Señorita Julia

 

La obra de August Strindberg, adaptada por Enrique Papatino y dirigida por Marcelo Velázquez, nos lleva a un mundo lejano pero no tanto y a textos que es necesario transitar hoy y siempre.

por Teresa Gatto

"Esta noche somos alegres compañeros en una fiesta popular en la que no hay
categorías"
August Strindberg

August  Strindberg escribió El padreAcreedores y La señorita Julia entre 1887-1888, durante la caída de lo que sería su primer matrimonio. Señalado por varios notables teóricos como un hombre de una debilidad mental expresa, tal vez el odio que recae sobre Julia sea tributario de ambas situaciones, al hacerla permeable de su desdén hacia cierto tipo de mujer (del que no se salva la criada de la obra) y le resulte un modo de exorcizar ciertos demonios. Lo cierto es que las razones últimas de Strindberg se han ido con él y a nosotros nos queda su obra. Para el público son mosaicos de muestra de tipos sociales aborrecibles aún en su extremo sufrimiento, luchando entre el deber ser y la realidad. Debatiéndose entre la ética y la vida posible. Para los actores y directores devienen un camino que hay que transitar por la extrema delicadeza en la búsqueda del ser del personaje que,  supone un trabajo interior gradual y tormentoso porque hay que amar el personaje que se lleva a escena pero también hay que dar el paso cualiitativo de saltar ese menosprecio que produce la falsedad en la que viven inmersos.

La puesta de Marcelo Velázquez da cuenta de esas dos variables. El deber ser y el poder ser. Y encuentra a un muy sólido Gustavo Pardi, en el papel del criado Juan, viéndoselas con “su” señorita Julia, la joven de la casa, la hija del Conde que en la noche de San Juan decide ir un poco más lejos de lo que su pequeña moral le permite y se mezcla peligrosamente (para sí) con los criados en el baile y en la cama. Allí reside el nudo de esta adaptación de Enrique Papatino pues, los personajes tensan hasta el extremo, pero no lo demuestran, esas líneas divisorias y veladas de las clases sociales y a la vez son semiplenamente conscientes de los efectos de representación. Es decir, hay en esta versión de la Señorita Julia, una apuesta a mostrar que el teatro no es solamente lo que sentado cómodamente en la butaca ve el espectador, sino que los sujetos del drama tienen una marcada tendencia a exhibir que cada cosa que hacen o dicen es una puesta en escena, porque ninguna de las motivaciones, sueños o anhelos será posible. Las diferencias sociales, el sexismo, la insorteable sujeción al amo, los deja impávidos y los devuelve a un sitio más horrendo que el principio en donde rebelarse era una posiblidad. Los deja sumergidos en el saber de que existe algo para hacer pero son impotentes de hacerlo.

En este sentido, Josefina Vitón, se muestra inmutable en el papel de Julia. ¿Carece de matices o es una marca clara de la imposibilidad que tiene alguien de su clase? Más elevada en las escala social  que el criado Juan pero claramente anclada a la voluntad y decisión de su padre el Conde y por ende inferior. Me inclino a pensar que no es Vitón quién no se despeina luego de hacer el amor con el criado, sino que son todas las Julias de ese mundo, las que no pueden ni deben mostrar que, tiranizadas hasta por sí mismas, no pueden cambiar y si deben llorar, que gruesas lágrimas rueden por sus rostros pero, que nadie sepa cuál es el sufrimiento interior, ya que a las mujeres de esa época y de ese mundo, les está vedada la exhibición del sentimiento. La criada, encarnada en Paula Colombo, muestra también su miseria espiritual y social creyendo tal vez que algunos rezos la eximan de cuestionamientos morales y aún más de alguna suerte de reivindicación de género que hoy sería ley si nuestro hombre nos engaña. Para ella, tampoco es igual ser engañada con una igual que con una “superior”.

La puesta de Velázquez conforma de este modo un Strindberg en el que además a la mimesis diegética proveniente del texto, se suman los signos escenográficos, lumínicos y de sonido que coadyuvan a una puesta realista y se quiebran como hojas secas en cada ocasión en que congelados, los artistas miran a un afuera, observador y cuestionador, muy bien construido desde un adentro que deja esa duda perenne y ejecuta una puesta en abismo. El signo sonoro de un cepillo que lustra una bota y que permanece aún cuando la acción ha concluido, es, acaso, la muestra incontrastable de un estar en el mundo que no admite cambios por un lado, y la clara advertencia "es teatro" por otro.

¿Se saben observados por la sociedad que los juzga? ¿Se saben observados como participantes de un rito teatral?

Strindberg, será representado eternamente porque ese sexismo existió y perdura, porque la diferencia de clases mejor maquillada, sigue rodeándonos y ciñendo el cinturón que nos ponemos cada día aunque sean otras las señales. Y ojalá así sea porque siempre es esperanzador ver que los artistas no toman el camino fácil del texto que los hace lucir sin desafíos y se dedican a explorar aquellas obras en los que los personajes presos, luchan una batalla perdida de antemano, para terminar tan cautivos como al principio pero dolorosamente más  lúcidos en su cárcel escénica. 


 

Ficha Artístico/Técnica

Autoría: August Strindberg
Versión: Enrique Papatino
Intérpretes: Paula Colombo, Gustavo Pardi, Josefina Vitón
Vestuario y Escenografía: Nicolás Nanni
Iluminación: Alejandro Le Roux
Realización escenográfica: Gastón Nanni
Realización de vestuario: Celia Kohan
Música original: Pedro Rossi
Fotografía: Sebastián D´Angelo, Virginia Mañe
Diseño gráfico: Verónica Duh
Asistencia de dirección: David Robles
Prensa: Silvina Pizarro
Dirección: Marcelo Velázquez
http://www.srtajulia-strindberg.blogspot.com

Funciones: Viernes a las 21:00 (hasta el 23/03/2012) y Domingo a las 19:00 (hasta el 24/06/2012) Duración: 75 min.

EL EXTRANJERO
Valentín Gómez 3378 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 4862-7400
http://www.elextranjeroteatro.com

Los Compadritos, de Roberto “Tito” Cossa, dirigida por Gerardo La Regina. Por Teresa Gatto.