Impecable puesta de Lía Jelín junto a gran elenco que recrea una versión de la obra de Ionesco vigente, novedosa y por sobre todo impecable.
Por Teresa Gatto
¡Oh, qué hermosa apariencia tiene la falsedad!
W. Shakespeare
Cuando Martin Esslin, crítico de teatro, acuño en 1962, el enunciado Teatro del Absurdo para denominar un tipo textual y escénico caracterizado por mortificar hasta el límite al realismo imperante y desfocalizar al espectador con la disrupción continua del sinsentido, no avizoró su duración en el tiempo. Ese sin sentido, es al cabo, una de las operaciones de estas poéticas, lo que tal vez Esslin no imaginó es que bien entrado en Siglo XXI, la especie seguiría dando sus frutos. Ya que no sólo las innumerables variaciones que tanto de Samuel Becket, Jean Jenet y Eugène Ionesco, entre otros, siguen interesando, maravillando y haciendo gozar a un público que sabe que el sentido es tan o más escurridizo que el agua que pretendemos atrapar con nuestras manos, sino que además disfruta de ver cómo algunos directores las llevan a escena, logrando productos notables.
Las preocupaciones teóricas que había esbozado Antonin Artaud en El teatro y su doble, recogidas por Brecht en lo que llamó el “efecto alienante” sumadas a trazos de comicidad pura, hacen tributario al Teatro del Absurdo de un conglomerado de motivos que mezclados o no, están siempre siendo el soporte de lo inalcanzable que es organizar los sucesos de una vida, cuando ésta no guarda ningún orden y eso que denominamos realidad, es un constructo dependiente de la subjetividad capaz de organizarla. ¿Entonces qué es una tragedia?
En la puesta de Lía Jelín, el absurdo está explotado al límite y nada se ha dejado librado al azar.
El dispositivo escénico diseñado para la re-presentación colabora con una historia que no por conocida es menos atrayente en manos de Lía y equipo.
De pronto las dos esposas del Rey, Valeria Lorca y Heidi Steinhardt especulan sobre la dimensión que tomará la noticia para Berenguer 1° cuando le sea anunciado que su final está próximo. Lorca parece un mix entre gótica y dark que conspirará con un brillante y efectivo Gabriel Rovito, como secretario, asesor y sanador del rey, que sabe que el fin es su propio principio. Juntos irán minando un poder que ya lejos de ser monolítico se le escurre de entre las manos y le durará lo mismo que el aliento. Steinhardt, impecable, lánguida y rosada es la contracara de esa mujer fuerte y despiadada que compone Lorca siempre apoyada en un humor ácido que algunos pretenden ver cómo una parodia de Jelín a Ionesco y que no es más que un tratamiento novedoso de un absurdo que narra una tragedia.
Y si la tragedia clásica se caracterizó por resolver el conflicto con la muerte, aquí, lo verdaderamente importante y no subyacente es que el efecto alienante del poder se materializa aunque Omar Calicchio, un rey desopilante como una caricatura perfecta, sigue sosteniendo hasta el final una potestad que de tan pequeña mueve a risa. Lo imposible de aceptar no es sólo la muerte sino la casi certeza de saber que con su expiración, también expirará todo lo que lo recuerde sobre la tierra. Y Dios, si existiera en el universo de este texto, también moriría con el rey.
Lo cierto es que Ionesco tenía muy claro que no hay poder que no caiga y Jelín aprovecha no sólo el texto sino todas sus competencias para montar una puesta en la que todos sostienen el mismo registro salvo la enfermera, una impecable Agustina Cerviño que parece ser el ancla a la realidad algunas veces y otras, el embrague que toda pieza teatral necesita para decir lo que piensa su autor o sólo para decir la verdad que otros callan o velan por conveniencia.
El diseño de arte es un logro más de tantos de la obra ya que las telas que penden desde la parrilla hacen las veces de columnas del palacio y también sirven para ocultar y a la vez traslucir a los personajes que se aforan o esperan agazapados su momento de triunfo. El trono multifuncional en el que Berenguer 1° depositará su mermado poder así como su salud también cumple varias funciones significantes que como núcleos se trasladan de una escena a otra. El anunciador, a cargo de Matías Strafe, con una dicción excelente y gran personalidad, sirve de separador de secuencias a la vez que aporta el toque típico de las viejas narraciones en las que se da cuenta de los sucesos por venir.
Como si todo lo representado en torno a una vida que se sintetiza en una agonía, caídas todas las certezas, desaparecidos ya casi todos los súbditos, rodeado de unos pocos que esperan el final, no fuera suficiente, Jelín les arma una coreografía (no diré más) que es metáfora y metonimia de la figura de un Rey que reinó más de 100 años y que mientras desfallece da órdenes tan absurdas como absurdos resultan narrados los sucesos de su vida, lo que lo vuelve un engendro al igual que a sus acompañantes.
El diseño de iluminación (Pedro Zambrelli) cuidado al extremo al igual que el vestuario (María Oswald) y la ejecución musical en vivo y desde las manos de Octavia Bevilacqua son signos fantásticos creadores de climas que dan como resultado un espectáculo de excepción al que deberían acercarse aquellos que tienen una duda irresoluble: ¿se puede captar el escurridizo sentido del absurdo? y de paso apreciar que acercarse a un clásico puede constituirse en novedad brillante cuando llega a las manos adecuadas.
Ficha Artística / Técnica:
Autor: Eugène Ionesco
Adaptación: Lía Jelín, Jorge Schussheim
Actúan: Omar Calicchio, Agustina Cerviño, Valeria Lorca, Gabriel Rovito, Heidi Steinhardt, Matías Strafe
Música: Octavia Bevilacqua
Vestuario y escenografía: María Oswald
Diseño de luces: Pedro Zambrelli
Fotografía: Agustina Perretta
Diseño gráfico: Andrés San Martin
Asistencia de vestuario: Natalia Kesselman
Asistencia general: Santiago Lagos, María José Urlezaga
Asistencia de dirección: Tony Chavez
Producción ejecutiva: Pablo Silva
Dirección: Lía Jelín
Funciones: Viernes y Sábados a las 20
Centro Cultural de la Cooperación
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