Lisboa, el viaje etílico





La nueva obra de Mariela Asensio narra un viaje sin fisuras con personajes entrañables y una puesta digna de un texto excelente.

Por Teresa Gatto

 De ilusões desvanecidas
Filme de esperanças perdidas
Minha canção é saudade

A.Rodriguez

Fado, la música de fondo de Lisboa, viaje etílico, es el sonido por antonomasia de la Alfama, pueblo de pescadores, bohemios y viajantes que sirve de fondo al derrotero de los personajes de la nueva obra de Mariela Asensio. Fado del latín fatum, quiere decir destino y estos sonidos que arrullan al espectador desde el ingreso a la sala del Teatro del Pueblo dónde la obra sube a escena los viernes a las 23.00 hs, no podrían ser más adecuados para narrar las vidas de un grupo de losers que como siempre, sólo construyen un destino al ser narrados.

Asensio de un crecimiento sostenido en su trabajo dramatúrgico y de dirección, instala esta historia en el corazón de un barrio emblemático porque siempre fue un espacio de mezcla, por ello el vaivén de esos seres que vagan por él no le resulta tan extraño a quien haya visitado la bella Lisboa. Pero podrían estar de paso por cualquier otra ciudad de estas características, ya que lo esencial es su condición y el des-encuentro que de manera permanente y hostil signa sus vidas.

El turista, se sabe, es un viajero, puede coleccionar suvenires, fotos, posavasos o experiencia y si llegó a destino creyendo que así escapaba de su dolor, éste no se irá porque lo permanente, lo que se ha instalado, lo que no pide permiso para llegar o quedarse es justamente eso, la necesidad. Necesidad de ser amado, valorado, necesidad de borrón y cuenta nueva, necesidad que al fin y al cabo, sea de una botella para olvidar, de una prostituta para saciarse o de cumplir algún mito como el del casamiento, siempre es un agujero, un pozo negro que se llena con lo que haya al alcance de la mano.

Así un alcohólico irredimible (impecable Víctor Labra) jugará con una mujer que se conforma con tan poco, que espera sólo una mirada y un gesto y que conmueve profundamente en el cuerpo de Marina Lovece porque no hay modo de reconocer allí y en otras secuencias una cuestión que a Asensio la preocupa y ocupa hace tiempo. Mientras Myriam Hene-Ada, va interpelando sin preguntas e interviniendo de modo sutil y orgánico para mostrar otra cara del viaje etílico.

Por eso, Raquel Ameri, será una fanática del reaggeton por cuya vida nadie da dos monedas y su exposición y angustia logran traspasar esa fachada de femme fatal venida a menos, sola y perdida como el resto en una ciudad de Europa. Facundo Cardosi, encarna muy bien al típico turista imbécil  y solitario cuya cámara de fotos no alcanza a plasmar nada de lo que ve porque sus ojos no pueden mirar hacia dentro de su vacío, querer una puta no es pecado pero habla de un lugar de la mujer. Pretenderla para él sólo es parte de su soledad y de un machismo ostensible. Dolores Ocampo canta fados y nos embriaga en la platea para que nuestra emoción parezca también la de una esbornia melancólica.

El alcohol, como compañía constante, los lleva a todos a un viaje que bajo las acabadas intervenciones musicales de Ariel Pérez de María también transporta al receptor a un lugar otro, plagado de imágenes en las que es posible reconocernos o reconocer situaciones que algunas vivimos o presenciamos.

Esas cuestiones de las que hablábamos y que son parte de la poética de Asensio, las cuestiones de género y su consiguiente problematización y visualización dramática, alcanzan aquí una factura notable. No porque el hombre sea situado como el monstruo de mil cabezas capaz de devorarse el corazón de todas las mujeres, sino porque se ponen en evidencia roles, mitos y lugares de los que aún las mujeres no pueden salir. Como si sacar la cabeza fuera del agua para respirar fuera eso, un intento de permanecer vivas un instante más porque todavía es mucho lo que debemos cambiar para que los mandatos y mitos que por siglos labraron los cuerpos femeninos los abandonen definitivamente dejándolos moldearse a su antojo. El cuerpo como cárcel, el matrimonio como mito, la descendencia como consumación del amor, se enfrentan en esta historia de perdedores con sutiles trazos de humor a sus opuestos y no porque los representen, ese es su hallazgo, sino por la feroz puesta en escena del desencanto, de la angustia hecha carne, de la aceptación de un destino.

El dispositivo escénico también es impecable y la planta escénica rodeada en forma de U por las butacas es aprovechada en toda su extensión, el diseño escenográfico de Nicolás Botte, el fado de fondo y el vestuario plurisignificante de Vessna Bebek, sumado al diseño lumínico de Ricardo Sica, que logra dar intensidad o penumbra a los distintos avatares de la puesta, coronan un texto fascinante, colmado de poesía aun cuando un hombre le diga a una mujer enamorada hasta los huesos “a veces me gustás” y ella con eso se conforme.

Lisboa, el viaje etílico es una migración hacia fuera y hacia dentro de los personajes y de nosotros mismos en la que no podemos dejar de ver lo que nos pasó, hubiera pasado o pasaría perdidos en una ciudad embriagada de amor y soledad.


Ficha Artístico/Técnica

Dolores Ocampo es La Guía
Ariel Pérez de María es El fadista
Myriam Henne - Adda es La extranjera
Marina Lovece es Mujer Abandonada
Víctor Labra es Hombre etílico
Raquel Ameri es Fanática del regaetton
Facundo Cardosi es El turista 

Vestuario: Vessna Bebek
Escenografía: Nicolas Botte
Fotografía: Juan Borraspardo
Pistas: Hernán Crespo
Diseño de luces: Ricardo Sica
Realización vestuario: Nancy Murena 
Asistente de dirección: Anahí Ribeiro
Producción ejecutiva: Mariana Rincón
Dramaturgia y dirección: Mariela Asensio
www.lisboaelviajeetilico.com

Funciones: Viernes 23 hs.
Localidades $50,- Dcto. Jub. y Estud. $25,-

Teatro del Pueblo
Av. Roque Sáenz Peña 943 Ciudad de Buenos aires
Tel. (011) 4326-3606
info@teatrodelpueblo.org.ar

MAS CENIZA, escrita por Juan Mayorga y dirigida por Adrián Cardozo, por Teresa Gatto