El conventillo de la Paloma

 





El Teatro Nacional Cervantes se vistió de fiesta cuando el viernes 15 de octubre subió a escena la obra dirigida por Santiago Doria y fue aclamada de pié por pares y críticos. Otra satisfacción del teatro nacional.

Por Teresa Gatto

 

“Otra vez, tras largo sueño, con su embrujo y su beleño, Vuelve el sainete porteño, alegre y sentimental.”

 

El viernes próximo pasado, con la sala principal del Teatro Nacional Cervantes a pleno, volvió a salir a escena el sainete indestructible de Alberto VacarezzaEl conventillo de la Paloma. Si bien la imagen del teatro era una fiesta en sí por las presencias de artistas, personalidades de la cultura, críticos y cronistas, lo que llegaría una vez que se levanara el telón, superaría las expectativas que todos y cada uno habían llevado a esa sala maravillosa.

Estrenado por primera vez en 1929, en el 30’ habría de cumplir mil funciones y desde allí hasta hoy no ha dejado de representarse. Como bien señala Osvaldo Pelletieri en El sainete y el grotesco criollo: del autor al actor, Vacarezza funcionó como autor de metatextos sobre el sainete y fue el primero de los autores que indicó que éste era un género teatralista y no realista. ¿Qué deseaba alertar con esta indicación? Nada más ni nada menos que el sainete “representa personajes”, “focaliza la ejecución del espectáculo” y “pone el acento en la teatralización”. Constituye una realidad mediatizada, estilizada, representada.

Santiago Doria a cargo de la puesta en esta versión, captó el espíritu que su autor teorizó y obtuvo un resultado maravilloso.

El conventillo, al que en un acierto de  presentación y representación acceden sus protagonistas, es gris- celeste, según la luz lo alcance. Una vez que se alza el telón del lado interior de ese carnaval de nacionalidades, sus protagonistas: Ana María Cores -Paloma, Claudio García Satur –Miguel-, Arturo Bonín -José-, Daniel Miglioranza (Seriola), Horacio Peña -Villa Crespo-, Ingrid Pelicori (Mariquiña), Irene Almus (Doce Pesos), Rita Terranova -Sofía-, Néstor Sánchez -Paseo de Julio-, Alfredo Castellani -Conejo- Norberto Díaz -Abraham-, Luis Podestá -Risita-, Marcelo Bernadaz-Cansao-, Héctor Nogues –Mingo-, Alfredo Zenobi -Ñato- y Juan Carlos Copes -Juan-, acceden con la sorpresa indicial de aquello nuevo que es pisar tierra extranjera. Ese sólo gesto alcanza para reponer el sentido de lo que sintieron aquellos que venidos desde muy lejos, depositaron aquí sus esperanzas, añoranzas, desajustes y un nuevo aprendizaje del compartir.

El excelente diseño escenográfico de René Diviú, realizado a escala prácticamente real, los va llevando a sus habitaciones, hasta que Miguel, el italiano encargado salga a barrer y comiencen las intrigas. El amor de una mujer que parece tener dueño, los celos de todas las mujeres que coexisten en ese patio, el deseo de todos los hombres que descubren que Paloma es distinta, no sólo porque es una “mujica” argenta (en palabras del desopilante Risitas), sino porque es el nudo del conflicto necesario que desatará la obtención de la estilización de todos y cada uno de los personajes que no pretenden mucho más que teatralizar ese texto que tiene en su centro el lugar de mezcla y mixtura de razas pero a la vez respeta otras de sus características, volviendo festivo el transcurrir y el desenlace.

Si lo que está en juego son los celos que despierta Paloma, encarnada en una Ana maría Cores que se luce actuando y cantando El Choclo, ese amor permitirá que Doce Pesos, en la piel de Irene Almus, saque muestre su veta arrabalera con maestría, que Ingrid Pelicori le saque el jugo a su gallega Mariquiña, con un acento y dicción maravillosas (características que Ingrid maneja de modo sublime) y que Sofía, deje de lado su restricciones de género por ser árabe y Rita Terranova se luzca maravillosamente, cuando puede mezclar un meneo de caderas bien oriental al bailar una milonga. Y además, sostener su acento de árabe aporteñado que no falla jamás.

Por otro lado, los hombres que “le arrastran el ala a la Paloma”, también encuentran en sus logrados tipos, un modo de lucimiento que permite al espectador, reflexionar sobre el maravilloso semillero de artistas mayúsculos que tenemos y además ver cómo Doria, respetando el espíritu del sainete que heredado de España  siendo un género menor, casi un entremés, lo valida y  estructura en tres actos en prosa, verso y música respectivamente, para recuperar ese tono chispeante de un género que siempre se cree decadente o muerto y que puede dar enormes satisfacciones.

El cocoliche y las postura corporal de Claudio García Satur (el encargado que cumple diez años en su labor) impecable y orgánico, el decir y la estilización coreográfica de ese señor de las tablas que es Daniel Miglioranza, un Seriola que desata hilaridad, la composición puesta en la teatralidad más consumada que elevan a Villa Crespo, en la piel de un Horacio Peña que sólo da deleite. Así tambén, Norberto Díaz, será un Abraham desopilante y al igual que Arturo Bonin en su rol de José, reconocerán cuánto de deseo tiene la novedad y cuánto de amor lo conocido. Podríamos seguir pero lo justo es decir que todos y cada uno alcanzan momentos de lucimiento que se ven coronados con la llegada a la fiesta final en la que Juan Carlos Copes  baila con su hija Johana Copes. Así, el tono celebratorio y gracioso toca momentos que el público agradece y que se vieron plasmados en los cinco minutos de aplausos de pié y en las tres aperturas de telón que fueron necesarias porque pares y críticos celebramos que el sainete haya vuelto y que sea en el Cervantes. Para una especie nacional, un teatro nacional suele ser el mejor hogar.

Mención especial amerita el diseño escenográfico de Diviú que no sólo concibió un conventillo que con sus muchos cuartos, escaleras y desniveles es un correlato de la mismas celdillas que componen el flujo inmigratorio, sino que además al hacerlo sobre un soporte giratorio, le permite ver el adentro y el afuera de esta historia de secreteos. El vestuario repone el color de cada nacionalidad y alcanza una gran paleta contrastante con el gris de las paredes. En este conventillo lo único que está tipificado son los personajes como el género postula. El diseño luminotécnico sincroniza con el resto de los signos teatrales y los realza. Las coreografías no podrían estar en mejores manos, el mismo Copes que las ha realizado, sale a escena y nos deja el plus de su presencia en el original 2x4 que tanto ha dado que hablar.

Volver a ver sainete, ver a estos actores de raza, verlos en el Cervantes, es un lujo que El Conventillo de la Paloma nos regala, cuando se convierte en necesario revalidar géneros que no por añosos son menos centrales. La tradición es el traspaso de generación en generación de aquellos valores culturales imperecederos, es una entrega de algo a alguien y la puesta de Doria entrega al público y a los actores más jóvenes una clase magistral de teatro hecha con el talento de sus egresados con honores.

 

Ficha Artístico/Técnica:

Autor: Alberto Vaccarezza

Intérpretes: Irene Almus, Diana Arias, Marcelo Bernadaz, Arturo Bonín, Alfredo Castellani, Johana Copes, Juan Carlos Copes, Ana María Cores, Monica D´Agostino, Pablo Di Felice, Norberto Díaz, Emanuel Duarte, Diego Freigedo, Claudio García Satur, Verónica Gardella, Marilí Machado, Fernando Mercado, Daniel Miglioranza, Héctor Nogués, Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Luis Podestá, Néstor Sánchez, Rita Terranova, Alfredo Zenobi

Músicos: Lucas Ferrara, Pablo Gignoli, Bruno Giuntini

Vestuario: Maribel Solá

Escenografía: René Diviú

Iluminación: Leandra Rodríguez

Asistencia de dirección: Silvina Rodríguez

Producción: David Hoyo

Coreografía: Juan Carlos Copes

Dirección musical: Gaby Goldman

Dirección: Santiago Doria

 

TEATRO CERVANTES

Libertad 815, Ciudad de Buenos Aires

Teléfonos: 4816-4224

Web: http://www.teatrocervantes.gov.ar

Entrada: $ 30,00 - Sábado - 21:00 hs

Entrada: $ 25,00 - Jueves - 21:00 hs - 21/10/2010

Entrada: $ 30,00 - Viernes - 21:00 hs - 22/10/2010

Entrada: $ 30,00 - Domingo - 20:30 hs - 24/10/2010

“Rucci- Tosco, EL DEBATE”, versión y dirección de Manuel González Gil. Por Teresa Gatto