El ardor

 



Marcelo D'Andrea y Ricardo Holcer, una dupla para una obra impecable en todas sus aristas.

Por María Forges 

I -El autorMarcelo D’Andrea escribió el texto de El Ardor que es de un contundencia inminente. Tal vez por ello su disparador, una gastritis ocasionada por un locro, comida emblema si las hay por estas pampas, es nimio y a la vez de una eficacia brutal. Porque resulta que no es cualquier plato, es el que se come en los festejos Patrios, esos festejos que cuando El ardor se estrenó estaban alumbrando, allá a principios del 2010.

II -El actorMarcelo D’Andrea también actúa su texto, su narración atrapante como todos los buenos cuentos de los grandes narradores se convierte en un imán. Sí, está contando que un locro que era para matar a mil beduinos de indigestión le destruyó el aparato digestivo y todo eso se ve hecho carne. Pero no es sólo porque el texto le pertenece, es un imán porque de a poco, el mecánico indigestado con el mameluco anaranjado que parece arreglar algo, comienza a hacer significar ese suceso con otros sucesos que como país nos indigestaron a todos. Y logra además una gran polifonía cuando se carga en el cuerpo la vida de otros, como su madre, que se hacen presentes porque es capaz de volver orgánico el relato del otro. Una madre criada en un charco, un padre tributario de las ideas de la generación del 80’. ¿Cómo no estar indigestado?

III -La dirección. Dirigida por Ricardo Holcer en un trabajo impecable, la puesta abre interrogantes sobre lo trágico, lo cómico, lo absurdo y es en definitiva un calco de nuestra Historia. Pero Holcer, lo hace sutil, indecidible, efímero en torno de no poder determinar si hay un patrón de género que se imponga, así como no hay una idea de Nación que se imponga.  La dirección logra que el texto de D’Andrea explote en potencia escénica, en pura teatralidad porque el mecánico no da respuestas, entrega preguntas, no pontifica sino que arroja a la cara del espectador una multiplicidad de enunciados que despiertan risa, angustia, zozobra pero por sobre todo interpelan sobre una argentinidad no tan al palo, es el quid de la cuestión y aunque  resulte increíble, a partir del relato de un locro que no se puede digerir. ¿Cuánto de nuestra historia personal o colectiva no podemos digerir?

IV -La puesta. El  diseño de Iluminación del propio Holcer, ofrece contrastes que van de la mano de ese malestar que muchas veces explota y otras implosiona al personaje. La escenografía, también del director, compone una suerte de ínsula en la que es imposible identificar el objeto a arreglar por el aquejado mecánico pero que regala al espectador los indicios necesarios para entender todo lo que ausente de literalidad, compone el estar en el mundo del personaje. El diseño de vestuario de María Claudia Curetti, hace uso  desde el mameluco anaranjado hasta la camisa blanca transpirada por los vapores del malestar que descompone a un sujeto atravesado por una historia inescindible de su vida y de la nuestra.

El Ardor es una obra de esas que se quedan con nosotros más de una noche, más de una charla. Se quedan porque de algún modo parte de su anécdota es nuestra, porque no es difícil reconocer con las imágenes del Bicentenario aún en nuestras retinas, cuánto de difícil fue para varias generaciones llegar hasta aquí.

 

Ficha Artístico/Técnica

Dramaturgia e interpretación: Marcelo D`Andrea
Vestuario: María Claudia Curetti
Diseño de escenografía y de luces: Ricardo Holcer
Realización escenográfica: Marcelo D`Andrea
Asistencia de dirección: Sergio Bonacci Lapalma
Dirección: Ricardo Holcer

Más info: http://www.elardor.webs.com

El Camarín de las musas
Mario Bravo 960 (mapa)
Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4862-0655

Funciones: Sábados a las 20:30 
Localidades: $ 45,- y $ 35,-


Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.