que aquí estaba la tierra prometida y virgen. Que América era una mujer de brazos abiertos, sensible y contenedora. Amable y acogedora. Si hasta me da vergüenza tener el mismo origen que una generación, la del 80’, la que diseñó el proyecto de país liberal de fines del XIX y que fue impiadosa con el inmigrante porque éste no cumplió sus expectativas de poblar la Patagonia ruda, de obstinarse en su mayoría en quedarse en Buenos Aires, de hacer las labores que sabían hacer y de desear que sus hijos fueran los primeros alfabetizados de su familia, en una Nación que tenía escuelas públicas… y claro, semejante atropello a sus buenas (?) costumbres les hizo sacar de adentro esa xenofobia que los impulsaba a huir a sus estancias cuando Buenos Aires se pobló de la chusma para ellos, de ese crisol, de ese ramo multicolor de lenguas, costumbres, miedos, esperanzas y humillaciones.
De esto se trata Lamerica, de un cocinero en la piel de un formidable Giampaolo Samá cuya dramaturgia le pertenece, que desde la entraña misma de una cocina de a bordo, mientras prepara un ragú y corta cada uno de sus ingredientes, habla del otro “ragú” el del lunfardo, el del hambre y la desesperación que los trajo hasta aquí. Cada zanahoria, cada trozo de apio funciona como metáfora de todo lo que hubo que poner en una cazuela imaginaria para llegar hasta aquí y de todo lo que se mezcló de modo inexorable cuando en una aduana de pocos amigos, un funcionario de turno, de esos que aún existen, le cambiaba el apellido porque sí, porque a estos tanitos, gallegos, rusitos, turquitos que confundieron y amalgamaron con andaluces, judíos, árabes y muchos más, el tono despectivo y la broma sarcástica les fue destinada porque eran el pato de la boda. Desaparecido ya el mulato, el mestizo, el indio, ahora eran ellos quienes debían pagar el precio de ser el “otro” y ya sabemos que la otredad es cosa seria en estos pagos, cuando todavía hoy desde algunos sectores recalcitrantes se cuestiona la presencia de los migrantes de países limítrofes.
Muchas son las obras que abordaron el tema de inmigración pero pocas han sido narradas desde un solo personaje. Entre los aciertos de la puesta que con pocos elementos simboliza el viaje, el cambio, la mutación y el sufrimiento, está la enorme polifonía con que todos y cada uno de los actores sociales, extranjeros y propios expresan su modo de ver el mundo con dosis de humor exactas que permiten relajarse en la butaca y también con un dialogismo que aporta gran color y matiz, ya que las marcas orales de todos esos personajes se encuentran a disposición del espectador de Lamerica por que reflexionar sobre el viejo proceso migratorio y también sobre cómo es hoy migrar, son cuestiones de un mundo que corre sus fronteras de modo continuo.
El gran trabajo de dirección de Lorena Barutta, logra que Samá no desafine nunca en una partitura difícil que tiene tonos y semitonos y tantos acordes, si se permite la analogía, como extranjeros llegaron a estas tierras y oriundos los recibieron.
El diseño escenográfico minimalista deja a Samá solo en escena y él la llena íntegramente. El diseño de iluminación de Dana Barber, aporta los claroscuros de cada situación y un sutil cambio del vestuario lo troca en otro. Mientras, él sigue haciendo ese ragú que se reduce como esa salsa que necesita mucha cocción hasta alcanzar una síntesis de sus elementos, así como nosotros, en buena hora somos la síntesis de todos aquellos que hablando cocoliche, siendo tacheros (como se les decía a los que vendían puerta a puerta enseres varios) o almaceneros, pusieron ladrillos en los muros y letras en nuestros apellidos.
Ficha Artística/Técnica:
Dramaturgia e Interpretación: Giampaolo Samá
Diseño de luces: Dana Barber
Fotografía: Joan Tous
Asistencia de dirección: Elisenda Ibars
Producción ejecutiva: Eugenia Pascual Puig
Dirección: Lorena Barutta
Funciones: domingos 20 hs.
Teatro: Espacio Polonia | Fitz Roy 1477 | CABA
Reservas: 3965.9549
Valor general $40. Estudiantes y jubilados $25
www.lamericaobra.blogspot.com